En distintos rincones del planeta, la naturaleza despliega paisajes que parecen creados por la mano de un artista. Desde glaciares que liberan agua roja como sangre hasta ríos que se tiñen de siete colores, pasando por montañas que lucen franjas multicolores y lagos de un rosa imposible, el mundo ofrece escenarios que sorprenden tanto a la ciencia como a la mirada. Estos fenómenos, lejos de ser simples curiosidades, muestran que la Tierra no solo es diversa en formas de vida, sino también en matices.
En el corazón helado de la Antártida, en el glaciar Taylor, un misterio late desde hace más de un siglo. De sus entrañas brota un torrente rojo oscuro que parece sangre fresca: son las llamadas "Caídas de Sangre". Al principio se pensó que eran algas, pero la ciencia reveló otra verdad más prodigiosa: un lago subterráneo, aislado durante millones de años, empuja a la superficie aguas cargadas de hierro. El contacto con el aire oxida el metal y tiñe el hielo de rojo intenso. Bajo la capa blanca de la Antártida existe un mundo invisible, donde microorganismos sobreviven sin sol ni oxígeno, convirtiendo el hierro en vida. El glaciar parece sangrar, y lo hace para recordarnos que la Tierra guarda secretos que parecen de otros planetas.

Muy lejos del hielo polar, en la isla de La Palma, Canarias, un murmullo de agua recorre la Caldera de Taburiente. Allí se esconde la Cascada de Colores, un salto semiclandestino en el barranco de las Angustias. Sus aguas bajan pintadas de amarillo, verde y naranja por los minerales que arrastra, como si la montaña hubiera decidido dejar un rastro de acuarela en medio del bosque. El viajero que se adentra en ese sendero descubre que el agua no solo calma la sed: también escribe con pigmentos su propio poema líquido.
En los Andes peruanos, la montaña Vinicunca —la famosa Montaña Arcoíris— se erige como un arcoíris petrificado. Sus laderas muestran franjas de rojo, turquesa, dorado y violeta: un tapiz mineral que ha emergido tras milenios de movimientos geológicos. Para las comunidades andinas, ese paisaje no es solo atracción turística, sino un espacio sagrado: la montaña que se vistió con los cielos que la rozaron. Allí, a más de cinco mil metros de altura, uno comprende que la geología también sabe de estética.
Más al norte, en Colombia, el río Caño Cristales despliega un espectáculo en el que el agua parece transformarse en pincelada. Entre julio y noviembre, la macarenia clavigera, una planta acuática, tiñe el cauce con tonalidades de rojo, verde, amarillo, azul, negro y sus múltiples variaciones intermedias. Los lugareños lo llaman “el río de los 7 colores” o “río arcoíris”, y al contemplarlo uno comprende que la cifra es apenas una convención: en realidad parece un lienzo cambiante, un fluir de paleta infinita que convierte a la sierra de la Macarena en un escenario irreal.

Y no son los únicos escenarios donde la Tierra juega con el color. En Nevada, el Fly Geyser escupe agua hirviente que brota en tonos rojos y verdes, pintado por minerales y algas termófilas. En Australia, el lago Hillier sorprende con un rosa casi imposible, teñido por microorganismos, igual que el lago Retba en Senegal, que se alza como un espejo rosado en medio de África.
También en España y no solo en la isla de La Palma, la naturaleza se atreve con estas audacias cromáticas. En Huelva, el río Tinto se tiñe de rojo intenso debido a los minerales que arrastra, hasta el punto de haber sido estudiado por la NASA como un paisaje análogo a Marte. En Alicante, las Salinas de Torrevieja sorprenden con el color rosa de una de sus lagunas, teñida por algas y microorganismos halófilos, muy similar a los lagos rosados de Australia y Senegal. En León, las Médulas, antiguas minas de oro excavadas por los romanos, dejaron un paisaje de arenas rojizas y doradas que hoy es Patrimonio de la Humanidad. Y en Navarra, las Bardenas Reales muestran un semidesierto esculpido en tonos ocres, grises y rojizos, como si se tratara de un cuadro natural de tierras áridas.

Todos ellos, glaciares, ríos, montañas y lagos, son recordatorios de que el mundo no se conforma con ser funcional: también es artista. El arcoíris no es solo un puente en el cielo después de la lluvia. Vive oculto en los pliegues de la tierra, en sus aguas secretas, en su roca mineral y en su flora diminuta. Estos son solo algunos ejemplos de cómo la Tierra se convierte en lienzo. Tal vez, en cada uno de estos paisajes, la naturaleza nos esté diciendo lo mismo: que la vida necesita color para existir, que sin él la mirada se apaga, y que el planeta, como un pintor incansable, siempre encontrará nuevas formas de asombrarnos.