Alcazaba

Libros, libros

La promesa de no comprar más libros por las decenas que se acumulan en la biblioteca, no se cumple.

Quizá terminará el 2025 y no alcanzaré a leer, como hace diez años, los libros que me esperan con sus separadores ansiosos sobre el nochero, a una distancia precisa de la mano. Sus títulos hablan de aficiones, de amistades; "Primer viaje en torno del globo", de Antonio Pigafetta; "El país de las últimas cosas", de Paul Auster; "El museo de la inocencia" de Orhan Pamuk; "La casa de las bellas durmientes", una relectura obligada de Kawabata, después de la versión Caribe de Gabito; "Ángeles y demonios", libro vendidísimo, el cual he tratado de culminar, no para deleitarme, sino para saber de qué se nutren los autores exitosos; los "Ensayos escogidos", de Rogerio Velásquez, libro de la colección de Autores Afrocolombianos, con prólogo de Germán Patiño -buenísimo, para avanzar despacio-; "El guardián entre el centeno", de J.D. Salinger, para leer todos los días, junto a "Morada al sur", poema necesario cuando asalta el desencanto frente a la actual poesía colombiana. Ahí, también, "La bruja de Portobelo", de Paulo Coelho, "Saudades", poemario de Héctor Fabio Varela; los cuentos de Ignacio Izquierdo, "Legado de pájaro", para leer con la conciencia de que se está frente a un gran escritor desconocido, el exhaustivo ensayo histórico de Armando Barona Mesa, sobre Miranda -¿Lo conoce ya la Academia de Historia?-, y la antología de Pepe Zuleta, "Emprender la noche", donde nos dice que "nada es más abierto que un árbol, más dispuesto a que todo lo transite", incluido "el albedrío de la lluvia…"

Desde hace muchísimos años, ejerzo el compromiso de leer a mis amigos; busco en sus libros una frase, un instante, un momento feliz, y me doy cuenta que casi todos ellos son grandes escritores, a veces adormilados por los cantos del platanal, y sin ninguna maquinaria publicitaria que los dispare al escenario de lo que Vargas Llosa denomina "La cultura del espectáculo". Pero están ahí, incisivos, divertidos, llenos de humor, como ocurre con el libro "De cómo ser feliz aun estando casado", de Juan José Saavedra. Si un libro nos hace reír, concluyo, está cumpliendo ya con el más noble de los propósitos literarios.

Los libros que aún no lees traen sorpresas; en medio de sus páginas, hojas y flores secas, cartas, mensajes de hace mucho tiempo y también dinero. Hubo un tiempo, allá por los 90, en que ganaba un premio literario semanal. Estos galardones, como en España, comprometen casi siempre la edición del libro y una bolsa de maravedíes. Pues yo guardaba dinero efectivo en medio de los libros, con la esperanza de usarlo en tiempos difíciles. El punto es que lo olvidaba y cuando por azar lo encontraba, ya había perdido parte de su valor.

En estos días encontré un recibo de consignación que hice, en pesetas, en el Banco de Castilla en Salamanca. No sé si este dinero todavía existe. Lo preguntaré porque en la vida nunca falta el momento de “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos…”