Generalizar y decir que las zonas deprimidas socialmente son foco de grupos ilegales, resulta un estigma, que asimila la pobreza a conductas delictivas, cuando el vandalismo, violencia y hurto se dan igualmente fuera de los grandes cinturones de miseria.
Un auto abandonado señala despreocupación, deterioro e incide en los ojos inescrupulosos que afectan la convivencia, más cuando estudios sicológicos de patrones conductuales en diferentes sectores sociales, indican resultados similares.
El hecho de romperle un vidrio al auto abandonado, en cualquier zona social, determina una escalada de actos que desembocan en vandalismo y violencia irracional, que James Q. Wilson y George Kelling, desarrollaron en la “teoría de las ventanas rotas”, que desde el punto de vista criminológico, concluyen que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son evidentes.
De igual forma, cuando alguien rompe el vidrio de una vivienda desocupada, pronto estarán los demás rotos, con la probabilidad que los daños en la pintura, las paredes, falta de limpieza, techo abierto y la lluvia adentro, serán el reflejo de algo peor.
Si en la familia es normal pronunciar vulgaridades, brilla el irrespeto entre sus miembros, esas actitudes y manifestaciones reiteradas serán el germen de inapropiadas relaciones sociales, problemas de convivencia, y finalmente hasta delincuencia. No se desconoce que el trauma de la violencia afecta y deja huellas en el comportamiento personal.
Ese hecho, se asimila al reflejo social cuando se quiere desconocer la ley y deja sensación que poco importa la transgresión. Estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad, pasar un semáforo en rojo sin reproche, será foco de faltas mayores, y al margen del silencio social, de conductas graves.
Si los espacios públicos no merecen atención, terminan en un deterioro progresivo, como respuesta al desorden donde crecen males sociales que degeneran el entorno, la seguridad y el ambiente. Una comunidad que no se inmuta, ante esos hechos, crea las condiciones para que surja y prospere el delito.
La descomposición social refleja deficiente cultura ciudadana, ante la pérdida de valores e irrespeto por el otro. El todo vale conlleva al caos y genera una sociedad con ventanas rotas, que parece nadie está dispuesto reparar: La apreciación normal de quien delinque, ufana, y termina alabado por sus comportamientos. El convicto que más que estrategias jurídicas, aprovecha el transcurrir del tiempo para lograr su libertad condicional, y se pasea como si hubiera logrado una sentencia absolutoria. El exfuncionario con su carga de delitos que es alabado por áulicos seguidores, y plantea proselitismo para otros, para ser de nuevo sanguijuela de presupuestos que sabe mancillar. La exaltación de funcionarios que labraron capitales a costa del erario público, con malas prácticas, soborno y corrupción…
Necesitamos actos de valor y responsabilidad, y el reto es que las instituciones recuperen la confianza ciudadana. Desde la familia educar con ejemplo, respeto, honradez, orden, trabajo, responsabilidad y transparencia. Socialmente enseñar lo realmente importante para construir un mundo sin ventanas rotas.