Cada vez que alguien me dice que quiere emprender “para cumplir su pasión”, me da por mirar el reloj. Porque sé que su cuenta atrás ha empezado. Y no hacia el éxito, sino hacia el hostión.
Vivimos en un país donde el emprendedor medio confunde negocio con hobby, rentabilidad con postureo y libertad con subir frases motivacionales a Instagram. Y claro, luego se sorprenden de que el negocio no funciona, la caja no cuadra y Hacienda llama.
Tres negocios funcionan casi siempre: la educación/formación, la gestión de propiedades y la inversión inmobiliaria. ¿Sabes qué tienen en común? Que no son sexys. Que no son “mi pasión”. Que no van a impresionarte en LinkedIn ni a darte followers. Pero dan dinero. Dan margen. Dan libertad.
Mientras tanto, el que monta su negocio “porque ama lo que hace” descubre dos cosas: que su hobby deja de gustarle en cuanto se convierte en obligación, y que en el momento en que dependes de tu pasión para comer, deja de ser pasión y empieza a ser ansiedad.
Queremos negocios que molen, no negocios que den. Y ahí está el error. El que emprende para presumir, para “disfrutar cada día”, para “cambiar el mundo” suele acabar jodido, endeudado y amargado. El que emprende para ganar dinero, lo consigue. Y cuando tienes dinero, puedes elegir qué hobby quieres hacer sin preocuparte de si paga las facturas.
Ortega decía que el hombre es él y sus circunstancias. Yo diría que el empresario es él y sus márgenes. No quieres más pasión. Quieres más margen. Porque el margen es lo que te da tiempo, opciones y libertad. Lo otro es lo que te da likes… y persianas bajadas.
Así que sí: sigue tu sueño. Pero que tu sueño sea la libertad y para eso tienes que ganar dinero. Todo lo demás vendrá después.