Economía sin corbata: lo que nadie te dice pero todos necesitan saber

Mentir no tiene antónimo

Mentir es un arte. Una decisión meditada. Un acto con intención. La verdad, en cambio, es un accidente. Se escapa como un bostezo. Por eso mentir tiene verbo. La verdad no. Nadie “verea”. A veces, sin querer, se nos cae una verdad al suelo.

La economía moderna está construida sobre eso: mentiras decoradas con datos. Mentiras sobre el éxito, el progreso, el bienestar. Nos vendieron que trabajar muchas horas es triunfar. Que a más consumo, más felicidad. Que si el PIB sube, tú ganas. Y lo peor: nos lo tragamos. Le llamamos estabilidad a la resignación, crecimiento a la deuda, productividad a un KPI.

Los gobiernos lo saben. Los tecnócratas lo maquillan. Y nosotros lo aceptamos, porque una mentira que consuela siempre gana a una verdad que incomoda.

Mentimos cuando decimos que estamos hartos, pero esperamos al 1 de enero para cambiar algo. Mentimos cuando repetimos que la meritocracia no existe, así no hace falta esforzarse. Mentimos cuando decimos que “las cosas son así”, para no hacer nada. Mentimos porque la verdad duele, compromete y obliga. Y nadie quiere moverse si puede seguir mintiendo con una sonrisa y una excusa bien pulida.

¿Dónde está la verdad? Silenciada. Incómoda. Molesta. Por eso nadie la busca.