Reflexiones Australes

Discursos en el día del trabajo

Tanto en España, como en otros países, miles de personas salieron a las calles a “conmemorar” el día del trabajo. No sabemos cuántos de los manifestantes han sido trabajadores y cuántos han sido activistas, quienes solo buscan desestabilizar las mayoritariamente buenas relaciones entre empleadores y trabajadores. Tuve la oportunidad de observar en televisión los discursos de los perpetuos dirigentes de las centrales sindicales, tanto de España como de Chile.

Lo que primero llama la atención, es que normalmente estos dirigentes se adjudican la representatividad en todos los trabajadores, cuando en realidad sus afiliados no superan el 15% de la fuerza laboral en España. En el caso de Chile los trabajadores sindicalizados alcanzan el 20%. Lo segundo, es que culpan siempre de todo a quienes invierten y generan trabajos en las empresas. Los empresarios serían seres perversos que buscan enriquecerse a costa del esfuerzo de los trabajadores. Los dirigentes adoptan como estrategia el exigir beneficios imposibles, con la idea de “negociar” para quedar a medio camino.

Dentro de las demandas que se repiten en España y en Chile, está siempre la reducción de la jornada laboral, para entre otras cosas, tener más tiempo para la familia. Familias que no crecen por la tendencia de los jóvenes a tener perros y no hijos, cuyo trasfondo no es otro que un gran egoísmo. En España aspiran ya a 37 horas semanales, para después presionar por menos. Estas reducciones obligan a las empresas a cubrir turnos con más personal, lo que genera más empleo por la vía administrativa, pero aumentando los costes de producción. En Chile, la gran falacia amparada por la ministra del trabajo comunista, es que la reducción de jornada se compensa con “aumentos de la productividad”. Estas reducciones de jornada laboral, que pueden ser soportadas por industrias rentables, como la banca, afecta directamente a las pymes, que ven seriamente afectada su sobrevivencia.

Otra demanda es aumentar el salario mínimo, muchas veces más allá del crecimiento de la economía y de manera simultánea con la reducción de jornada. Las centrales sindicales también presionan por más impuestos, lo que completa una nefasta trilogía anti-crecimiento: reducción de jornada, aumento del salario mínimo y más impuestos.

Las marchas del 1 de mayo normalmente van acompañadas de violencia y de atentados a la buena convivencia que debería ser la tónica de las relaciones laborales. Los discursos de los líderes sindicales españoles parecían anticuados y la locuacidad observada refleja una reminiscencia de los discursos de Fidel Castro, Nicolás Maduro y Cristina Fernández. Sería importante que los líderes sindicales, por ley deban ir cambiando y también que deberían trabajar alguna vez en su vida, pues la realidad refleja que ellos disfrutan de muchos beneficios financiados por sus asociados y por los contribuyentes, pero normalmente se transforman en “líderes” políticos vitalicios.

En el festival de demandas, proponen rigidizar el empleo, con la idea de que se deba indemnizar a los trabajadores “a todo evento”. Esto implicaría que un trabajador que se quiere cambiar de trabajo voluntariamente también recibiría indemnización. Esta loca idea atenta contra toda lógica y encarece los costes laborales, que al final del día los terminan pagando los consumidores y los propios trabajadores.

Otro aspecto preocupante, es que los sindicatos fuertes amenazan con huelgas en industrias críticas y los empleadores acceden, muchas veces, a demandas absurdas que después se transforman en leyes por la total lejanía y desconocimiento de los legisladores, acerca de cómo funciona el aparato productivo. Otro aspecto que representa un silencio transversal, es la total ausencia de llamados del gobierno, de las patronales y de los sindicatos, a trabajar más y mejor.

Todo se encamina en el mundo laboral a más derechos, pero siempre a  cambio de nada. Lo racional sería que, si se reduce la jornada laboral, debería reducirse el salario de manera proporcional. Esta realidad es una injusticia tremenda, sobre todo para empresarios pequeños, pues estas reducciones de jornada van directo a la última línea de los resultados de la empresa. Ciertamente, en todos estos eventos y marchas, están los empleados del Estado, protegidos normalmente con leyes de inamovilidad y con deficientes sistemas de evaluación interna que determinen y premien a los mejores en desmedro de aquellos que van al trabajo, pero que no van a trabajar.

En resumen, se ha “celebrado” un nuevo 1 de mayo, con mayores demandas y menos compromisos de los trabajadores por ser cada día mejores y por promover el compromiso individual, más que el subsidio infinito del Estado.