Disquisiciones

Un mal contemporáneo

Aunque existen normas que deben seguir los mandatarios, incluso sobre rendición de cuentas, parece como si el colectivo permaneciera anclado al fenómeno de la corrupción, que hace tiempo corrió la frontera ética, y donde lamentablemente por los resultados y materialidad del mundo de hoy, se encuentra que la conducta impropia “Robó pero hizo” abunda frente a la naturaleza que “los recursos públicos son sagrados”

De ese mal contemporáneo, dice el neurocirujano REMBERTO BURGOS DE LA ESPRIELLA, que <<La corrupción está sin freno en el cerebro. Ataca el lóbulo frontal donde están la capacidad de juicio y el centro de las decisiones. Flexibiliza valores y principios. Apaga el sensor moral que es la amígdala del temporal. Se extiende al lóbulo parietal donde se alojan las neuronas en espejo, responsables de la empatía y de la imitación del comportamiento. Recorre la vía óptica y produce miopía que altera la visión del futuro. Es inmediatista y no les teme a los remedios del mañana para controlarla. Es altamente contagiosa y se propaga a través de canales amorales con extraordinaria facilidad>>

En distintos escenarios se da cuenta que el mal hizo metástasis. Lo que se necesita es “políticos con título de honorables”. Que el ejercicio de la política esté asociado al derecho para hablar de legalidad, y a la ética para señalar legitimidad. Pero además, debe tenerse en cuenta que la política con armas es la antítesis del derecho y de la ética.

Seguiremos perdidos y con una sociedad en déficit, mientras no se le de valor al respeto, significado a la honradez, exigencia a la responsabilidad y decir las cosas por su nombre, mientras que algunos consideran que eso no importa, porque la política –más bien politiquería- no es para hipersensibles morales.

Quizá, sólo con ejemplo modificaremos comportamientos habituales que impusieron quienes arrojaron sus escrúpulos hace tiempo. Pero a los conflictos debemos darle su verdadera dimensión, y la palabra los resuelve siempre que no se convierta en insulto. Es fundamental la argumentación en conversaciones de pensamientos políticos, pero requiere de conceptos claros e inequívocos y una prosa ajena a la pedantería. Lo que se debe dejar es el temperamento que refleja un complejo adanista, arropado de opulencia, conocimiento vago disfrazado de prepotencia y gallardía.

A través de la palabra se buscan diálogos para que la inteligencia, el corazón y la sociabilidad encuentren salidas en los conflictos, que permita reflexionar sobre los motivos para la vida, en acuerdos para mejorar, pensar sobre la libertad, valores, desarrollo social. 

De ahí la importancia de nuevos liderazgos, el fortalecimiento de la democracia,  amplia participación ciudadana, que en los territorios se viva la justicia y acabe el saqueo social, con palabras que agiten masas, enarbolen sentimientos, convierta en verdaderos seres humanos, y aunque otros  consideren que la paz no se consigue con el tartamudeo de las armas, lo que resulta cierto es que sus ráfagas arrasan paisajes, tranquilidad y agotan la esperanza. 

¡Que viva la palabra frente a la indiferencia mundana!