La anciana de cabellos de acero, disminuida en su silla de ruedas, mira la foto de su niño balanceándose en un columpio, y se pregunta si ese niño es la misma criatura que ahora aparece en los periódicos como el temible jefe que amedrantó con su tropa los pueblos de los Montes de María y las aldeas de todo el país. ¡No puede ser! Ella se niega a creer que su niño haya sido capaz de ordenar las decapitaciones de hombres, mujeres y niños; los descuartizamientos de sospechosos y amenazados, en diseños de macabras maquinarias de exterminio humano. Primero, matándolos con un tiro de gracia en la cabeza, fusilándolos en grupo, descuartizándolos con motosierras, arrojándolos a las fauces de los cocodrilos y las serpientes, arrojando los cadáveres al lecho de los ríos, a las fosas comunes, y finalmente, a los hornos crematorios.
¡Ese no puede ser mi niño!, dice la anciana acariciando la foto en el viejo álbum familiar, en contraste con la imagen del comandante que acaba de ver en el periódico, ese hombre sanguinario que ordenó las matanzas en las aldeas más recónditas, sin dejar huellas de cada muerto, en secreta y endemoniada complicidad con ciudadanos, terratenientes, empresarios, militares y gente del gobierno. Al principio se dijo: ¡Esto es un mal sueño! Lo recuerda haciendo disparos con la boca, con una pistola de plástico. Puiff! Puiff! Y los amigos simulando ser derribados por una bala invisible. ¡Era un juego de niños, por Dios! ¡Todos los niños jugaban con pistolas y metralletas de plástico! Yo nunca le conocí un arma cuando era adolescente, aunque me decían que le gustaba coleccionar armas antiguas. Nunca las vi. ¡Esto no puede estar ocurriéndome a mí! ¡Él, mi niño adorado, hombre honorable, impecable, incapaz de salirse de la ley! ¿Cómo van a manchar la vida de mi hijo, diciendo que él dio la orden atroz de matar civiles pasados por insurgentes? ¡Siempre se dijo que eran insurgentes que habían sido de baja! ¡Ahora hay fosas comunes por todas partes, y el colmo es que le echen toda la culpa a mi niño! ¡Cuánta infamia contra mi pobre hijo! ¡Dios lo guarde! ¡Es una criatura inocente!
Su mirada se pierde entre la luz y la sombra de las fotografías, y con un destello de nostalgia e inusitada desolación recorre las imágenes doradas y en sepia de su hijo, y en esa travesía de la memoria soslaya los enigmas que le perturban, el resplandor oscuro de la mirada vivaz, aguda, profunda, del niño entre sus brazos. Y la mirada del hombre sentado en la poltrona del poder, en medio de la luz azulada de los pavos reales y el verdor de su inmenso reino de palmas africanas.
¡Mi vientre no ha engendrado a ningún monstruo!, dice.
¡Los bárbaros y los perversos son otros!
El hombre acaricia el lomo dorado de un caballo de paso fino.
El niño de la foto se balancea en su columpio.