El arte de habitar

Grattis en Gran Vía

Caminando por la Gran Vía de Madrid, las luces de neón, los escaparates, el ruido de los coches, me da la impresión de alejarme de la ciudad donde la arquitectura nos dota con su presencia de belleza y serenidad.

Sin embargo, paso por el oratorio de Caballero de Gracia, o Jacobo Grattis, noble italiano llegado a Madrid, una figura singular no sólo por su historia y por su huella artística, cuya historia de amor atrae a la nostalgia. La leyenda le envuelve en un ámbito romántico, de amor imposible con una dama de alta cuna que le rechazó, por lo que se entrega a la gracia divina, de ahí su apelativo. Ese amor no correspondido que puede convertirse en fuerza, transformar la amargura en amor, pérdida en creación.

Su fachada fue remodelada por el gran Juan de Villanueva, elegante arquitecto, eliminando la suntuosa ornamentación barroca, introduciendo el pórtico de columnas corintias sobrio y clásico. Parece resistir frente al espectáculo de luces de la gran calle y reinventarse para no desaparecer, como el refugio personal que se hace colectivo.

Continúo andando y recuerdo aquellas obras que nos contaron en la Escuela de Arquitectura sobre Villanueva.

El Museo del Prado, que se pensó en primer momento como Gabinete de Ciencias. Este edificio neoclásico, corazón de la cultura en Madrid, tiene un orden sereno, custodio de las pasiones de nuestros grandes artistas, como Velázquez o Goya. La arquitectura que permanece como guardiana de la memoria junto a la ciudad que nunca duerme ni permanece quieta.

El Real Jardín Botánico, que tuve que dibujar una y otra vez para la asignatura de dibujo técnico, y me lleva a evocar recuerdos del tablero y del rotring. Cada sendero, cada fuente, hasta la valla perimetral de cierre, parece dibujada y pensada con gran precisión.

El Observatorio Astronómico, edificio con proporción y orden. ¡Quién no ha mirado al cielo en busca de respuestas en las estrellas! Un templo laico para entender el universo, desde lo alto del Retiro.

Como el Caballero, sus edificios dialogarán con el tiempo, con la ciudad, con los vecinos y turistas que visitan a esta gran Madrid. Permanencia de ambos en el alma de la ciudad.

Y pienso en la arquitectura como un acto de amor, a veces correspondido a veces no. Nuestros proyectos, nuestro trabajo será ignorado, transformado, se resistirá, igual que las personas, igual que Caballero y Villanueva, aprendiendo a dar forma constantemente, no para dejar huella, sino intentando llegar a lo que parece inasible, la memoria, la ciudad o el amor.

“Lo esencial es invisible a los ojos” de Antoine de Saint-Exupéry en El Principito.