Mares de letras se escribirán estos días sobre la figura del Papa Francisco, lloverán las fotografías abrazando al Sumo Pontífice fallecido, pretenderé no sobreabundar pero he de confesar que será inevitable.
Conocí a Francisco hace muchos años, cuando todavía era Jorge y celebraba Misa en la Catedral de Buenos Aires como obispo auxiliar, siempre que lo vi, vi a un cura, si tuviera que definirlo con una palabra sería SIMPLE, de mirada profunda, indagatoria, dueño de un sarcasmo propio de los seres inteligentes. Dueño de sus silencios y de sus frases.
No soy de los que se sacó una foto, ni lo abrazó, pero sí observé con emoción profunda su designación como Papa, con el orgullo nacional propio por supuesto, pero con el espíritu dispuesto a creer que era posible otra mirada más humana, una que hablara con gestos y no con palabras, sin ser esto crítica de manera alguna de ningún Papa anterior con la inmensa riqueza que ha dejado cada uno. Pero era necesario que la Iglesia volviera su mirada a la gente y sobre todo a la gente de descarte, allí puso el foco Francisco, comprendió de manera singular la necesidad de un mundo donde haya lugar para todos, un mundo donde a la luz del Evangelio, comprendamos la verdadera familia que conformamos, hijos todos, los que creen y los que no de un mismo Padre, Francisco habló del amor como cristal a través del cual todo lo deberíamos ver.
Como había hecho cuando lo designaron Arzobispo de Buenos Aires, eligió un pequeño lugar de trabajo vecino a la Sede del Arzobispado, en Roma hizo lo mismo, y esos gestos, pequeños y cotidianos despertaron las miradas.
Ya sabemos hoy que despertar las miradas implica estar sujeto a ser juzgado, a sacar frases de contexto, a estar expuesto a la crítica feroz y malintencionada de quienes se ven cuestionados en sus miserables huecos de poder.
Todo quedará en la historia, por los frutos lo reconocerán, sin duda el Papado de Francisco comienza ahora, en el minuto después de su muerte, donde cada palabra pronunciada cobrará un nuevo significado, donde cada silencio tendrá una fuerza mayor, lo veremos estoy seguro después de este oleaje de personalidades (él, estoy seguro no hubiera querido tantas visitas ilustres a su tumba, sino más bien que todo eso que se gasta en protocolos, se invierta en cada país por los más pobres).
Por último me quiero referir a las mil especulaciones del por qué nunca viajó a la Argentina de regreso, y me retumba en la mente y en el alma aquella parábola del Rico Epulón y el Pobre Lázaro. Cuando Epulón se encontraba en el tormento del infierno y pedía desesperado que regresara Lázaro a avisar a sus hermanos, y la respuesta de Abraham dura, pero real: …si no les creen a los que tienen entre ustedes, por más que resucite a un muerto no le creerán. Y me pregunto, si durante tanto tiempo caminó en la Argentina y nunca lo escucharon como Bergoglio (aumento de la pobreza constante por décadas llegando a un 60% de la población en un país con enorme riqueza) ¿por qué escucharían a Francisco?