Ni miento, ni me arrepiento

El caso Alvise Pérez: certezas vs. convicciones

Joaquín Leguina y Juan José R. Calaza
photo_camera Joaquín Leguina y Juan José R. Calaza

Desde siempre, las personas que han gozado de notoriedad no se han privado de opinar respecto a cualquier tema, fuesen o no expertas, frecuentemente sin que les preguntasen al respecto. Largan por la borda con la arrogancia propia al status. Lo sufrimos hasta el hastío durante la Covid-19 y seguimos constatándolo con el así llamado calentamiento global (sin excluir que las opiniones de los expertos sean incluso menos solventes que las de amateurs bien informados). No digamos en política. Picasso, Yves Montand, los Barden y Penélope Cruz, Cassius Clay –alias Mohamed Ali- Oliver Stone y hasta Valdano, che, casi nunca han rehuido darnos la matraca aunque no hubiesen tenido la menor idea del significado profundo de lo que es democracia parlamentaria ni democracia popular. Por qué sorprendernos, entonces, que rapperos, youtubers, influencers –o como se diga- lanzados por la ola de popularidad que cabalgan aprovechen oportunamente la ocasión de soltarnos la preceptiva homilía. Qué autoridad moral o intelectual, nos preguntamos, pueden tener fulanito o menganita para darnos la paliza perorando sobre asuntos tan técnicos y complicados como los sistemas de salud. Pues nada, venga a impartir doctrina. 

Sin embargo, ni el uno por mil de españoles adultos ausculta serenamente los debates de ideas o las controversias político-intelectuales. En este campo podrían incluirse los temas más candentes cuya efervescencia condujo a ciertas lumbreras mediáticas a tratar a un Gobierno de asesino por recortes presupuestarios derivados de acuerdos europeos cuyo impacto se manifestó muy ligeramente en la calidad de servicios públicos. Lo vimos cuando gobernó la derecha en España. “Asesinos de la motosierra” (por los recortes) llamaban a los miembros de un Ejecutivo que no hacía más que aplicar normas europeas vinculantes. Expeditiva forma, el insulto, de cortar por lo sano: a una cuestión complicada se le da una respuesta simplistamente fullera ¡Asesinos! 

Empeorando las cosas, si cabe, desde hace años se ha sumado, a la pereza intelectual que impide reflexionar sistemáticamente, la deflagración en las redes sociales de bajuna y vulgar espontaneidad. Ciertamente, a esa plebe -de derechas, de izquierdas y sin filiación- no hay que subestimarla al disponer de un combustible que la empuja con terrible potencia: el odio. Sucede empero que si bien Twitter (X) o Facebook amparan ampliamente la impunidad de hordas de imbéciles con derecho a la palabra no es menos cierto que alientan paralelamente enjambrazón de virtudes cívicamente libertarias como nunca ha habido. Además, la prensa tradicional, la nueva prensa digital y blogs solventes compensan, con una opinión menos extensiva pero más fundamentada, el desmadre de la plebe indocta en las redes. Frente al odio social, el humor, el buen gusto y la cultura constituyen muros infranqueables. Y echarle arrojo intelectual, claro está. Sin que nada impida que personas inteligentes y bien formadas puedan decir o escribir enormes memeces. Lo cierto es que, en España, hasta hace poco el extremismo inquisitorial sólo lo practicaban los nazionalitaristas y portamaletas adjuntos. No exageramos: durante años el terrorismo dominó el debate político. Y a los terroristas no les faltó quienes hablaran en su nombre y defendieran sus malas razones, no empece que hoy día se presenten, innecesario explicar el porqué, en tanto nacionalistas democráticos. Los tiempos cambian, el monopolio de la memez ya no es exclusivamente nazionalitarista. Actualmente, acostumbrados a excesos argumentales surgidos anteriormente del entorno político equidistante o filo-terrorista, cualquier excurso, por bananero que sea, pasa por normal. A partir de este contexto introductorio intentaremos analizar el caso de Alvise Pérez. ¿Es un clásico demagogo o encarna un nuevo tipo de revolucionario?

Anda muy alborotada la corrala porque un marginal sin cobertura mediática –el Sr. Pérez, Don Alvise- consiguió más de ochocientos mil votos moviéndose con desparpajo por las redes digitales al tiempo que una organización política avalada por la crema intelectual, Izquierda Española, y amparada por algunos medios ni llegó a las treinta mil papeletas. Quienes firman este artículo, en anterior pieza nos manifestamos gustosos por la irrupción de IE en el tablero electoral al aportar una visión deslastrada de localismos parasitarios y egoísmos cainitas (nazionalismo / nazionalitarismo supremacista). Ocurre que el verdadero núcleo del asunto, lo crucialmente relevante, quizás sea que casi todos los analistas políticos y estrategas de los partidos no entienden los nuevos tiempos. No nos referimos elementalmente al cambio de ciclo –como se suele decir- sino a la falta de lucidez para observar la revolución de fondo en marcha, el cambio estructural de nuestra época que va más allá de una inteligente y oportunista utilización de las redes digitales para empopar a Alvise Pérez. Porque va resultando evidente que Occidente está cavando su propia tumba. De los progres de Wall-Street adictos al radical chic, del pasotismo frente a China pausada y determinadamente hegemónica, de los gnomos de Davos, del calentamiento global instrumentalizado, de la intervención armada contra Rusia (Macron dixit), de la voladura de la industria europea, de los paños calientes ante el invasor (el PSOE le ha levantado estatua a Almanzor en Algeciras) etc., mejor no hablar. ¿Y si, finalmente, fuesen Alvise Pérez o los revolucionarios culturales de Vox quienes mejor encarnasen la expresión de la resistencia occidental en España? 

Y tanto es así, nos está advirtiendo a su manera Alvise Pérez, que no falta mucho para que libros, artículos, opiniones se publiquen si previamente han pasado un control de calidad feminista y tamponados por la correspondiente agencia o institución habilitada a despachar certificados de probanza –a la par que los yogures eco que deben llevar el sello Bio o AB- o la nueva señalización comunitaria (ay, esos soplagaitas de Bruselas) de los productos recomendados por su contenido en azúcares, de A (óptimo) a E (nefasto). Respecto al cambio climático, no faltan tarugos con mando en plaza en Bruselas que pretenden denunciar –¡y castigar!- a quienes duden públicamente aunque aporten no simplemente opiniones sino poderosas razones científicas, insistiendo, los tarugos, en que los escépticos deben ser perseguidos por ley habida cuenta que esas opiniones –contrarias a la ciencia y al unánime consenso científico de los susodichos tarugos lelos- causan más muertos que el terrorismo. En fin, aleguemos en nuestro descargo, con poca esperanza de ser indultados, que en ciencias –lo que más o menos hacemos todos los días- solo se puede demostrar “La Verdad” de manera excluyente, es decir, solo se puede demostrar lo que es falso. Y, por tanto,  en ciencias –políticas, históricas, jurídicas, naturales, físicas, etc.- no puede haber certezas sino convicciones. Convicciones más o menos probables, nunca certezas. Varias certezas de principios del siglo XX han partido en fuego. Algunas convicciones se están revisando con una revolución cultural de gran calado que exclusivamente parecen entender Vox y un marginal llamado Alvise Pérez.

Suprimidas las certezas, reflexionemos un instante desde el punto de vista de las convicciones revisables ¿Y si la democracia parlamentaria ya no fuera el sistema de gobierno óptimo para una parte importante de la población? ¿Y si el populismo de derechas, incluso beligerante, fuera la tabla de salvación que a la desesperada abraza una población abandonada por el wokismo político sesgado y elitistamente dominante en Occidente? ¿Y si para poder llegar a casa, sola y borracha, hubiera que meter en la cárcel a quinientos mil delincuentes, setenta por cierto de los cuales extranjeros? ¿Y si al Sr. Pérez, Don Alvise, lo han votado ochocientas mil personas pero hay ocho millones más que apoyan en el fuero interno sus propuestas? Abandonemos de una vez –sin equidistar ni caer en el relativismo del todo vale- la arrogancia de las certezas. Nadie puede probar que mañana amanecerá. Nadie puede probar que la democracia parlamentaria sea el menos malo de los regímenes políticos. Nadie puede dar por cierto lo que es únicamente convicción. “Verdadero”, “cierto”, en el sentido de Gödel es lo que puede probarse lógicamente/matemáticamente (es decir, según ciertas reglas lógicas previas que evitan la incoherencia pero no pueden evitar proposiciones indecidibles). La ciencia es harina de otro costal. En la ciencia (política o de otra índole) no puede haber certezas sino convicciones. Y las convicciones son más o menos probables. ¿Cómo cuánto de probables? Esta pregunta encapsula toda una revolución cultural. 

Alvise Pérez ha tenido el talento, la intuición natural, de entender que, salvo los tarugos enfermos de dogmatismo sectario, la gente normal no funciona a la larga por certezas –prácticamente imposibles de defender fuera de la lógica y las matemáticas- sino por convicciones. Las certezas son inalterables, pero las convicciones, unas más que otras, se revisan constantemente. Se acabó la fiesta de la certeza políticamente correcta  –esa dogmática solución de facilidad- empieza la era de la revolución cultural, redes digitales mediante, con convicciones revisables.

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