En corto y por derecho

No-escribir

Para algunas personas el escribir es una forma de ansiolisis, igual que para otras puede ser el practicar deporte o el viajar. Sin embargo, hay unas cuantas que sienten la tentación de no volver a hacerlo. Casos señeros han sido los del poeta Rimbaud o el de Philip Roth. Este ‘no-escribir’ puede adoptar diversas formas; Roland Barthes (citado por Antoine Campagnon en su ‘Con la vida por detrás’) describe cuatro aproximaciones.

La primera es el otium studiosum clásico, la paz del ocio culto, hecho de lecturas sin otro fin que el estudio y la meditación. Montaigne se retiró a su torre con esa finalidad, aunque al final, afortunadamente, terminó escribiendo. 

La segunda sería el  bricolage, es decir sustituir la actividad de escribir por el piano, el dibujo, la costura o el bricolage casero. 

La tercera sería el komboloi, al contrario que en el caso anterior, una actividad puramente improductiva. El komboloi griego, un rosario compuesto de un número de cuentas variable, similar al coránico, nos muestra la desocupación, exhibe la nada, hace ostentación del desempleo. Chateaubriand acaricia este sueño en sus ‘Memorias de ultratumba’. 

La última, más allá de estos tres círculos de la jubilación, sería el Wou-wei, el No-actuar oriental, auténtica experiencia del grado cero, vacío absoluto. Como dice un verso zen: ‘Sentado tranquilamente sin hacer nada, la primavera llega y la hierba crece por sí sola’. 

Estas reflexiones de Barthes, recreadas por Compagnon, adquieren sentido al ir cumpliendo años. Quizás a algún lector le parezcan absurdas, pero el paso del tiempo le hará comprenderlas.