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Lee Krasner. Espíritu solidario

La Fundación Callia ha entregado, recientemente, en una ceremonia celebrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, los Premios Internacionales de Mecenazgo, en su décima edición. Fueron otorgados a Simon Pury, mecenas y promotor del arte contemporáneo a nivel global, a Eduardo Costantini, creador e impulsor del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y a la Fundación Pollock- Krasner de Nueva York. La aportación a las artes desde los diferentes prismas se reconoce en los méritos de los galardonados; y en lo que afecta a la Fundación Pollock- Krasner, su filosofía se distingue por apoyar a los artistas de cualquier parte del mundo que se encuentren en activo. Las ayudas van dirigidas a la puesta en marcha de nuevos proyectos, a la compra de materiales u otras necesidades que surjan del ejercicio de una vida profesional en el arte entendida desde su dura complejidad. Y además la institución contempla un programa de becas a organismos culturales que colaboran directamente con los artistas. 

Lee Krasner en su estudio
Lee Krasner en su estudio

Las raíces de la Fundación Pollock-Krasner están íntimamente ligadas a la personalidad de Lee Krasner (Nueva York,1908-1984). Sin detenernos en la vida y trayectoria de Jackson Pollock, me gustaría, en cambio, llamar la atención sobre su compañera de vida y destacar el espíritu solidario que la distinguió. Su lucha por sobrevivir en un mundo de dificultades forja su carácter en edad temprana; sus comienzos se sitúan entre finales de los años veinte y principios de los treinta; son los tiempos de la Gran Depresión económica acaecida en EE.UU y las políticas del New Deal promovieron proyectos específicos para artistas (WPA Federal Art Projects); y ella trabaja en esos programas al lado de Louise Nevelson e Isabel Bishop, experimentando con la obra mural e indagando para esas realizaciones en los problemas sociales derivados de la grave crisis. Por tales razones, las experiencias forjan su carácter y despiertan en ella el compromiso, la comprensión de lo que supone la dedicación al arte, plagada de obstáculos y esa realidad estará presente en su pensamiento y la acompañará hasta el final de sus días.

Valorada en los años cincuenta y sesenta en los ambientes que rodeaban a la pareja, PollockKrasner, su personalidad se verá parcialmente nublada por la estela brillante de su marido y aunque construye su propia obra merecedora de un gran lugar, las circunstancias para su reconocimiento se dieron tarde.

El Expresionismo Abstracto norteamericano se legitimó, sobre todo, en la bibliografía generada, mayormente con nombres masculinos provocando un desequilibrio prolongado en el tiempo. No obstante, el proceso de reparación ya se ha puesto en marcha, y en lo que respecta a esta gran creadora, ahora ocupa en la historia del arte del siglo XX el puesto que le corresponde.

De Lee Krasner destaca la temprana vocación afirmada por una extensa formación en el campo de las artes (Women´s Art School of Cooper Union y National Academy of Design ). En su evolución deja atrás las influencias recibidas de su profesor Hans Hofmann; también las huellas del cubismo, pero no desaparece en su obra el color luminoso y vivo, herencia de Matisse del que hará síntesis con sus propios gustos.

Su instinto la lleva a profundizar en las diferencias de su naturaleza femenina, dando prioridad a la introspección, a la meditación, a la manifestación de aspectos psicológicos particulares. Vuelca en su obra toda esa amalgama de sentimientos, de hallazgos y la suma de todo ese caudal revierte en formas que derivan en modelos abstractos.

Cuando a partir de 1940 se introduce en los círculos expresionistas y conoce en 1941 a Pollock, está totalmente integrada en las actividades de aquellos grupos; pero por los efectos de la relación y matrimonio con él, tuvo que readaptarse y afinar su espacio personal y creativo. Sin embargo, no abandona sus planes y su pintura evoluciona, se va transformando hacia el automatismo y abstracciones basadas en las visiones de la naturaleza junto a otras formulaciones; la serie “Pequeñas Imágenes” (1940), revela los resultados del camino emprendido y además el gusto por la escritura jeroglífica hebrea y miniados.

En 1951 expone individualmente en la galería Betty Parsons de Nueva York y a partir de 1956, en solitario, sin la compañía de Pollock, sigue entregada a sus propósitos de vida. En la década de 1960, Krasner se vuelca en la realización de obras de gran formato, manteniendo hasta el final la participación activa en la defensa y consolidación de los principios estéticos y humanos que la guiaron y diferenciaron. El resto ya es historia.