Relator

Corrupción y sanción social

Recordemos una vez más la etimología y/ o el origen de la palabra corrupción: del latín corruptus. corrompido, acción y efecto de destruir o alterar globalmente por putrefacción; también acción de dañar, sobornar.

Un país corrupto –como el colombiano y numerosas geografías políticas actuales del planeta— es tierra de lo descompuesto o putrefacto. Una geografía impura de lo dañado o corrompido, tocado por el dedo necrofílico de la Maldad.

Pero, ante los casos, hechos o situaciones, y más aún los personajes corruptos o putrefactos que conocemos a diario –por medios de comunicación y redes virtuales--, lo que indigna es el cansancio físico y mental que esos sujetos o materias producen.

Este mal olor del ‘reino’ –en nuestro caso el viejo virreinato de la Nueva Granada o país colombiano— y los cuerpos y mentes en descomposición, asquean y producen vómitos existenciales.

Lo descompuesto o corrupto solo tendría un destino único –más que el encierro y la cárcel estudiados por un Foucault--, el botadero (ayer, la pena de muerte, más que la monumental e infernal cárcel concebida por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele).

Y los corruptos deberían y podrían ser des--preciados, y como en la historia de Jorge Zalamea, aislados del cuerpo social por el hedor que producen y contaminan: una fortísima sanción moral - social caería sobre los mismos, para señalarlos como frutos podridos irrecuperables.

Porque lo podrido y sin valor (humano) debería ser lanzado allí donde nadie lo vea ni lo huela ni lo tome.

Por su hedor moral, podrían ser alejados, quizás desterrados (en la vieja tradición china, se expulsaba del reino al corrupto, quien era castigado hasta la quinta generación familiar).

Ello, por los principales tipos de corrupción: saqueo de los bienes de la nación, tráfico de influencias, malversación de fondos, prevaricación, nepotismo, compadrazgo, caciquismos, compra de votos (sumándose, asesinatos, secuestros, violaciones, etc.)

La sanción moral,  el repudio, se acompañaría del decomiso de todos los bienes derivados del enriquecimiento ilícito, las extorsiones…

Los castigos por el destierro, no volver a verlos ni cruzarnos con seres corrompidos cuya negra aura es el hedor de los condenados: podrían ser los de habitar en regiones sin vías de comunicación, en las cuales respondieran –estos apestados— por lo saqueado y criminalizado, con el cuidado de la Naturaleza.

Sí, en colonias o islotes, apartados o aislados, trabajando de sol a sol, autoalimentándose. Hasta su agotamiento físico, mental, psicológico.

Y su esperable desaparición individual, familiar y social.