La tradición de los vinos salutíferos, destinados a enfermos afectados por las más variadas dolencias, es casi tan vieja como la propia historia, siendo la más importante recopilación de vinos aromáticos, vinagres y vinos salutíferos de todas las obras clásicas, la de Casiano Baso, en el siglo V d.C. Las propiedades que se atribuían a los vinos medicinales eran básicamente como tónicos, estimulantes del apetito y reconstituyentes. El más famoso de ellos sería el “vino marcial” indicado en la anemia y que se preparaba con clavos oxidados puesto en vino, durante un largo tiempo y que luego se filtraba para tomarlo.
De hecho, los vinos medicinales han estado presentes en las sucesivas farmacopeas hasta bien entrado el siglo XX. De la farmacopea española desaparecieron en la edición de 1954, aunque se siguieron despachando en farmacias décadas después, y algunos pasaron a elaborarse industrialmente y comercializarse fuera de las boticas. Sin embargo, la verdadera puntilla que acabó con los vinos medicinales fue la Ley General de la Seguridad Social de 1962 que los excluyó de la financiación pública, junto a las aguas minero-medicinales, jabones medicinales y cosméticos.
Otra clasificación de estos vinos es la que hace Raimundo Fors en 1841, en su “Tratado de Farmacia Operatoria”, que llama enólicos a todos los preparados magistrales cuya base es el vino, distinguiendo –a su vez- los enolados (que se preparan disolviendo sustancias directamente en el vino), de los enolaturos (obtenidos por maceración de productos orgánicos o por adición al vino de extractos, fundamentalmente vegetales). Hoy día, sin ser vinos medicinales, un enolado sería el vermut, porque se obtiene agregando a un vino blanco una infusión alcohólica de plantas, mientras que un enolaturo sería, el vino de mirto, que se consume con éxito en Cerdeña, poniendo simplemente hojas de mirto en vino.

El 20 de abril de 1926 la Inspección General de Sanidad registró con el número 7921 el vino de peptona, preparado a partir de carne de vaca predigerida con pepsina. Las peptonas así obtenidas se incorporaban a un vino que se recomendaba para anémicos y convalecientes, tísicos y todos aquellos pacientes que digerían mal los alimentos. En Madrid, tenía una gran tradición el vino de peptona fabricado como fórmula magistral desde finales del siglo XIX por la Farmacia Ortega, en la calle de León 13, que además fabricaba vino de peptona y hierro, chocolate de peptona y una leche peptonizada, que se recomendaba tanto para los niños como para “la debilidad extremada de los ancianos”.

Algunas de las variantes de vinos medicinales contenían minerales poco recomendables. Éste es el caso de un vino uranado que, como su nombre indica, contenía uranio y se prescribía como antidiabético, entre otras indicaciones como la artritis o el reuma. Hay publicaciones en las que se especificaba cómo compaginar el uso de este vino con la insulina, y en la etiqueta de la botella se recomienda una copa con las comidas y otra antes de acostarse. Registrado por la Inspección General de Sanidad en 1920 con el número 665, seguía comercializándose industrialmente en España en 1967 y se ha encontrado documentación que prueba que la Comisión Nacional de la Energía seguía suministrando uranio a sus fabricantes en esa fecha.
Los vinos medicinales también pasaron de ser preparados como fórmulas magistrales en las boticas a una posterior preparación en laboratorios como especialidades farmacéuticas a finales del siglo XIX o bien directamente a su fabricación industrial en el siglo XX como alimentos, aunque en su publicidad seguían atribuyéndoles propiedades médicas o higiénicas, siendo los más conocidos en España los vinos quinados de Santa Catalina y San Clemente.

Como origen lejano de lo que habría de dar lugar a la bebida no alcohólica más conocida, la Coca Cola, es un vino espirituoso producido por el químico francés Ángelo Mariani, que tenía la afición de mezclar el vino de Burdeos con cocaína, llegando a comercializar un “Vino Mariani”, al que el Papa León XIII cedió su imagen, y al que se aficionaron pronto escritores de la talla de Julio Verne, Alejandro Dumas y Arthur Conan Doyle, En fin, una sorprendente relación de la farmacia con la literatura, esta vez a cargo de un vino medicinal.