Madrid fue el escenario de la primera publicación de un periódico diario de información general en nuestro país. El primer ejemplar del Diario noticioso, curioso-erudito, y comercial, público y económico, salió a la luz el uno de febrero de 1758, bajo la dirección de Manuel Ruiz de Uribe, uno de los numerosos seudónimos del que algunos califican como primer periodista profesional español, Francisco Mariano Nipho, cuya prolija actividad marcó un antes y un después en la historia de la prensa escrita en España. Su acierto en las cabeceras era notable, como lo prueba otra de indudable atractivo: Cajón de Sastre, o montón de muchas cosas, buenas, mejores y medianas, en el que se puede leer esta explicación sobre la compleja vida del periodista en el siglo XVIII: “Señor lector: Yo me hallo en Madrid, y sin dinero (…) el comer no admite excepciones; el vestir me lo pide el cuerpo”.
Este primer diario español tenía su sede en la conveniente Imprenta del Diario, en la calle de las Infantas, cerca de los Capuchinos de la Paciencia, y se había diseñado para dirigirse tanto a un público “indocto” como a los “sabios y eruditos, bien intencionados de España”. En su primer número, además de esta declaración de intenciones, había anuncios y avisos, tanto comerciales como de habilidades (profesionales y oficios), junto a ofertas de alquileres y empleo doméstico. Hablamos del primer diario porque, si bien algún periódico usó años antes el mismo término en su cabecera, ninguno salía cada jornada, incluidos domingos y festivos. Por ejemplo, el Diario Literario que, en realidad, fue trimestral.
La cabecera Diario de Madrid empezó a usarse el uno de enero de 1788, bajo la dirección del primer sucesor de Nipho, Santiago Thevin, que tuvo la difícil tarea de competir desde el periodismo privado con los diarios oficiales Gaceta de Madrid y Mercurio de España, que salían bajo privilegio de la Corona. Por aquellos años la impresión del Diario de Madrid se había trasladado a la oficina de Hilario Santos en la Puerta de Sol, pero no fue su única ubicación, pues en 1835 era editor e impresor Tomás Jordán, y en 1847 sus páginas salían de la Imprenta de la Sociedad literaria-tipográfica universal de la Ilustración, en la calle Carretas 27.
Cada número constaba de 4 páginas, en las que se informaba sobre el santoral, las “afecciones astronómicas de hoy” y las “afecciones meterorológicas de ayer” -predicción siempre acertada-, seguidas de un artículo a una sola columna, en ocasiones un poema, un epígrafe o carta “A los diaristas” y “noticias particulares de Madrid” en formato a dos columnas para diferenciarse de los contenidos de opinión.
El Diario de Madrid, en su larga vida (su tercera cabecera, Diario de Avisos de Madrid cerró en 1918) fue superviviente de al menos tres cierres masivos de periódicos en España: el que tuvo lugar en 1791, propiciado por Carlos IV para eliminar la competencia a la Gaceta, que obligó al Diario de Madrid a ceñirse a los hechos y eliminar opiniones, “sin que en él se puedan poner versos, ni otras especies políticas de cualquier clase” (léase que los versos podían ser más peligrosos que los artículos de opinión); el Real Decreto de 2 de mayo de 1815 y la Real Orden de 30 de enero de 1824, por los que Fernando VII suprimió en las etapas no liberales de su reinado la mayoría de las publicaciones que pudieran manifestar alguna opinión crítica o impulsar ideas liberales.
De lo que no se salvó el Diario de Madrid fue de la incautación por los franceses en mayo de 1808, que lo usaron incluso a modo de boletín oficial bonapartista durante un corto período en que llegaron a cerrar la Gaceta.
Benito Pérez Galdós lo consideraba una fuente importante de información sobre la vida social y económica española y llegó a describir el trabajo de un cajista de imprenta del Diario de Madrid en el Episodio nacional referido al 19 de marzo de 1808, que ganaba tres reales por cada cien líneas compuestas.
Ese mismo año, según consta en la Biblioteca Nacional de España, se publicó un único ejemplar de una curiosa publicación satírica titulada Diario Napoleónico de hoy martes (no consta la jornada, que pudiera ser el 2 de mayo o el 2 de agosto), aciago para los franceses y domingo feliz para los españoles. Entre otras perlas, podemos leer el siguiente aviso: “se vende título de Príncipe de la Paz, tasado en veinte años de miseria española”; en la temperatura política: “España, sumo calor”, “Francia, frío y parasismos (sic)”; y en el termómetro y barómetro: “Valor francés cero, por la súbita aplicación de algunos quintales de pólvora de Villafeliche y plomo de Linares”. Se desconocen los autores de este diario que, pese al evidente peligro, se afirma puede hallarse al precio de seis cuartos en las librerías de Quiroga y Burguillos, calle de las Carretas: en la de Esparza, puerta del Sol; y en la de Montero, calle de Concepción Gerónima.
Hoy El Diario de Madrid tiene una nueva vida, y debo decir que para mí colaborar con él es un privilegio. Aprovechando las nuevas tecnologías y adaptándose a las demandas de una audiencia cada vez más conectada, un grupo de emprendedores decidieron revivir la histórica cabecera del Diario de Madrid, esta vez en formato digital, que representa una evolución natural en el campo del periodismo. Por ello he querido ofrecer a los lectores unas pinceladas de historia. Una historia que puede escribirse no sólo hacia atrás en el recuerdo, sino también hacia el futuro.
La revolución tecnológica, que ha transformado la sociedad con solo cambiar nuestra forma de acceso a la información, ha hecho también posible la existencia de medios como el nuevo El Diario de Madrid. A través de su presencia en línea, los medios digitales tienen el potencial de llegar a una audiencia más amplia y diversa, ofreciendo contenido actualizado y relevante en tiempo real. Ya casi podrían ser Horarios en vez de Diarios. Ahora bien, si la revolución digital ha abierto nuevas oportunidades para la prensa, también creo que plantea nuevos desafíos en términos de competencia con otras fuentes de información -o desinformación- no tradicionales como los influencers, blogs y distintas plataformas de intercomunicación. La credibilidad es, a mi juicio, el principal reto al que se enfrenta el periodismo actual, ya sea en papel o en pantalla.