Ganar tiempo es ganar la guerra para Putin, mientras que para Trump el conflicto ha pasado a un segundo plano tras su fracaso como negociador.
Está claro que el conflicto entre Rusia y Ucrania, que el presidente norteamericano Donald Trump iba a resolver en “veinticuatro horas”, va para largo y que no se atisba en el corto plazo una solución política y diplomática que vaya a poner fin al mismo, sino todo lo contrario, es decir, que la guerra se recrudece y que el Ejército ruso no ceja en sus ataques indiscriminados contra los objetivos civiles, especialmente contra la capital ucraniana, Kiev.
¿Por qué Putin desprecia a su mayor aliado en la escena internacional, Trump, y evita comprometerse con un acuerdo de paz con Ucrania? Pues, como asegura el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, Putin no desea la paz con Ucrania y solamente desea ganar tiempo para consolidar sus ganancias territoriales, legitimar su régimen que necesita de la guerra para autojustificarse internamente y enseñar los dientes a sus atemorizados vecinos para que abandonen toda esperanza de convivir pacíficamente con Rusia.
Estamos ante una guerra de desgaste, al estilo de la batalla de Verdún entre franceses y alemanes en la Primera Guerra Mundial, y el conflicto se perfila como largo, sin que la estrategia de ambos bandos pase por una búsqueda negociada y diplomática al mismo. Por la experiencia histórica de otras guerras en las que se ha visto envuelta Rusia, o que ella misma ha provocado utilizando agentes internos en esos países, cómo han sido los casos de Georgia y Moldavia, Moscú es experta en dilatar las situaciones conflictivas, postergando las negociaciones directas y lo hace, simplemente, para mantener el mayor tiempo posible dichos contenciosos activos para debilitar a sus vecinos y seguir ejerciendo el liderazgo en el espacio postsoviético.
Cuando Rusia provocó la crisis de Transnistria, en 1990, fue el XIV Ejército ruso el que se levantó en armas, con la ayuda de los cosacos y algunas milicias locales prorrusas, y Moldavia se vio inmersa en una guerra no deseada, que se agravó con su independencia en agosto de 1991, cuyos resultados perduran al día de hoy. Las fuerzas rusas se atrincheraron en esta región de apenas algo más de 4.000 kilómetros cuadrados y algo menos de medio millón de habitantes y desde agosto de 1991, en que se firmó un alto el fuego entre las partes, todas las tentativas políticas y diplomáticas por resolver el conflicto. La ocupación de este territorio dura ya más de treinta años sin que se haya definido el estatuto de esta región. Además, colateralmente a esta ocupación militar de Rusia de este pequeño territorio, Rusia ha interferido descaradamente en varias elecciones y procesos electorales en Moldavia, bien sea apoyando a candidatos prorrusos en elecciones moldavas o instigando la secesión de la región autónoma de Gaugazia, cuya gobernadora, Eugenia Gutul, es una descarada agente al servicio de Moscú.
De la misma forma, Georgia también se ha visto inmersa en una larga guerra con Rusia, que le sustrajo los territorios de Georgia del Sur y Abjasia, de una forma muy parecida a la actuación en Transnistria, y provocando violentamente la secesión de ambas para después pasar a la órbita de Moscú, incluyendo la presencia de tropas rusas en ambos lugares. Asimismo, Rusia apoyó en las últimas elecciones a un candidato prorruso, Mijaíl Kavelashvili, que finalmente fue elegido presidente y paralizó automáticamente el proceso de acercamiento de este país hacia la OTAN y la Unión Europea (UE), para gran satisfacción de Moscú.
Ganar tiempo es ir ganando la guerra
Estas dos experiencias históricas nos dan las claves para cómo puede evolucionar el conflicto de Ucrania, que no comenzó en el año 2022, sino en el 2014 cuando Rusia alentó la independencia de Crimea para, a renglón seguido, anexionar dicho territorio a la Federación Rusa. Ese mismo año, Rusia alentó, armó, apoyó y jaleó a las milicias prorrusas de Donetsk y el Dombas para que se levantaran en armas contra Kiev. Después llegaron los acuerdos de Minsk, entre Rusia, Ucrania y los líderes locales de los alzados en armas, pero que serían incumplidos y que no pondrían fin a la guerra porque ambas partes siguieron atacándose mutuamente.
El problema fundamental es que Rusia no reconoce la soberanía e integridad territorial de Ucrania, tal como ha expresado Putin en múltiples ocasiones, y considera como suyos algunos territorios de ese país. Alargar la guerra, como piensan los estrategas del Kremlin y el propio Putin, revive el reparto de Europa en áreas de influencia, en las que Rusia seguirá ejerciendo su poder y dominio en la antigua Europa del Este y el espacio postsoviético, en el que no casualmente Ucrania es el Estado más grande y más poblado. Putin, que es un viejo sobreviviente del mundo poscomunista, espera que Europa poco a poco se vaya cansando, los Estados Unidos no prioricen la guerra como fundamental en su estrategia exterior -lo que ya está ocurriendo, en cierta medida- y a Ucrania se le vayan agotando sus fuerzas, recursos y, sobre todo, la moral de un pueblo hastiado de guerras y bombardeos. Ganar tiempo, piensa Putin, es ir ganando la guerra. ¿Será así?