Durante la era estalinista, el régimen soviético desarrolló una fuerte oposición al formalismo artístico y literario, imponiendo en su lugar el realismo socialista como única expresión artística aceptable. Esta política cultural, que marcó profundamente la producción artística soviética, respondía a objetivos ideológicos específicos y reveló el carácter totalitario del sistema. El formalismo ruso fue un movimiento intelectual desarrollado entre 1904 y 1928 que marcó el nacimiento de la teoría y crítica literaria como disciplinas autónomas. Este enfoque, que priorizaba aspectos técnicos, constructivos y formales de la obra literaria sobre consideraciones externas ideológicas, entró en conflicto directo con los principios del régimen estalinista, que veía el arte como un instrumento político.
En música, cualquier composición catalogada como “formalista” era condenada como “antipopular”, argumentando que “sin ritmo y melodía, el obrero y la obrera soviéticos no pueden aprehender esa música, por lo tanto va en contra de la construcción socialista y es contrarrevolucionaria”. Nótese que el lenguaje inclusivo, el obrero y la obrera, ya era utilizado por Stalin. La postura contra el formalismo alcanzó su punto más alto con el decreto Zhdánov de 1948, que intentaba crear “una nueva filosofía del arte que buscaba la sencillez socialista frente a los valores burgueses y los reaccionarios”. Este decreto fue el comienzo de una serie de feroces críticas contra muchos compositores soviéticos, entre ellos Dmitri Shostakovich, Sergei Prokófiev y Aram Katchaturian. Las primeras medidas represivas provocaron el exilio de muchos creadores como los pintores de vanguardia Vasili Kandinsky, el constructivista Naum Gabo y Marc Chagall, que se marcharon a Occidente.
Para los escritores, los ingenieros del alma, las consecuencias fueron devastadoras. Las purgas estalinistas se llevaron las vidas de numerosos escritores identificados como "formalistas" o simplemente no alineados con la doctrina oficial, incluyendo a Isaac Babel, Osip, Mandelshtam, Boris Pilnyak, Nikolay Klyuyev y Vsevolod Meyerhold. La expulsión de la Unión de Escritores Soviéticos, establecida en 1932 como instrumento estatal para controlar la literatura, significaba la "muerte literaria" para cualquier autor y con frecuencia su asesinato. Conviene no olvidar los estragos del comunismo.