Entre la ley y la honestidad

Rosalía de Castro, eterna: poesía y justicia en el día de las letras gallegas

Rosalía de Castro, eterna - poesía y justicia en el Día de las Letras Gallegas - Diego García Paz
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Ayer, 17 de mayo de 2024, se celebró el Día de las Letras Gallegas, que conmemora la publicación de los Cantares Gallegos, una de las obras más importantes de la literatura. A Rosalía me he referido en varios escritos y artículos; llegada una fecha como ésta, considero que bien merece, en homenaje a ella, traer a la actualidad unas líneas mías de hace ya bastantes años, pero que no pierden vigencia. Rosalía, como es tan propio de quienes atraviesan la historia dejando una estela de genialidad,  fue una adelantada a su tiempo. 

Rosalía de Castro (1837-1885), referente universal de las letras gallegas, ha imprimido toda su obra con la esencia romántica y tenebrista propia de aquellas tierras; un sentimiento de profunda nostalgia denominado saudade, identificado con la melancolía por encontrarse lejos de lo amado y saber que esa distancia se vuelve infinita, dando lugar a una separación irrevocable, que comienza por el hogar y se extiende a todos los ámbitos del sentir.

Esta sensibilidad tan propia del romanticismo gallego se deja entrever en un poema de la autora en el que se ofrece una visión del Derecho acorde con la personalidad y estilo que han definido su obra, titulado en gallego A xustiza pola man, cuya traducción es “La Justicia por la mano”:                             

Aquellos que de honrados tienen fama en la villa,
ladrones me robaron, las blancas ropas mías,
arrojáronme lodo sobre mis joyas ricas,
y de mis otras galas fueron haciendo trizas.

Ni una piedra dejaron donde vivido había;
sin hogar, sin abrigo, erré por la campiña,
al raso con las liebres dormí sobre las briznas
y mis hijos, ¡mis ángeles!, que tanto yo quería,
¡murieron porque el hambre les arrancó la vida!
Y quedé deshonrada, marchitaron mis días
diéronme triste lecho de abrojos y de espinas…
y los zorros en tanto, los de sangre maldita,
en su cama de rosas, descansados dormían.

-Jueces -grité-, ¡salvadme!, pero vana porfía
de mi ruego mofáronse, vendióme la justicia.
-¡Ayudadme, Dios mío!-grité, desvanecida.
Mas Dios tan alto estaba que oírme no podía.

Entonces como loba rabiosa, o mal herida,
cogí la hoz acerada, de hoja cortante y fina,
rondé en torno despacio… ¡ni las hierbas sentían!
Y la luna ocultábase, y la fiera dormía
al lado de los suyos, en su cama mullida.

Contempléles con calma, y la mano extendida,
de un golpe… ¡de uno solo! les arranqué la vida.
Y allí al lado, contenta, sentéme de las víctimas
esperando serena que amaneciese el día.

Y entonces… sólo entonces se cumplió la justicia…
Yo, en ellos, y las leyes en mi mano homicida.

Dos son las cuestiones de mayor relevancia que se pueden extraer de la lectura de este poema: en primer lugar, la plasmación de la reivindicación de los derechos de la mujer. El momento vital de Rosalía de Castro se caracterizó por la desigualdad radical de las mujeres, en cuanto a derechos y libertades, y el feminismo fue uno de los emblemas de la obra de Rosalía de Castro, convertida en un canto a la lucha por su independencia y puesta en valor. Este poema, en efecto, tiene una protagonista femenina, que se presenta en un acto supremo de rebeldía. La víctima no es tal, aunque a priori así se presente.

Y en segundo lugar, Rosalía de Castro presenta una imagen muy desvirtuada de lo jurídico, a través de una materialización del Derecho, una aplicación práctica de la norma, que no se correlaciona con la justicia. El Derecho Positivo es empleado como un instrumento de impunidad, protector en verdad de quienes han causado un mal, viéndose ratificado por una plasmación procesal que genera una gran injusticia. Ello conlleva a la venganza privada, toda vez que la justicia material no ha podido alcanzarse a través de los instrumentos teóricamente dispuestos para tal fin. De nuevo, la idea que resplandece en el concepto del Derecho para Rosalía de Castro es que, sin un armazón o fundamento en ciertos valores y principios superiores a la norma positiva, sobre los que ésta se sustente, su aplicación se transforma en una mera entelequia de la acción de la justicia, y la desconexión entre el Derecho Positivo y el denominado Derecho Natural no sólo conlleva a un resultado injusto e ilegítimo que opere en el ámbito teórico, sin mayor repercusión: implica, desgraciadamente, la vuelta a la autotutela, a la venganza de propia mano.

Un Derecho que en su aplicación se separe de la equidad, de la ética, en definitiva, del equilibrio necesario entre todas las partes que intervienen en cualquier tipo de relación humana, y por ende jurídica, no será el cauce de la justicia, sino el camino de la venganza. Y ésto no se limita al ámbito del feminismo, sino que alcanza a cualquier vicisitud en la que la norma sea utilizada, instrumentalizada, para proteger intereses espurios aun cuando, en las formas, pretenda presentarse como lo que no es. El sentimiento de injusticia es tan antiguo como el propio ser humano, y si forma parte de nosotros es porque, tal vez, más allá de épocas, más allá del tiempo, existe un componente de la humanidad que trasciende lo puramente material y nos hace diferentes de las bestias, aunque por momentos, tristemente, ese elemento parezca dormido o, aún mejor; narcotizado por quienes no tienen ninguna voluntad en que reclame su lugar, por la cuenta que les trae. 

“Yo soy libre. Nada puede proteger la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino”.

Diego García Paz
Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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