Soy socio del Real Madrid desde el otoño de 1950. Me hice socio al tiempo del Plus Ultra, que actuaba de filial y era entonces un equipo puntero en segunda división. Allí jugaron algunos futbolistas que serían años después figuras en el Real Madrid, como Zárraga, que llegaría a capitán del primer equipo, y alguna vieja gloria, como Pruden, ya en el ocaso de su carrera.
Pasaron los años, y el Madrid alcanzó fama mundial en los tiempos gloriosos de la larga presidencia de Santiago Bernabéu, cuando se consiguieron cinco Copas de Europa consecutivas. A Bernabéu le sucedieron varios Presidentes, hasta la llegada de Florentino Pérez, con un mandato fructífero, y triunfos ya históricos en España y en Europa. Florentino quiso premiar la permanencia en el Club, y fue otorgando insignias a los que llevaban 25 años, primero, cincuenta años, después, y sesenta años en 1911, en que nos otorgó la insignia de oro y brillantes en un acto celebrado en IFEMA. Allí nos impusieron las insignias, Florentino acompañado por el gran Alfredo Di Stéfano. Nos fueron llamando uno a uno, y cuando se acabó surgieron algunos que habían llegado tarde. Entre ellos había un anciano, de buen porte, que venía fatigado por haberse perdido en la llegada a IFEMA. Volvieron a llamarle: “ Francisco Pérez Gil”, y en ese momento se encendió una luz en mi cerebro: ¡Pero si este es Paco, mi compañero en Eclipse S.A”! Fui hacia él, me identifiqué y nos dimos un largo abrazo. Y mis recuerdos me llevaron a mi debut laboral, en octubre de 1954.
Ocurrió que el día de Navidad de 1950 perdí a mi padre, tras una larga enfermedad contraída en los tres años de servicio militar en África, de 1911 a 1914, con enfrentamiento con los marroquíes, y ya se distinguía el famoso general Silvestre, entonces coronel y que años después encontraría la muerte tras el desastre de Annual.
Mi padre no tuvo nunca fortuna económica, pero sí era rico en amigos, en buenos y grandes amigos. Uno de ellos era Mariano Jiménez Díaz, ilustre abogado, hermano del famoso médico, cuya Fundación, en su Clínica de la Concepción, es uno de los Hospitales más prestigiosos de España.
Cuando acabé mi Bachillerato superior, superé las primeras pruebas del llamado “Plan Ruiz Jiménez”, que llevaba el nombre del entonces Ministro de Educación, y que estableció dos Reválidas, una al acabar cuarto y la otra al finalizar el sexto curso de Bachillerato para tras cursar un curso preuniversitario que permitía el pase a la Universidad.
Don Mariano ofreció a mi madre tutelar mi formación, haciendo compatible el trabajo con el estudio. Y así debuté mi carrera laboral con la hermosa categoría de “Aspirante de 16 años”, y un sueldo de 411,62 pesetas, más un complemento de 83 pesetas que se cobraba los días 15 de cada mes.
Yo trabajé en el Departamento de contabilidad, y había más empleados incluidos en la denominada “Sección Técnica”, principalmente delineantes. “Eclipse” fabricaba carpintería mecánica, y ladrillos de hormigón armado translúcido, y tenía una amplia clientela, principalmente en empresas de construcción.
Mis compañeros en la Sección de Contabilidad eran, como jefe, Rafael Pastor López, acompañado de Raúl García Maroto, Hermenegildo García y María Teresa Ramos Duce. Separados por una puerta estaba el segundo de a bordo de Jiménez Díaz, José Manrique Cobo, Intendente Mercantil, siempre impecablemente vestido, y cuyos brillantes zapatos chirriaban cuando caminaba por el pasillo, anunciando su presencia. Francisco Pérez Gil estaba a sus órdenes.
“Eclipse S.A” tendría un triste final, con huelgas y dispersión de sus trabajadores. Paco se dedicó a trabajos varios, hasta su jubilación. El primer habitáculo fue una casita en la calle Apolinar Fernández Gredilla, por la que pagó 25 pesetas de traspaso.
Francisco Pérez Gil era unos dieciséis años mayor que yo. De vivir sería más que centenario. Por ello creo que estará en el Cielo, luciendo orgullosamente su insignia de oro y brillantes del Real Madrid.