Mucho antes de las elecciones del 28 de julio, Venezuela ya venía arrastrando una crisis humanitaria sin precedentes.
La alta inflación, la dolarización, y un salario mínimo de 130 bolívares, equivalente a 3,5 dólares al mes, han hecho prácticamente invivible la situación del pueblo venezolano.
A esto se suma que en la última década, han abandonado el país cerca de ocho millones de ciudadanos venezolanos, de los cuales, cerca de tres millones han sido acogidos en Colombia debido a que los dos países comparten la frontera más larga de América del sur (2.219 kilómetros).
Esto significa que desde que Nicolás Maduro ganó las elecciones en 2013, Venezuela vive una crisis humanitaria sin precedentes.
Con una hiperinflación del 59,2 por ciento, y una economía golpeada por las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa, Venezuela se convirtió en un país inviable para sus veintisiete millones de ciudadanos.
En democracia hay un principio general que dice que es deber de los gobiernos (sean de derecha o izquierda) mantener el mínimo vital básico de sus habitantes.
Esto, justamente, es lo que no se está dando en Venezuela. El éxodo de la cuarta parte de su población es una cifra vergonzosa para el gobierno de Maduro.
Después del 28 de julio, con las dudas frente a un fraude electoral por parte del gobierno, y las marchas de la oposición en Venezuela y en las principales capitales del mundo, la crisis humanitaria se agudizará, y recaerá, una vez más, sobre los hombros del pueblo venezolano.
Los gobiernos de Brasil y Colombia, a través de sus presidentes Luiz Inacio Lula da Silva y Gustavo Petro Urrego, han intentado presentar fórmulas para que Venezuela resuelva esta crisis por la vía política. Pero Maduro no escucha, y por el contrario, ataca y reprime al pueblo que sale a protestar a las calles.
¿Cuál será el futuro del país hermano de Venezuela?
Si Maduro no muestra las actas donde se pruebe, efectivamente, que ganó las elecciones, será un gobierno aislado del mundo, sin muchas posibilidades de juego en el mundo económico y político.
Si Nicolás Maduro y María Corina Machado no se sientan a dialogar para llegar a un acuerdo político, habrá triunfado la soberbia del poder y habrá fracasado la democracia.