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El arte del rejoneo, un toreo doble (Primera parte)

A último del siglo XVII, fue la época más considerada del toreo a caballo en Portugal. El origen de torear a la jineta fue obra de los lusos, quienes siempre han tenido excelentes rejoneadores. Es un arte que, durante el siglo XX dejó de ser exclusivamente del país vecino, traspasando fronteras para España, aunque todavía siga siendo su mejor timbre taurino, colorista y ceremonioso de los portugueses. A ellos se les debe mucho del progreso de las suertes de este toreo, prácticamente todas en vigor.

Los españoles hombres de campo, andaluces, castellanos, extremeños o leoneses, bregaron con los toros bravos en un lidiar en las dehesas junto al caballo, animal este lo fueron seleccionando y adaptando para el arte ecuestre del rejoneo.

En el rejoneo, el toro es el que persigue, el caballo el que seduce, donde el jinete montado sobre la cabalgadura, esquiva y pone arpones, constituyendo todo ello una producción de imágenes de los más bellos primores del arte de montar a caballo que, desde alguna manera, el caballista español compitió con los “cavaleiros” vecinos, siendo estos verdaderos ases de clavar rejones, farpas y banderillas al toro.

El toreo a la portuguesa adopta una indumentaria muy contraria a la que usan los españoles, su vestir es una casaca larga de raso con bordados de origen felipesco, pantalón de tono claro y ajustado, camisa blanca, bota alta de charol, sombrero negro ribeteado de galoncillo estilo napoleónico, escarapela y plumero. 

Mientras nuestros rejoneadores españoles, divorciados de esa vestimenta, montan en silla vaquera con botas y zahones de cuero, calzona campera rematada de brillante botonadura desabrochada, camisa blanca con chorreras, sin corbata, chupa o chaquetilla de rico paño y sombrero cordobés de amplias alas.

Aunque en estos tiempos que corremos, algunos rejoneadores españoles, han cambiado un poco su vestir con toques bordados en la chaquetilla y sombrero parecido al de bandolero, como es el caso de Pablo Hermoso de Mendoza (recientemente retirado de los ruedos), su hijo Guillermo, y pocos más.

Todo esto indica que nos encontramos ante un jinete en plaza que va a practicar a la andaluza las más vistosas suertes del arte de torear a caballo para ejecutar esos tres tercios reglamentarios que compone la lidia, semejantes como son los de a pie.

La bella estampa del jinete y caballo, que siempre estuvieron presentes en las ganaderías practicando faenas propias de la misma, como son; tentaderos, derribos, encierros, garrocheo, etc., sin dejar nunca olvidado que el verdadero protagonista para ser lidiado en las plazas es el toro bravo, su destino.

En 1913, aparece esporádicamente en los ruedos españoles un joven señorito aristócrata cordobés que toma parte en festivales benéficos, alternando con los toreros de a pie. Era profesor de equitación que adiestraba potros para el Ejército Español como viejo maestrante de una orden de caballería a la jineta y culto al caballo.

Pero verdaderamente en 1921, es cuando siente este joven la inquietud torera, tomando al caballo por las riendas y vestido de campero entra en las plazas de toros españolas, orientando su arte de una forma muy singular que lo separa del rejoneo a la portuguesa, transformando y practicándolo tan dignamente el toreo ecuestre con tanto éxito por todos los ruedos que actuaba, matando con rejón desde el caballo.

No es otro que don Antonio Cañero y Baena, quien empezaría esta modalidad, la que hizo crecer con esplendor en todos los cosos españoles, como también en Francia, México y otros países sudamericanos donde poco a poco fue engendrándose el arte a la española. Sus grandiosos logros fueron con la jaca “Bourdó”, que tanto quería y mimaba, que un día murió de vieja, llorando Cañero su muerte.