Este poema, titulado…UN HOMBRE PASA CON UN PAN AL HOMBRO, pertenece al último ciclo de su producción poética, que se desarrolla entre España y Francia, en los últimos doce años de su vida y es publicado al año siguiente de su muerte (el poeta fallece en Paris en el año 1938) por la inquebrantable decisión de su mujer Georgette.
Ya señalamos en dos notas anteriores que cuando el “Cholo andino” llega a Europa en 1923, en el curso de los cuatro años anteriores, con la publicación de “Los Heraldos Negros” (1919) y “Trilce” (1922), esta última, la obra más revolucionaria escrita por un poeta hispanoamericano a lo largo de toda su historia, ha culminado su proceso de maduración como poeta.
En el viejo continente se encuentra con un proceso de renovación formal de los estilos literarios y poéticos tanto como pictóricos –en Francia acaban de aparecer el Ulises de James Joyce y La Tierra Baldía, de T.S. Eliot el año anterior- que sin embargo, en sus procesos disruptivos de la tradición dentro de la que se educaron, no tienen parentesco en cuanto al contenido de sus búsquedas, con el camino que recorrió el vate andino.
Si los poetas y literarios que ocuparon durante ese tiempo la escena cultural de las grandes capitales, desde los metafísicos a los surrealistas, alteraron los ritmos de la escritura, quebraron el sentido de los tiempos verbales y narrativos, introdujeron el monólogo interior y realizaron en sus obras una utilización saturante de su vasta cultura erudita quizás instalados en cómodas poltronas, Vallejo en su incomparable Trilce, escrito en parte “en mi celda (donde) leo de cuando en cuando” y “también escribo de vez en vez”, dentro de un vasto escenario que solo él ocupaba, como si fuera un espeleólogo –suponiendo que pudiera aplicarse el alcance de dicha ciencia para explorar “las cavernas del alma”, se dedicaba a poblar el silencio de palabras, encontrar interjecciones expresivas, ayes, lamentos y sugestivas metáforas que le permitieran sacar a la superficie, mediante una sonda que le fue dada, las secretas sonoridades donde el misterio moraba.
Por eso insisto en enfatizar a mi juicio que Vallejo, al llegar a Francia con Trilce en su modesto equipaje, traía consigo, en el terreno de la poesía, la revolución lingüística ya consumada.
El poema al que aludo en esta oportunidad, pertenece a otro orden, remite a otra etapa; sin dejar de ser alta poesía, desplaza su eje desde el signo expresivo por excelencia del hombre, la palabra, al centro del hombre mismo, su propio hacer.
Aparece integrando el conjunto de poemas que se publican bajo el título de “Poemas Humanos” y se edita junto a “España, aparta de mí este cáliz”, un breve poemario de alta voltaje emocional y poético, escrito en homenaje a la recién nacida República, por ese entonces envuelta en una guerra civil desatada en 1936 por el régimen fascista encabezado por un general alzado en armas contra las instituciones democráticas elegidas por la mayoría del pueblo español.
Este matiz sustancial de su producción, aparece en 1927/28, cuando comienzan a acentuarse en Vallejo las preocupaciones sociales, que se nutren de la vida cotidiana más que de los textos canónicos y de la ideología de los partidos radicales, las que se suman a las existenciales que siempre dominaron en su arte poética.
Esa transformación, cuando a comienzos de la década de los años 30 nace la nueva República Española, que se avizora como una nueva aurora política-social, se convierte para nuestro poeta en una opción irrenunciable.
Dentro del nuevo clima que respira, vinculado al realismo social, escribe la pieza que estamos señalando, en la que realizará un inventario notablemente agudo, de todas las desventuras que padece el hombre de ese tiempo, y por medio de contraposición, que es su método característico, mostrará la insensatez que contienen las preocupaciones meramente estéticas y aún, científicas, ante las desventuras que agravian la vida cotidiana y política de entonces.
Dentro de ese convulsionado clima de época describe la “via crucis de cada día.…
”Un hombre pasa con un pan al hombro…/¿voy a escribir, después, sobre mi doble?/ o… /un paria duerme con el pie en la espalda/¿Hablar, después, a nadie de Picasso?/
“Otro se sienta, rascase, extrae un piojo de su axila, mátalo/¿Con qué valor hablar del psicoanálisis? O …”otro tiembla de frío, tose, escupe sangre/¿Cabrá aludir jamás al yo profundo?
Podrá argüirse que no contienen solo irónicas afirmaciones e imágenes críticas del mundo moderno estas estrofas.
Existe en Vallejo una condición metafísica que siempre, más envelada o manifiesta, aparece en todo poema.
Imágenes como “Alguien va a un entierro sollozando/¿Cómo luego ingresar a la Academia?/ o…”Alguien limpia su fusil en la cocina/¿Con qué valor hablar del más allá?/ apuntan a la vez tanto a la condición metafísica como a la del mundo real, pero el remate del poema parece apuntar sin dudas como un lapidario disparo al mundo de la injusticia que el propio poeta palpita cuando grita con amargura “Alguien pasa contando con sus dedos”/¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?
Su poesía no quiere hacerse cómplice de las distracciones o abstracciones que guían al intelecto de algunas figuras políticas, culturales o militares que a través de gacetillas o diarios del momento, libros u otros medios de difusión callan las dolorosas situaciones que se suceden en la opresiva realidad.
El poeta habla (escribe) y al escribir (habla), pero no lo hace con fines prosaicos, sino con la convicción que su fin es despertar en el otro la certidumbre que la función de la poesía –en particular en ese tiempo convulsivo al que alude- es concientizar sobre lo que sucede en el mundo, pero sin renunciar al ritmo y la sustancia de la melodía silábica.
El espíritu del poema es demostrar que pese a tanta miseria y desolación, la solidaridad es el terreno en el que se dirime la aventura humana, y que, el estar del lado de los que luchan por una causa digna, es la forma de estar en todo momento del lado de la causa del hombre.
“Un hombre pasa con un pan al hombro” y “…otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano”…
“Un cojo pasa dando el brazo a un niño…”
“Innovar, luego, el tropo, la metáfora?”.
Sin plantearla expresamente, la respuesta que recorre, de modo diverso, el texto poético a propósito de “(si) tiene algún sentido escribir poesía, cuando suceden tan insólitos hechos y existen tantos insensatos humanos”…¡es que sí, que lo tiene…! porque en última instancia, como lo escribió con aguda intuición el gran poeta romántico alemán F. Holderlin siempre “lo permanente es fundación de los poetas”.