Hace unos días, en la Feria del libro de Guadalajara (México) el Nobel de Química, Venkatraman Ramakrishnan, advertía que la posibilidad de alargar la vida «va a cambiar la naturaleza de la sociedad».
Sobre el sentido de la vida, poco se puede decir de manera lógica salvo que es un dato. Se está vivo o no. Es la condición sine qua non para todo lo demás por lo que no sólo es un verdadero Derecho Humano, radicado en la naturaleza de lo que es ser humano, sino que, además, es la premisa operativa para los demás. El resto del núcleo fundamental de los Derechos Humanos, que observan una naturaleza dual de consecuencia implícita formal de estar vivo-premisa para el desarrollo formal de otros bienes jurídicos, son la libertad, la integridad y la propiedad. Son el núcleo de lo que es ser humano en lo jurídico e, inevitablemente, en cualquier forma de sociedad independientemente de su evolución.
Por tanto, ¿cuál sería la finalidad de la sociedad para entender cuál es su naturaleza y ver si cambiaría algo en ella con un cambio de la vida media individual?
Si el objetivo de la sociedad fuera aumentar la esperanza de vida, la supervivencia, de los individuos, no veríamos más que un avance en dicha finalidad. Nada nuevo desde que la esperanza de vida media a duras penas llegaba a los 30 hasta los 73 de hoy en día, con proyecciones de superar los 77 en 2050.
Por tanto, o la sociedad no está ordenada a la supervivencia del individuo y, con él, la del conjunto, o su naturaleza no cambiará lo más mínimo en razón del incremento de la esperanza de vida media de los sujetos que la componen.
Si no es vivir, es decir, esa condición booleana y perfectamente constatable, del individuo, sólo nos quedaría entrar en lo contingente y, por tanto, en lo especulativo. En el resbaladizo terreno de las definiciones ya sean estas de lo general, la sociedad, o del individuo y, ya no si vive o no, sino cómo vive. Ambas cuestiones de un alto contenido semántico y, por tanto, limitadas a su definición.
¿Qué es el grupo y cómo se define? ¿Quién forma parte de él? ¿Cómo se vive bien? ¿Merece una protección una buena vida respecto de aquella que se considera lo que no lo es? Más que preguntas retóricas, son expresiones concretas de peligros concretos que vemos diariamente. ¿O no escuchamos con frecuencia expresiones como derecho a tal o cual cuestión como condición indispensable para el desarrollo de una “vida digna”? ¿Acaso esas vidas son indignas hasta que no son provistas, por lo civil o militar, de tal o cual condición material? Desde luego para el materialismo, para el marxismo entre otros, así es.
El hombre nuevo marxista no es en sí mismo. Lo es por sus condiciones materiales que en su nada elaborada pesadilla serán provistas por un Estado omnímodo y omnisciente. Y ya sabemos cuál es el resultado de poner a los mandos a un imbécil que se cree infalible: todas sus falibilidades no son tratadas adecuadamente, sino adecuadamente erradicadas.
Por ello, en un mundo donde se le atribuyen falsamente al capitalismo cualidades propias del marxismo y sus diversos adefesios, y son éstas sobre las cuales no sólo se legisla sino hasta se piensa, se siente, se sufre y se padece (¿qué es si no el sentirse lo que no se es y legislar sobre aquel sentimiento llamándolo realidad?), habría que plantearse qué es lo que se va a alargar. Si la vida “booleana” o la vida con apéndice semánticos, esto es, con sentido. Porque en este sentido está el peligro. Para muestra, un botón: públicamente sólo dos líderes han hablado entre ellos sobre el tema. Putin y Xi Jinping. Cuidado con quién define. De entrada, estos dos países ya dejaron fuera de la definición a más de 80 millones de personas en menos de un siglo.