Este texto fue escrito en los primeros años de la década de los 90 y permaneció inédito…
Tenía por objeto intentar comprender el modo en el que el triunfante neoliberalismo de ese periodo había echado raíces en mi país, Argentina.
En ese tiempo tumultuoso, en el que asistíamos a la crisis y descomposición del omnímodo estado soviético y se entronizaba el estado liberal .su adversario histórico- creí pertinente tratar de imaginar hasta donde llegarían los efectos del nuevo modelo de gestión a ser implantado en nuestra nación, tan alejado del nacional y popular que había convertido al país décadas atrás en un territorio con aspiraciones de modernidad.
Y a la vista del observador más desatento, surgió de inmediato con nitidez la certeza que los nuevos gobernantes, en su lenguaje oficial y en sus actos concretos, definidos como pragmáticos, habían tomado partido por la versión más cruda y agresiva del “nuevo” liberalismo, esto es, un estado reducido a su mínima expresión, cuyo manejo de la economía y la hacienda era presidido por nociones ultraconservadoras en materia de presupuestos y déficits, con la apertura de la economía local a escala global, fundada en el principio de los “costos competitivos”, la transferencia sistemática de los distintos ejes económicos y políticos más importantes a manos particulares, y en especial, implantando una visión geopolítica no neutral que comprometía de modo continuo el ejercicio de la soberanía política que décadas había exhibido con segura determinación.
En otras palabras, nuestros gobernantes de entonces, habían tomado partido por lo que consideraban el sistema ganador que emergió de la “guerra fría” y con esa convicción marchaban con naturalidad en sus actos, desenfado en sus gestos y certidumbre en la consecución de sus objetivos.
En un plano más general, en esa dirección parecía avanzar entonces el mundo moderno, regenteado en la Europa occidental por un estado enérgico y agresivo en proceso de recuperación (Alemania occidental) y en América por un coloso (EEUU) herido, que parecía comenzar a padecer el destino que Paul Valery diagnostico a las civilizaciones.
Simultáneamente, en el escenario universal aparecían las teorías justificadoras del nuevo orden, y en el campo histórico, ganaba terreno la temeraria teoría que aseguraba “la muerte de la Historia”, enunciada por un profesor norteamericano de origen japonés, que mediante la misma buscaba hipostasiar la realidad.
En sus palabras “el fin de la Historia significará el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en este tipo de batallas”.
Y pareciéndole poco, agregaba…”como idea, la democracia liberal es el único sistema político con algún tipo de dinamismo”.
Menos mal que dicha expresión la hizo advirtiendo que su afirmación se limitaba “al reino de las ideas” (¡)
Hasta ahí llegaba ese borrador de los 90 que entonces abandoné y acabo de retomar 30 años después, para intentar comprender un fenómeno político nuevo que sucedió dentro del recinto legislativo de mi país en estos días, pero que por sus características inéditas puede permitirme reflexionar acerca de los riesgos que contiene.
Conduce el análisis al dramático dilema que para el ciudadano contemporáneo constituye hoy dentro del sistema democrático la elección de una figura que sea verdaderamente representativa de sus intereses en los recintos legislativos, vistas las acechanzas de cooptación que aguardan en todo el planeta bajo la forma de un capitalismo de voracidad sin límites, a quienes se supone representan la defensa de sus derechos.
Sabemos que en nuestros días, por su natural tendencia centrípeta a la acumulación y cartelización financiera, algunos grupos empresariales y lobbytas provenientes de áreas tan sensibles como el mundo digital, financiero e incluso de las grandes corporaciones industriales especialmente, se han convertido en verdaderos estados paralelos, capaces de permear de corrupción cualquier sistema político, redireccionando las decisiones de los miembros de la mayoría de los partidos que conforman su universo, que de esta manera embozada “traicionan” las esperanzas de sus electores.
Basta leer con atención los resultados que a propósito de este fenómeno peculiar de la concentración realizó en esos días una ONG llamada Oxfam, llegando a la conclusión que las familias dueñas de los 3000 patrimonios más importantes del mundo, que en el año 1987 se apropiaban del 3 % del PBI universal, actualmente llevan a sus arcas el 13 % de la riqueza anual que se produce.
Por ello, intentar descifrar el enigmático origen y desarrollo de los procesos históricos que condujeron al mundo a este anómalo acontecer de nuestros días, me condujo a buscar el auxilio de algunos vigorosos pensadores de siglos anteriores que, inspirados solamente por el afán de aclarar los acontecimientos de los que eran protagonistas, nos acercaron con la sabiduría de sus reflexiones aportes para la comprensión de los mismos.
Así entiendo el aporte y el papel de los grandes pensadores políticos de la modernidad clásica nacida en el siglo XVI, desde Maquiavelo a Sartre, pasando por Montesquieu, Rousseau y Voltaire para nombrar solo algunos de ellos..
Y entrando en el terreno concreto de ese avatar que refiero en líneas anteriores –la decisión de un partido de oposición de mi país (que nació como Unión Cívica Radical en los años 90 del siglo 19) que en la Legislatura nacional impulsó un proyecto de mejora de haberes a sus empobrecidos pensionados castigados con las políticas liberales impuestas desde el mes de diciembre de 2023, y luego, al discutirlo en el recinto de la cámara de diputados, votó en contra de su propia iniciativa, después que un grupo de cinco diputados de dicho cuerpo, pasara por la Casa de Gobierno y le fueran comprado sus votos, mediante dadivas y obsequios, como pudo constatarse rápidamente.
Creo que por sus características estructurales, nunca ha sucedido en el terreno de una legislatura democrática del mundo contemporáneo, un fenómeno de cooptación como el descripto.
Creo que el lector más desprevenido estará alertado de lo que sucede en nuestra Argentina en materia política.
Ha llegado a la primera magistratura a fines del año anterior un individuo construido por los medios periodísticos y los círculos conservadores de poder económico y financiero-
Carece de toda experiencia política, ha sido formateado en set televisivos y a través de gestos destemplados y violentas diatribas a sus opositores y al sistema político democrático, aprovechando las dificultades casi ingénitas de un país hoy semi colonizado alcanzó las alturas del poder.
Auto convencido de la pertinencia de sus decisiones y guiado –según sus propias palabras- “por las fuerzas del cielo” se ha impuesto volver a instalar al país “como lo estaba a finales del siglo XIX”.
Pero sus alucinaciones políticas, en este planeta interconectado, por su carácter revulsivo y violento que parece no tener límites, ha encontrado receptividad en algunos países de la Europa occidental, especialmente en Italia, España y Alemania, lo que multiplica los riesgos del sistema democrático como todo.
Por ello, la angustia de lo sucedido en mi país nativo, me llevó a buscar inspiración entre los pensadores del pasado, alguien que me permitiera reflexionar desde un lugar concreto, sobre este dramático fenómeno, que en última instancia no es otro que el de encontrar mecanismos que aseguren por medios idóneos que el representante político electo por el ciudadano no traicione su voluntad ni esterilice con inacción su mandato.
Y en esa tarea creí hacer pie al cruzarme con texto fundamental de la política del siglo anterior, que a su autor provocó enfrentamientos intelectuales violentos y amarguras sin fin, alejándolo incluso de grandes amigos, verdaderos compañeros de ruta, que en ese apasionante mundo del pensar el acontecer contemporáneo, terminaron reflejando del mismo fenómeno visiones opuestas.
Me refiero a Humanismo y Terror, el texto en que su autor, Mauricio Merleau Ponty, además de reflexionar amargamente sobre la crisis del comunismo soviético, afirmando “…que la revolución se ha inmovilizado sobre una posición de repliegue; mantiene y acrecienta el aparato dictatorial al mismo tiempo que renuncia a la libertad revolucionaria” acompañando el desencanto con la ruptura de la adhesión al sistema, formula una reflexión explicita acerca del hacer del hombre político, que es el ancla que centró mi interés y se constituyó en mi punto de partida.
El autor en su afán de ilustrar los desafíos que imponen las contradicciones de la realidad a los hombres políticos, cita a M. de Montaigne que en sus “Ensayos” escribiera “…el bien público requiere que se traicione y que se mienta y se masacre…” y a ese concepto agrega sus propias palabras refiriéndose a la disyuntiva que atrapa al mencionado sujeto, a la que describía.
Se pregunta “que remedio queda? Ninguno; pero si estuvo verdaderamente atormentado entre los dos extremos, era preciso que lo hiciese; pero si lo estuvo sin lamentarlo, si no le molesto hacerlo, es el signo de que su conciencia está en malos términos” y agrega luego Merleau; “(Montaigne) HACÍA DEL HOMBRE POLITICO UNA CONCIENCIA DESDICHADA”).
Estas reflexiones nacidas de la observación critica del funcionamiento de un sistema político que se suponía instaurado para instituir aquella aurora en que el “hombre es para el hombre el ser supremo”, tienen un alcance general que las trascienden y las tornan extensivas a todo sistema político cualquiera el fuere.
Pero Merleau no abandona el territorio de la política en sentido estricto.
Frente a esta crítica surge de manera impostergable la pregunta…que fue lo que derrotó a esa revolución…sus propios límites? Una sustancia alejada del horizonte auténticamente humano?
La ilusión de creer que la naturaleza del poder es independiente del ejercicio del poder?...en fin…
Y en todo caso, la victoria –si es que puede llamarse triunfante al sistema que sobrevivió en la durísima lucha económica, política, tecnológica, política, militar y cultural- se obtuvo en nombre de valores más humanos?...más racionales?...más espirituales?...más acordes con aquel horizonte siempre afanosamente buscado??”
Si tuviéramos que responder esa pregunta observando las consecuencias históricas, políticas, sociales y económicas que produjo ese fenómeno universal debiéramos contestar enfáticamente que no!
Y es en este punto donde deseo plantear un aporte.
En el marco de sus reflexiones políticas y filosóficas, Merleau se refería a componentes ideológicos nacidos del campo del pensamiento los que se encontraban en pugna entonces.
Las presiones de los territorios ajenos a ella estaban presentes como un bajo continuo, pero no alcanzaban a cuestionar la autonomía de la voluntad política.
Pero junto a esa victoria que generó una nueva configuración del mundo, asentada en el triunfo de un capitalismo entendido como eje unipolar, que acentuaba la hegemónica de un país extendida ahora a escala planetaria, luego empezó a crecer a escala geométrica, el desarrollo cada vez más veloz de la tecnología en sus múltiples manifestaciones, especialmente dentro de la esfera del mundo digital
No se observaban antagonistas a la vista, ni mucho menos una distribución más equitativa del poder, que buscara con sincera voluntad política atenuar las gravísimas diferencias que agravadas existían en la mayoría de los países de ambos hemisferios.
En fin, procesando la interpretación de la actualidad a partir del sentido común instalado por los vencedores, que definieron el resultado de la contienda “como un triunfo de la libertad sobre el totalitarismo”, reapareció la figura de la libertad encarnada en el “homo economicus”
Asentado en un terreno feraz, dio nacimiento a una nueva etapa en el desarrollo del sistema, el actual anarco capitalismo, que cobró una nueva fisonomía política en los regímenes que invocamos al comienzo de la nota, en los que se expandían programas de “democracia liberal” y grupos conservadores.
Pero hoy día, a la par de su avance desmesurado, dicho anarquismo económico, convertido en ultraconservadorismo “salto el cerco” y terminó naturalizando todas las transgresiones al sistema político, como pudo verse en el caso paradigmático puesto en marcha en mi país.
A modo de paráfrasis –asi me lo indica la extensión de la nota- diré que mi intención al escribirla ha sido destacar que en el juego de la “forma política democrática” actual –hoy cada vez más parecida a una cascara vacía que a un fruto- los tres actores principales que intervienen son el sistema político representativo, el hombre político (reinterpretado por mi y extendido a todo sujeto que participa en la gestión política cualquiera sea su nivel) y el ciudadano, este último, verdadero y único proveedor de legitimidad jurídica, como empieza a advertirse en lo que acabo de describir, puede encontrar burlada su decisión por la cooptación de actores poderosos, que no fueron electos por la voluntad popular.
Someramente expuesto en líneas anteriores al tiempo histórico del “que venimos” al que alude el título de la nota, sucede de inmediato, más angustiante aún, el que nos espera; “hacia dónde vamos ¿?”.
Si el hombre político que conocíamos, prisionero entre dos posiciones que antagonizaban, terminaba convirtiéndose en una “conciencia desdichada”, dentro del campo de las contiendas ideológicas que respetaban el territorio de la política, el fenómeno que nos acucia en este nuevo tiempo de los gobiernos paralelos (el de las constituciones democráticas y el de las corporaciones que las corrompen) es mucho más dramático pues no es la conciencia la que decide la elección, sino el “homo economicus!...sumido en sus intereses materiales, que no la tiene, como lo acaba de demostrar desdichadamente el Congreso de mi país.
Hace casi 180 años atrás, un pensador alemán anunció que “un fantasma recorría Europa…..”
Esperemos que las grandes mayorías democráticas tomen conciencia del riesgo que significa vivir bajo la alienante presión diaria de los medios y las corporaciones y alcancen a construir una barrera legislativa que logre impedir –por ejemplo mediante una normativa que imponga la expulsión o renuncia de aquellos representantes que no voten en línea con las plataformas para las que fueran electos- que esos avances se consumen.
A mi modo de ver, sería la única manera efectiva de impedir que otro fantasma, pero mucho más poderoso, que consigo lleva todas las de ganar, intente repetir en Europa también el recorrido que acaba de iniciar en mi país.