Tiempo de pensar

La fe bajo asedio: de Lepanto a Dunkerque y los mártires de hoy

La libertad religiosa sigue siendo una de las heridas más graves de nuestro tiempo. En pleno siglo XXI, miles de cristianos son perseguidos, hostigados y asesinados por vivir su fe. Lo que a menudo se silencia en los titulares es el rostro concreto de estas víctimas: comunidades enteras que rezan bajo amenaza y familias que pagan con sangre su fidelidad. Cuando la oración mueve la historia: La Iglesia recuerda el 7 de octubre de 1571 como el día en que la Liga Santa venció en Lepanto al Imperio Otomano. El papa San Pío V había convocado al rezo del Rosario, y la victoria  fue vista como un milagro fruto de la oración del pueblo. En 1940, en Dunkerque, el Reino Unido parecía perdido. El rey Jorge VI y Winston Churchill llamaron a una jornada nacional de oración. Millones acudieron a las iglesias, capillas y sinagogas; anglicanos, católicos, protestantes y judíos rezaron unidos, entonando salmos. Poco después, la evacuación de más de 300.000 soldados fue interpretada como un nuevo milagro concedido a un pueblo que clamaba al unísono.

Mártires del presente: Hoy, la sangre de los mártires sigue corriendo. En Nigeria, los atentados contra iglesias se multiplican: en 2022, la matanza de Owo dejó decenas de muertos durante la misa. En julio de 2025, en Komanda, República Democrática del Congo, un ataque contra una parroquia volvió a teñir de sangre el altar. En Asia, se cierran templos y se vigila a sacerdotes y laicos. La persecución tiene un rostro claro: los cristianos son atacados por confesar su fe y reunirse en la oración.Este martirio silencioso, muchas veces ignorado por los grandes medios, es el verdadero drama religioso de nuestra época. También el antisemitismo que vuelve, el pueblo judío sufre un repunte de odio. El antisemitismo, con raíces religiosas y políticas, se ha reavivado en Europa y América. Sinagogas han tenido que reforzar su seguridad, y familias judías son insultadas en la calle por el solo hecho de portar símbolos de su fe. Este es un llamado a la unidad y a la oración ¿Qué hacer ante esta realidad? No callar. El silencio favorece al perseguidor. Pero sobre todo, recuperar la fuerza de la oración comunitaria. Hoy más que nunca necesitamos templos llenos: parroquias vivas, oraciones en familia, sinagogas abiertas, comunidades firmes. Cada banco ocupado, cada rezo compartido, es un acto de resistencia espiritual.

La historia demuestra que la oración compartida puede transformar los acontecimientos. Hoy, frente a la persecución y al odio, nuestra respuesta debe ser clara: templos llenos, comunidades vivas y creyentes unidos. Que cada iglesia, templo,sinagoga o lugar de oración se convierta en un signo de esperanza frente a la violencia, un testimonio de que la fe —en todas sus expresiones— es más fuerte que el miedo.