En mi larga vida profesional, la información política y parlamentaria ocupó muchos años, y no precisamente por vocación. Ocurrió que entré a trabajar en la agencia PYRESA cuando ya llevaba unos cuantos años de profesión, era redactor-jefe de la Revista OFICEMA (siglas de la Oficina Central Marítima, después Asociación de Navieros Españoles), dirigía una Revista de vinos, VID, Del Sindicato de Vinos, Cervezas y Bebidas, y colaboraba con reportajes variados en la revista Semana, cuyo director y propietario era Manuel Halcón, escritor andaluz autor de novelas de éxito, como “Monólogo de una mujer fría”. Tenía trabajo para no aburrirme, pero yo deseaba otro tipo de periodismo, más pegado a la actualidad, y por ello me entrevisté con Vicente Cebrián, director de la Agencia Pyresa. Era un jefe excelente, y una gran persona. Pero necesitaba un redactor “de calle” ( entonces había una distinción entre los redactores de calle y los de mesa, y yo era de los segundos), yo estaba resignado a marcharme, dando las gracias a Cebrián, cuando éste, al que había caído bien, me hizo una pregunta que iba a cambiar el rumbo de mi mi vida: “Por casualidad ¿no tendrás coche?” Y tuve que responderle “bueno, tengo un 600”. “Es que yo necesito un redactor con coche, así que puedes empezar mañana, y ponte a las órdenes de Emilio González Navarro”-
Por este este quiebro del destino, comencé a trabajar en Pyresa el 4 de noviembre de 1964. Entonces un redactor tardaba entre uno o dos años en entrar en plantilla. Yo lo conseguí en un mes. Y no por méritos propios, sino, como diría Ortega y Gasset, por las circunstancias. Un compañero de trabajo, de cuyo nombre no quiero acordarme, tuvo la mala idea de birlar una botella de whisky de una reunión informativa de un organismo público. Y además la mala suerte de ser descubierto, se lo comunicó a la agencia y se le puso de patitas en la calle. La propuesta de su cese se cursó con la de mi ingreso. Y el funcionario encargado del asunto debió de pensar “ Me piden que cese a uno y que nombre a otro. Pues lo hago así, y asunto resuelto. Lo que motivó el enfado y la desesperación de mis ilustres compañeros que llevaban meses en lista de espera, que me tacharon, injustamente, de enchufado, pelota y otras lindezas por el estilo, sin comprender la decisiva influencia de las circunstancias. Y, hablando de circunstancias, ocurrió que a los pocos meses, cuando me nombraron, además de reportero, de encargado del turno de noche, hasta las dos de la madrugada, Emilio González Navarro fue nombrado redactor-jefe, y yo heredé su cometido de informador municipal, de la Diputación, y de información política y parlamentaria. Y así tuve, durante muchos años, la oportunidad de conocer a la política y a los políticos. Y la experiencia en el tema me hizo reflexionar, y pensar en algo que podrá parecer cursi, y muy exagerado, pero que responde a mi pensamiento. Y es que creo que es muy difícil ( “ ¡ojo¡ no digo imposible, sino difícil, muy difícil”), transitar por los caminos de la política, sin dejarse jirones de la propia conciencia en el camino”.
Y creo eso porque la política, entre otras cosas, es una fábrica incesante de decisiones, que pueden afectar, para bien o para mal, a muchos, lo que hace difícil acertar con una fórmula que beneficie a todos sin perjudicar a algunos. Lo ideal sería que los políticos tuvieran siempre a mano su conciencia a la hora de aprobar o rechazar una propuesta, y estar dispuestos a enfrentarse a las presiones partidistas o poner límites a la obediencia debida, pero quizá esto sería pedir demasiado.