Continuando sobre el artículo anterior, diremos que el toreo a caballo, de origen portugués, se puede aceptar como una conjunción doble, en el que hay que dominar dos artes; la del toreo y el de la equitación frente al toro.
El caballo ha de contestar a punto el estímulo del jinete, para cuando este incite, esté presto el animal a obedecer al caballero sin perder equilibrio, embarcarlo a la grupa o al estribo con la justa distancia y medida que la res desarrolle en su embestida, consumiendo la suerte con limpieza y salir airosamente del embroque.
Es traer, correr y llevar el toro, dejándolo bien colocado, para entrarle por derecho para ejecutar las distintas suertes sin dar lugar a que derrote y alcance al caballo, el cual debe ser muy manejable, obediente y fuerte para que, concentrado en el movimiento que el caballista le imponga, luzca el dominio y el secreto de siempre como es: el temple.
Con el transcurrir del tiempo, se ha ido perfeccionando cada día más este toreo en nuestro país, todos los antepasados rejoneadores/as aportaron sus torerías y granito de arena para el bien de este singular espectáculo, desde que comenzara Antonio Cañero hasta el último del día de hoy, han sabido conjugar la belleza y la emoción para el atrayente festejo, evolucionando a buen ritmo y conseguir cotas altísimas, que ahora se rejonea mejor que nunca, al igual que pasa con el toreo a pie.
Recordaremos unos pocos rejoneadores/as, incluso algunos han formado dinastías familiares, nombraré solo apellidos, que fueron y son significativos protagonistas, elevando a lo más alto este arte; el nombrado Cañero, siguiéndoles los Domecq (con frecuencia hacían la suerte de matar con la espada desde el caballo), Bohórquez (su toreo de frente y estilo campero), Pareja-Obregón, Pérez de Mendoza, Pidal, Guardiola (fallecido en Mallorca por derribo del caballo), Peralta (inventor de las rosas y banderillas cortas), Paquita Rocamora, Bernardino Landete (creador del par de banderillas al violín), Buendía (estilo campero y excelente garrochista), Duque de Pinohermoso, Mancebo, Arranz, Valdenebro, Vidrie (gran innovador de suertes), Vargas, Bedoya. Manolo Carvajal (magnífico caballista y doma, en su época el más joven de España), Emi Zambrano, Leonardo Hernández (asiduo torear reses en puntas), Cartagena, Mayoral, Correa, Galán, Martín Burgos, Hermoso de Mendoza (espectacular en quiebros y doma), Mota, Langa, Munera, Romero, Armendáriz, Ferrer Martín, Sergio Pérez, Sebastián Fernández (muy campero y garrocha), etc.
Sin olvidar a los grandes artífices del país vecino luso, que tanto fomentaron el rejoneo, comenzando por el pionero y propulsor de esta modalidad, allá por el siglo XVIII, el marqués de Marialva, siguiéndole Castello Mehlor, Rego da Forneca, Casimiro Monteiro, Bento de Arauja, Casimiro da Almeida y Fernando de Oliveira.
Después serían otros los continuadores, como; Simao da Veiga, Palha, Branco Nuncio, Lupi, Bastinhas, Joao Alves, Batista, Ribeiro Telles, Moura, Rouxinol, Caetano, Ana Rita, Diego Ventura (afincado en nuestro país, el cual posee magnífica doma española emanada de los hermanos Peralta), Rui Fernandes o Mara Pimenta, etc.
Todos/as ellos/as han engrandecido y transmitido este exquisito arte, no solo en España, también cruzó la frontera a Francia a finales del siglo pasado, país que ha forjado grandes rejoneadores/as, entre otros, Luc Jalabert, María Sara o Lea Vicens (establecida en España, extraordinaria amazona y curtida en la casa Peralta).
Cabe destacar a dos excelentes rejoneadoras del siglo pasado, de tierras sudamericanas, la chilena Conchita Cintrón, y la colombiana Amina Assís, ambas exhibieron su arte campero por todo el orbe taurino.
Diremos que, el rejoneo a la española nació un día en tierras andaluzas, donde el toro en su hábitat persiguiera al jinete montado en su jaca para encontrarse juntos en un ruedo, allí el caballista comenzaría a sortear suertes con el asedio coleteo de su caballo, derivando de ello una bocanada de aire fresco serrano o de marisma que lame los troncos y mece las ramas de las encinas y fresnos.
Para terminar este modesto artículo, quiero recordar unas sabias palabras que un día lejano le escuché decir al inolvidable maestro jerezano don Álvaro Domecq y Díez: “Cincha, montura y espuela, sin un lamento ni un roce, fundiendo en un solo mármol, el caballo con el hombre, frente a un toro bravo enardecido”.