Edmundo González es un bondadoso anciano, con los modales suaves de quien fue diplomático, ya pasada de largo la edad de su jubilación. El Gorila vio en él al tipo de candidato sin vigor, renqueante, al que poder derrotar en sus elecciones presidenciales. Antes había ido inhabilitando o encarcelando a otros candidatos, de los que se maliciaba podrían presentarle batalla. La última, la muy aguerrida Corina Machado, a la que apartó de la carrera con alguna maña de leguleyos comprados, que no me molestaré ni en investigar.
Pero véase por dónde, los venezolanos están tan hartos, tan abrasados del gorila Maduro, que el bondadoso anciano, al que solo le faltaba ser llevado a los mítines, en silla de ruedas, por Corina Machado, se alzó con una victoria arrolladora, acreditada por las actas que sus seguidores se cuidaron de recoger en cada mesa.
El estupor del Gorila fue enorme. No vio otra salida a la situación que consumar el siempre contemplado pucherazo y proclamarse ganador. Sin prueba alguna pero con el apoyo de un Tribunal Supremo tan adicto como corrupto, nombrado y manipulado por él (lo que, dicho sea de paso, es el camino que Pedro Sánchez ha diseñado para España)
La suerte de Edmundo estaba echada. El fiscal venezolano (otro remedo de Álvaro Ortiz) inventó diversos cargos, todos graves y todos castigados con penas de cárcel, que le conducirían a la muerte en prisión, si antes algún recluso “adicto” no le clavaba un cristal de botella en el cuello. Y es en esa tesitura cuando aparece el mediador, el hombre de paz, Zapatero. Siempre dócil con sus dos amos, convence al primero, el Gorila, para que deje salir al venerable anciano del país: Y al segundo, Sánchez, para que le acoja con grandes gestos de solidaridad. Salvar la vida de Edmundo no es logro menor, condenado como estaba. Y quitarle al vencedor de delante a Maduro, un servicio inapreciable. Que se remata (como los buenos toreros con el pase de pecho) con el protagonismo de Sánchez, el munífico, el humano, el misericordioso…
Ahora queda al frente de la tragedia la heroína de esta historia, Corina Machado. La buscan para matarla. Y la matarán si no escapa antes, dejando a los pobres venezolanos en la orfandad más desesperada. Llegado este punto de la historia, es forzoso echar de menos aquellos tiempos en los que si un tirano se pasaba de la raya, alguna potencia dominante le mandaba una fuerza que lo echaba del poder a patadas. Eran tiempos de Teodoro Roosevelt, aquel de “Habla suave y lleva un gran garrote”.
Pero hoy, los americanos huyen como ratas de Afganistán, dejando a las mujeres no solo enlutadas y cubiertas hasta los ojos, sino mudas. Pronto, en algún país del Islam, además del clítoris les cortarán la lengua. Putin, a su vez, despacha a sus opositores bien con polonio bien con alguna cárcel del polo norte. Y a los tibios con Xi, un par de siquiatras los sacan del congreso del P.C. chino, delante de todos y cogido por los sobacos. No, ya no existen los 100.000 hijos de San Luis, aunque aquellos viniesen para reponer en el trono al muy sátrapa Fernando VII.
Deseemos a Edmundo González una vejez tranquila en Madrid. Deseemos a Corina…no sabemos qué desearle porque el destino de los héroes suele ser trágico. Deseemos a Borrell que siga siendo el que más se moje, aunque se moje lo justo. Y deseemos a la pobre Venezuela que consiga salir del bucle espantable que le aprisiona, aunque sin ayuda de nadie no parece posible.
¿Por qué este destino miserable de los países americanos? De España se independizaron hace 200 años y España les dejó muchísimo mejor de lo que ahora están. Nos duele Hispanoamérica, independientemente de que nos quieran o nos odien.