Prisma internacional

Horas decisivas para Europa

Entre la guerra de Ucrania y la crisis provocada por los aranceles impuestos por la administración Trump, Europa vive una suerte de crisis existencial en uno de los peores momentos en las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Europea (UE).  

Es en las  situaciones críticas, como las  que estamos atravesando, cuando los grandes proyectos muestran su verdadera fuerza y energía para hacer frente a nuevos e inesperados desafíos. La Unión Europea (UE), que nació como un proyecto de cooperación económica y comercial, para después transformarse en un proyecto político mucho más ambicioso y que en la actualidad abarca a 27 Estados europeos, desde la península Ibérica hasta Europa del Este y los Balcanes pasando por todas las grandes naciones europeas, enfrenta hoy sus horas más decisivas.

A la guerra de Ucrania, que ha significado para casi todos los países europeos dedicar ingentes fondos para ayudar a los ucranianos a defenderse de  la agresión y posterior ocupación rusa de su territorio, ahora se viene a unir la guerra de los aranceles de Trump contra el mundo, en un ambiente de desconfianza y resquemor casi único en la historia en las relaciones entre los Estados Unidos y Europa. A las andanadas dialécticas de Trump, su vicepresidente, J.D. Vance, y su consejero áulico, Elon Musk, contra los europeos, a los que califican abiertamente de “gorrones”, se le han unido sus reiteradas amenazas de marcharse la OTAN y las Naciones Unidas, abandonando el multilateralismo y adentrándose el mundo en el incierto terreno de la ley de selva.

Es un momento decisivo para Europa, ya que los paradigmas que hasta ahora regían nuestro orden internacional desde el final de Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría, como el atlantismo, el vínculo transatlántico y el libre comercio, han saltado en pedazos en apenas semanas y, definitivamente, hemos entrado en una nueva era qué no sabemos a ciencia cierta qué nos deparará en el futuro. 

Al menos en estos momentos de confusión y sorpresa casi todos los socios de la UE son conscientes por primera vez en su historia de que es necesario comenzar un rearme y que al proyecto europeo le faltaba el desarrollo de su capacidad defensiva y militar. Tardíamente, pero sobre todo tras la abrupta invasión rusa de Ucrania, los europeos han descubierto cuán indefensos estaban y cómo la verdadera amenaza, el expansionismo ruso, estaba a nuestras puertas.

Rusia ya había atacado antes a Moldavia, Georgia y Ucrania, cuando en el 2014 el presidente ruso, Vladimir Putin, se anexionó la península de Crimea sin que Europa y el mundo supieran dimensionar en ese momento que este acto era tan solo el comienzo de una “operación” mucho más amplia para destruir el país atacado. Los vecinos de Rusia, pero sobre todo los países bálticos -Letonia, Lituania y Estonia- y Polonia, se sienten amenazados y no es para menos porque la amenaza es real. Ya el paraguas de la OTAN no funciona y no es garantía de nada para sus socios. Los tiempos han cambiado y la mutua defensa que se invoca a través del artículo 5 del Tratado de Washington, que establecía que un ataque armado contra un país miembro de la OTAN es considerado un ataque contra todos los miembros, es una reliquia del pasado.

En estas horas decisivas para Europa, incluso con el nuevo riesgo añadido de estar ad portas de una recesión económica, hay más incertidumbres que certezas, más interrogantes que respuestas. ¿Seremos capaces los europeos de vertebrar y articular un sistema defensivo que sea capaz de hacer frente a las nuevas amenazas? ¿Se mantendrá unida la UE en torno al proyecto colectivo que representa y sabrá defender sus principios y valores  morales en un mundo en que se avecina el caos? ¿Podremos reinventarnos y hacer frente a los nuevos desafíos en este panorama tan volátil y cambiante?