Alcazaba

Recuerdos de Rafael Escalona

“La salsa es muy repetitiva y no acaba de gustarme”, me dijo Rafael Escalona en una tarde de hace 16 años cuando Felipe Domínguez nos reunió en su casa de la sabana de Bogotá, a propósito de su libro con título vallenato: “La casa en el aire”. 

Estábamos en torno a una botella de whisky, único licor que le gustaba, y empezó a tararear una melodía que inventó en ese instante, en ritmo de salsa, para explicarme por qué este ritmo le parecía repetitivo. Le manifesté que esta estructura tenía que ver con los fundamentos de la música cubana, particularmente del guaguancó, donde una voz cantante se eleva, y el coro repite lo que dice la primera voz. 

Escalona me dejó esa sensación de estar delante de uno de los últimos juglares del romancero español, de aquellos que iban por los caminos relatando historias, noticias, en la métrica del Siglo de Oro.

“Mañanita de San Juan /mañanita de primor/ cuando damas y galanes van a oír misa mayor. /Allá va la mi señora/-entre todas la mejor/ viste saya sobre saya, mantellín de tornasol/ camisa con oro y perlas bordada en el cabezón/ en la su boca muy linda/ lleva un poco de dulzor/ en la su cara tan blanca, un poquito de arrebol…”

Aquí San Juan, no es precisamente San Juan del Cesar, pues la letra de este romance corresponde a “La misa de amor”, reseñada por Don Ramón Menéndez Pidal, en su “Flor nueva de romances viejos”. Pieza magistral de la poesía popular castellana, aparece ya en una glosa de Antonio Ruíz de Santillana, en el siglo XVI, pero hubiera podido ser escrita en el XX, a orillas del Río Badillo, por Rafael Escalona.

 Las canciones de Escalona hablan de ese país casi idílico, paraíso perdido, donde los delitos mayores podían recaer en míticos contrabandistas o en curas sobre los que caía la sospecha de haber robado una custodia.

Alguna vez en Cali, con Álvaro Burgos y el poeta Socarrás, recordábamos a un pariente de este último, el célebre Tite Socarrás, protagonista de “El Almirante Padilla”: “Y ahora pa’donde irá, y ahora pa’ dónde irá / a ganarse la vida sin contrabandear…”

Conservaba en Connecticut el álbum donde Escalona escribe: “Yo tenía 17 años y era estudiante del Liceo Celedón. Mi testamento era para una novia. Quería dejarle algo que le recordara por siempre, cuánto la adoraba. Por la radio anunciaban que abrían el Liceo. Entonces, comenzaban a planchar ropa, a preparar encomiendas, dulces, el pedazo de queso, los alfandoques. Le dije que de recuerdo le dejaba un paseo, y que se iba a arrepentir de lo mucho que me hacía sufrir. Yo temía morir en santa Marta, por la epidemia de tifo…”

Dice de “la vieja Sara”: “Era la madre de Emiliano Zuleta;  parrandera y simpática, usaba seis pollerines, zapaticos bajos, se hacía trenzas, le ponía flores a la virgen y velas a mi retrato…”

Colombia era un país donde una abuela como Juana Arias, montaba un “salpafuera” en mitad de Valledupar, porque un “camionero volantón” -Escalona tenía un camioncito con el que enamoraba a las “pelás”- se le había llevado a su nieta Carmen Dolores. Un país donde una historia como ésta, ponía a cantar a todos “La Patillalera”.