Símbolos sin tiempo

La Real Academia de la Lengua Española y sus nublados intereses

La Real Academia de la Lengua Española se ha vuelto a lucir. Ha desbaratado la posibilidad de que el poeta Luis Alberto de Cuenca, al que le faltaron solamente tres votos para conseguirlo, hubiera ingresado para ocupar una de sus sillas. Los académicos que votaron en blanco lo hicieron para evitar que uno de sus sillones fuera ocupado por alguien ajeno a ese lobby de lingüistas. Eso se llama MAFIA en el idioma español, se llama chanchullo, ya que algunos de los miembros que componen esa chusma picaresca se organizaron premeditadamente y vergonzosamente para crear su propio monopolio y para creer que solamente ellos tienen derecho a tratar y definir los asuntos lingüísticos que entran en debate; ya que, seguramente, imaginan que los creadores de grandes obras de literatura no tienen conocimientos suficientes para definir asuntos de tan alta envergadura. Y considerando que la RAE es la institución que da normalidad al idioma español, en este caso, vuelven a recrearse en sus propios intereses... Y como en España somos así. La RAE, ya desde su fundación en el año 1713, no era trigo limpio. Había prohibido el ingreso de las mujeres solamente porque eran mujeres y los académicos varones lo defendieron a ultranza porque, desde la otra mafia de aquel tiempo no querían la competencia de grandes escritoras - mejores que muchos de ellos - como Emilia Pardo Bazán a la que se rechazó en tres ocasiones o Gertrudis Gómez de Avellaneda que, aún no ingresando, consiguió ser una de las más grandes autoras del romanticismo. Solamente Azorín defendió su candidatura, es cierto que de modo sorprendente, pero al fin y al cabo la defendió. Tampoco ingresaron ni Concha Espina ni Blanca de los Ríos, porque los académicos de entonces pensaban, más o menos, como algunos de los que ahora, porque también participaban en otro de los grupúsculos vergonzantes que formaban parte de aquel anecdotario penoso y decadente. Recuerdo, porque es obligatorio recordarlo, que a José Manuel Caballero Bonald le sucedió algo parecido cuando solamente por un voto no pudo ingresar. Naturalmente decidió mandarlos a paseo y no volvió a presentarse, porque ni falta que le hacía. Ya era un autor avalado por una obra extensa, solvente e importante. Y aunque la teoría oficial dice que la RAE ha de velar por la pureza y por el adecuado uso de la lengua española, ha dejado en el camino a grandes creadores que le hubiesen dado mucho más poso y más solemnidad. Y por eso escritores como Francisco Umbral ni tan siquiera tuvieron interés por esa institución. Eso se perdieron. A pesar de que Francisco Umbral había sido presentado por Fernando Lázaro Carreter  y por Miguel Delibes para ocupar la letra F. Pero en aquella ocasión salió elegido José Luis Sampedro.  

Creo que en realidad es lógico que estos lobbistas, cabilderos, enredadores y lingüistas de pacotilla estén desconcertados por esa confusión que han propuesto a todos los españoles suprimiendo la “i griega” de nuestro abecedario y sustituyéndola por una “Ye” insulsa, ridícula, artificial y atorada; y por la eliminación de algunos acentos que a algunos de los que escribimos nos da la gana de seguir utilizando, porque el español sigue siendo una lengua viva que evoluciona con los que nos entendemos en español.

Pero lo que ahora ha sucedido no es lo natural. Son los intereses, las pasioncillas, los engaños y todas las miserias de su condición, de las que ya nos había advertido Jacinto Benavente al final de “Los intereses creados”, pues son cosas que surgen en las farsas de la vida. Y por eso recuerdo que incluso Benito Pérez Galdós, uno de los más grandes autores en español, tuvo que acudir en dos ocasiones para ser admitido, sin embargo, luego se tomó la revancha y tardo casi diez años en leer el discurso de su ingreso. Azorín fue otro de los que lo intentaron en varias ocasiones.

Y regresando a los tiempos más recientes recuerdo al poeta José Hierro que a pesar de haber sido elegido en 1999 no leyó su discurso y por lo tanto no llegó a tomar posesión. Quizá era demasiado tarde.

Para hacer honor a las esas viejas anécdotas urdiré y hurgaré en la historia de una institución de trescientos años que no es capaz de salir de su propio atolladero, y aunque la RAE está, como hemos dicho, para velar por nuestro idioma y por su evolución y no para aplicar chaladuras y zozobras... y también recordaré de nuevo que cuando pretendió ingresar el conde de Romanones don Álvaro de Figueroa y se sintió engañado por aquellos académicos que se habían comprometido con su apoyo, fue cuando no tuvo más remedio que decir aquello de ¡Joder, qué tropa!

Yo hoy digo lo mismo a estos académicos lobbistas y narcisistas que se pusieron de acuerdo para votar en blanco, que se confabularon para impedir el ingreso en la RAE de uno de los más grandes poetas del español ¡ Qué tropa, joder, qué tropa!