La Receta

Médicos poetas

A lo largo de la historia española, la figura del médico poeta ha ocupado un territorio discreto pero firme, donde la ciencia se enlaza con la palabra y el ejercicio clínico se convierte, de algún modo, en materia de pensamiento moral. No es un fenómeno aislado: desde los primeros facultativos que escribieron versos en la España medieval hasta los autores contemporáneos, la doble vocación ha sido constante. Quizá porque la medicina obliga a mirar de frente los límites de la vida y, desde ese umbral, la poesía encuentra un terreno natural para revelarse.

En los albores de nuestra tradición, ya aparecen nombres como Mosse ibn Zarzal, médico en la corte castellana y poeta refinado. Más tarde, en el siglo XIX, la nómina se amplía con figuras como José Velarde o Rafael Duyos, que alternaron el ejercicio profesional con un cultivo constante de la lírica.

El primer tercio del siglo XX consolidó este perfil con nombres como José María Romero Martínez, médico sevillano de hondura humanista, cercano a los círculos que alumbraron la Generación del 27. Su ejemplo muestra que la vocación literaria, lejos de ser un adorno, puede ser una forma de entender el servicio público desde una sensibilidad más amplia. A partir de entonces, la tradición de médicos poetas no ha cesado, aunque nunca haya ocupado un lugar central en los manuales.

En la segunda mitad del siglo pasado y en la actualidad se ha ido forjando una constelación discreta pero vigorosa de autores que, desde la consulta o la salud pública, han encontrado en el poema un modo de ordenar el mundo. Entre ellos, uno de los más destacados es Alberto Infante Campos, médico madrileño de sólida trayectoria en salud internacional y salubrista de referencia, cuya obra poética representa una de las voces más cuidadas y profundas de este ámbito. Infante, que ejerció además como crítico literario en los años ochenta, ha reunido en distintos libros una meditación sostenida sobre el tiempo, la memoria, la enfermedad y la experiencia humana. Su ‘Paisaje interior’, así como títulos como ‘Diario de ruta’ o ‘Los poemas de Massachussets’, muestran una escritura limpia, reflexiva y serena, que demuestra que la poesía escrita por médicos no es un género menor, sino un cauce legítimo de auténtica calidad literaria.

También en tiempos recientes, la figura del médico creador ha encontrado cauce institucional en ASEMEYA, la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas, fundada en 1928 y en pleno funcionamiento. En sus actividades se cruzan la poesía, la narrativa y las artes plásticas, y constituye un lugar natural donde esta tradición podría consolidarse de forma más visible. No sería extraño —y quizá deseable— que ASEMEYA abordara la elaboración de una antología de médicos poetas españoles, ordenada, rigurosa y abierta a todas las épocas. Existen precedentes valiosos en otros ámbitos: los farmacéuticos, por ejemplo, ya han reunido su propio legado literario en obras como la Antología de poetas farmacéuticos, que impulsa AEFLA, la asociación de Farmacéuticos de Letras y Artes. Ese esfuerzo demuestra que las profesiones sanitarias, cuando miran hacia su propio interior, encuentran un caudal inesperado de sensibilidad y talento.

Pero si hay un personaje especialmente recordado por la mezcla de humor popular y prestigio clínico es Pedro Mata, el célebre “doctor Mata”, vecino de Bretón de los Herreros, que harto de ver como llamaban a su puerta pacientes equivocados, escribió: «Hay en esta vecindad cierto médico poeta, que, al terminar la receta, pone Mata… y es verdad». La chispa del verso, unida al reconocimiento del facultativo, resume bien ese vínculo entre oficio y humanidad que tantos médicos españoles han encarnado.

La poesía escrita por médicos ofrece al lector una mirada templada, consciente de la fragilidad humana, pero también de su capacidad para la dignidad y la belleza. Quizá ha llegado el momento de reconocerlo de forma plena, de tender un puente entre la ciencia y la palabra y de mostrar que, en España, el médico que escribe no es una rareza, sino un heredero natural de una tradición noble, antigua y fértil.