Colombia atraviesa una grave crisis en todos los órdenes de la vida y este intento de asesinato es un síntoma más del proceso de descomposición por el que atraviesa la nación colombiana desde la llegada del presidente Gustavo Petro a la máxima magistratura del país, allá por agosto de 2022.
La historia de Colombia siempre ha estado surcada por grandes magnicidios, como el que se pretendía perpetrar en estos días contra el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay, hijo, por cierto, de una periodista asesinada por terroristas de extrema izquierda durante su largo secuestro, Diana Turbay, y que ahora se debate entre la vida y la muerte en un hospital de la capital colombiana, Bogotá. Todavía no se conocen los móviles de este intento de asesinato, pero no cabe duda que este atentando ocurre en uno de los momentos más críticos de la presidencia del primer presidente de izquierdas en la historia de este país, Gustavo Petro, y en un momento de profunda descomposición social, política y económica.
En medio de la grave crisis que atraviesa el país, la inseguridad aumenta por doquier, la violencia se recrudece en las ciudades y veredas, el terrorismo no cesa en sus acciones, tanto por parte de las disidencias de las FARC como por los atentados del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y la inseguridad ciudadana está al orden del día, reproduciéndose los secuestros, atracos callejeros, homicidios y hurtos por todo el territorio. Conviene recordar que solamente en el año 2024 hubo en este país casi 14.000 homicidios, una cifra significativamente alta en un país que tiene la misma población que España -en ese año en nuestro país hubo apenas 289 homicidios-.
El atentado acontece en medio de esta grave crisis de gobernabilidad y cuando el presidente Petro, de una forma autoritaria e irresponsable y desoyendo a las instituciones políticas, como el Senado, pretende celebrar una consulta popular sobre algunas cuestiones que el legislativo ha rechazado, como sus polémicas reformas de la salud, el mercado laboral y otras. Petro, que en estos tres años ha malgastado su crédito político con decisiones erráticas, nombramientos discutibles, polémicas sin sentido y escasa concreción programática, dando palos de ciego y sin haber logrado consolidar siquiera un equipo, atraviesa su peor momento. En este mandato, que cada día que pasa se parece más a un viaje hacia ninguna parte, Petro ha nombrado a 53 ministros y 126 viceministros, muchos de los cuales, como el ex de Salud, Alejando Gaviria, y el ex de Exteriores, Alvaro Leyva, se han convertido en feroces detractores de la deriva política que vive el país.
Leyva, uno de los políticos colombianos más veteranos en la escena política de Colombia, asegura que el presidente Petro no está preparado para gobernar el país y que sufre serios problemas de adicciones, tanto de drogas como de alcohol. No en vano, el presidente Petro ya ha aparecido en varias ocasiones en público en estado de embriaguez y en su entorno todo el mundo sabe de sus múltiples y nunca explicadas desapariciones en sus viajes oficiales, de su ajetreada vida personal -incluida la misteriosa desaparición de la primera dama de la vida pública y privada, Verónica Alcocer- y su constantes incumplimientos de sus obligaciones en la vida pública, como su sistemática impuntualidad e incluso inasistencia a actos importantes en su agenda, como haber dejado plantados sin justificación alguna a jefes de Estado y de Gobierno en sus viajes. “Ya no más Presidente Petro. Hora de irse. Esto porque en sus manos, en su situación, el país se hunde. El alma de la nación está en pena. Ya se mira y se sufre con angustia el caos moral y político al que usted la ha conducido”, aseguró tajante y vehemente el ya citado ex canciller Leyva.
Ahora, el atentado contra Miguel Uribe es un aldabonazo en la conciencia moral del país, donde desde la izquierda como desde la derecha se cuestiona al controvertido presidente Petro, que sigue adelante en su deriva sin preocuparle la decadencia moral y ética de la nación colombiana. Incluso su mensaje de condena del atentado contra Uribe ha sido sorprendente, ambiguo y nada contundente a la hora de rechazar la violencia contra uno de sus mayores detractores en la sociedad colombiana. Petro siempre es escurridizo, nunca da la cara y escurre el bulto, tirando la mano y escondiendo la piedra, que se dice vulgarmente. Su ex ministro de Salud, el ya citado Gaviria, aseguraba tajante ante las palabras de Petro: "Un mensaje indolente, sin sentido, indigno de un presidente o de cualquier líder político. Produce rabia y desazón”. A la desazón reinante, en medio del caos dominante y la tragedia por el intento de magnicidio, se le viene a unir la tibieza del máximo mandatario colombiano.