Siempre creí que lo espiritual se manifestaba en las acciones diarias, pero ¿y si fuera al revés? ¿Y si el origen de lo espiritual está en lo físico? Entonces, nuestros conflictos e incertidumbres internas que surgen frente a obsesiones, pasiones, deseos que nos desbordan y la sensación de haber perdido el rumbo, un camino que se supone habíamos definido nosotros mismos…todo ello podría ser consecuencia de una prisión construida por el cuerpo, por aquello que observamos y que encierra los límites de nuestra mente. A veces sentimos una distancia insalvable entre nosotros mismos y la verdad interior: esa verdad que fluye libremente, que actúa según sus propios valores. Porque, mientras la verdad no tiene miedo, nosotros sí.
Ser humano es, ante todo, una experiencia física. Ganar dinero, construir un hogar, formar una familia y cuidar de tu cuerpo: todo esto constituye nuestra interacción con el mundo físico. Sin embargo, lo espiritual – el lugar donde creemos que reside nuestra identidad más profunda – tal vez no sea el lugar donde la guardamos, sino la consecuencia de lo que vivimos. Una manifestación construida por costumbres e impulsos irracionales por lo físico. Así, lo espiritual no es absoluto ni inmutable, sino una de las múltiples verdades posibles, moldeada por nuestras limitaciones y deseos físicos.
Contrario a lo que dirían los filósofos de la antigüedad, como Platón y Sócrates, el bebé primero actúa y luego interpreta. Lo espiritual se desarrolla para explicar las acciones ya hechas, para darles sentido, para orientarse – no para iluminarnos en sí. El miedo al rechazo, por ejemplo, nace en lo social – es un miedo que observamos, vivimos, y luego lo internalizamos como verdad. Así, lo espiritual se convierte en una prisión que define lo que creemos posible.
A veces, lo único cierto es aquello que se puede ver. No lo que se supone, ni lo que se imagina, sino lo que el cuerpo muestra sin ambigüedades. Cuando deseamos saber qué significamos para el otro, buscamos señales, palabras, gestos… pero la única verdad indiscutible es la del deseo o la ausencia del mismo, expresado en lo físico.
Y sin embargo, es precisamente la ausencia de esta verdad tangible la que nos consume. La pasión que vive uno no puede convertirse en una verdad plena porque el otro no está presente en cuerpo y gesto. Esta ausencia y este confinamiento nos hace ver nuestra vida, realmente deseada, alejarse de nosotros. La pasión no correspondida, la espera sin fin, la esperanza que no se materializa: todo nace de lo no visto. Nos quedamos atrapados en una narrativa interna que responde más a la ausencia que al presente. Por miedo, no actuamos. Por miedo, no miramos.
Pero ¿y si dejáramos de esperar a que lo espiritual nos dé respuestas? ¿Y si actuáramos primero? Tal vez lo hayamos entendido al revés: no es lo espiritual lo que guía la acción, sino la acción la que da forma a lo espiritual. El espíritu propio nace de las acciones y deseos irracionales manifestados en nuestra realidad. Convierte lo que ves como ausente en lo físico en acto puro: aprende a navegar en el velero, mira a la persona con ojos de admiración, sin miedo a la verdad irracional que sientes.
Porque las pocas acciones que realizamos, nacidas del espíritu, son las más fuertes, las más enriquecedoras, las más raras de ver, ya que no son reacciones al físico, sino que lo transforman. Son el inicio y el arjé del mundo humano.