Aunque el Café de Fornos de Madrid fue a finales del XIX y principios del siglo XX uno de los más populares y de los más frecuentados por políticos, toreros, artistas y escritores, hubo otros cafés madrileños en esa misma zona, en los que se organizaron importantes tertulias literarias y, precisamente, en los bajos del Hotel Regina, situado en la calle de Alcalá número 19 - muy cerca de la Puerta del Sol - se estableció el Café Regina en los mismos locales en los que años antes estaba la fonda “Los dos Cisnes”, fundada en la segunda mitad del siglo XIX, y que contaba con un público selecto ya que el cocinero había ejercido su oficio en los fogones del Palacio Real. En el Café Regina destacaban las estilizadas columnas que otorgaban al local especial elegancia, y en la acera de la propia calle de Alcalá disponía de una de las terrazas más concurridas de Madrid.
En él Café Regina se celebraba entonces una de las tertulias literarias más notorias de la villa, a la que asistían escritores y artistas como Miguel de Unamuno, Luis Bello Trompeta (escritor, periodista, abogado en el bufete de Canalejas y uno de los que firmaron contra la concesión del Nobel a Echegaray), Félix Urabayen Guindo (escritor de la Generación del 14. Compartió celda en la cárcel Conde de Toreno con Miguel Hernández y con Buero Vallejo), Anselmo Miguel Nieto (autor de algunos retratos de Valle-Inclán), Julio Romero de Torres y su hermano Enrique, Mateo Hernández Barroso (autor del libro El oso y el madroño, que contiene artículos dedicados a Madrid y algunos a Valle-Inclán, que ya habían sido publicados en el diario Novedades), Manuel Azaña, Ricardo Baroja, o Ramón del Valle-Inclán. Precisamente el Regina hoy también se recuerda por algunas anécdotas literarias como la de aquel día en el que estando sentado Ramón del Valle-Inclán en una de las mesas, se levantó unos instantes que aprovechó un redactor taurino de El Imparcial para ocupar rápidamente la silla del dramaturgo. No habían pasado dos minutos y Valle-Inclán regresó a su sitio para volverse a sentar, pero se encontró con que el periodista se negó rotundamente a levantarse. Valle-Inclán apenas medió palabra, pero alzando su bastón propinó al periodista un buen bastonazo en la cabeza. Al instante se enzarzó una agria disputa que los contertulios, ante la mirada severa de don Eusebio - camarero mayor - no tuvieron más remedio que detener. El periodista denunció la agresión y Ramón del Valle-Inclán fue citado para declarar ante el juez. Todos los días del año y al lado de los literatos solían hablar y jugar la partida - siempre en la misma mesa - cuatro funcionarios de Hacienda que eran tan constantes que los clientes habituales les llamaban “Los inmortales”. Cuando murió uno de ellos, sus compañeros , por respeto, mantuvieron durante muchas semanas esa silla vacía.
Por lo visto este local era también frecuentado por funcionarios, políticos republicanos y socialistas, por algunos miembros de la nueva burguesía madrileña, cronistas taurinos e incluso por la famosísima Marcelle Allemand Cantier “Miqueleta”,que fue durante aquellos años directora en Nimes de la revista “ Biòu y Toros” (la revista de toros más antigua del mundo. Creada en 1925) que más de una vez escribió en una de las mesas del Regina algunas de sus crónicas. También solía ser habitual la asistencia de un rapsoda-poeta que firmaba con el seudónimo de Espiridión y al que le gustaba declamar versos en el establecimiento, pero como recitaba siempre los mismos, algunos de los que los asistentes sabían el repertorio de memoria. El Café Regina también era lugar de cita de aquellas señoras que alternaban y elegían la calidez y distinción de aquellas espaciosas dependencias, y que Valle-Inclán dejó constatadas para siempre en una de sus entrevistas, señalando que sobre las siete de la tarde y cuando asistía a tertulias de escritores llegaban bellas mujercitas galantes, frívolamente ataviadas con ropas de colores chillones, y que de vez en cuando irrumpían con risas alocadas.
En la primavera de 1923 el político Indalecio Prieto (siendo diputado a cortes) se acercó hasta el Café Regina tras haber ofrecido un discurso en el Ateneo, donde, por lo visto, había referido algunas palabras más fuertes que otras contra el rey Alfonso XIII. Estando sentado en una mesa del establecimiento fue detenido y llevado al juzgado donde dicen que sin inmutarse se ratificó en sus opiniones sobre el monarca.
Fue, por lo tanto, el Café Regina un lugar emblemático y concurrido, sobre todo, por muchos políticos de izquierdas, y fue tal el conocimiento público de que era como lo escribo, que el día 14 de abril de 1931 (proclamación de la Segunda República Española) los vendedores de periódicos vociferaban, cada cual más alto, como quien anuncia a bombo y platillo, el gordo de la Lotería de Navidad, que la República había caído en la peña del Café Regina. Fue precisamente el local en el que a Azaña plasmó algunas de sus frases estridentes, que se siguieron comentando en otras muchas tertulias a lo largo del tiempo. Dijo en una tertulia del Regina que “en España la mejor forma de guardar un secreto es publicándolo en un libro”. Pero la realidad es que estaba decepcionado, ya que él mismo - a diferencia de lo que les sucedía a otros autores como Ortega y Gasset - era consciente de que tenía escasísimos lectores y apenas vendía libros. También fue Azaña el que en la misma tertulia dijo, en otra ocasión, que “si cada español hablara solo de lo que sabe, se produciría un extraordinario silencio que nos permitiría pensar” o que “Ni todos los conventos de Madrid valían la vida de un republicano”.
Durante los tiempos de la tertulia se le rindió un homenaje a Valle-Inclán que fue muy comentado y celebrado por la prensa madrileña. Manuel Azaña, a quien sus detractores apodaban El Verrugas, fue el verdadero anfitrión de la tertulia, pues los asiduos al Regina se referían a ella como “Amigos de Azaña”; y aunque en una entrevista de prensa le hubiera asegurado a Giménez Caballero que no tenía amigos y que no deseaba tenerlos, lo cierto es que en uno de sus escritos se refiere a los amigos tertulianos del Regina, diciendo que eran divertidos y ocurrentes. Y ahí Ramón del Valle-Inclán era uno de los que más cumplía con esas características. También dejó escrito en uno de sus diarios que con Valle-Inclán nunca se enfadó a pesar de que el dramaturgo ya se había enfadado con todo el mundo.