Telecinco ha dado carpetazo navideño a La Isla de las Tentaciones. Es el “reality” más apasionante —o apasionado, o quizá, sexualmente delirante—, enloquecedor y palpitante de toda la parrilla televisiva española.
En esta ocasión el programa ha superado cualquier expectativa. Éxtasis por doquier, cuernos por dondequiera, afecto en el jacuzzi y un cortejo que ni de lejos las mejores garzas. Los tipos flirtean sin camiseta para lucir unos abultados músculos que son, en realidad, los únicos que hablan. Parece que con ellos acarician más fácilmente los sentimientos de las jóvenes. Ellas, siempre muy exuberantes, con biquinis de lo más menguados y unos escotes hermosos, dejan ver, soñar, palpitar y hasta fantasear el delirio.
Uno se sienta frente a la pantalla e inmediatamente se pone en modo avión. No hay nada que pensar, ni que razonar, ni que decir, solamente abrir los ojos y esperar las nuevas sorpresas. No estamos ante un programa instructivo, más diría que es una fiesta que habla de la miseria y la bajeza del ser humano. Tipos más tiesos que el pico de una plancha y ellas, en su dulzura, hacen de la playa un vergel de erotismo.
A la isla van jóvenes, en edad de procrear y con la testosterona en niveles colosales, ¡normal! Dicen que son pareja y que se quieren más que nada, pero todos insisten a sus amados que se junten, que se arrimen a los tentadores y que intenten ponerse como bestias pardas. Cuando lo hacen, entonces es el momento en que tienen que aguantar, ser decorosos y no arrimarse a la rama, al palo o al churro.
Han cortado la emisión hasta el año que viene. Ahora, justo en este instante que estábamos en un momento álgido del programa y disfrutando. Viendo participantes sensibles que nos demuestran que la carne es la carne y también que es débil. Ni los mismos vegetarianos se suman a la indulgencia del pecado. Estábamos expectantes confiando ver la condena final, el encuentro de estos amantes —de Teruel— y con ellos saber si al marchar lo hacen uniendo sus hermosas cornamentas. Saber si regresarán a España de la mano o, por el contrario, conocer si la berrea ha aderezado el camino de una nueva condena. Porque todo esto es castigo, mentira y probablemente también sea una equivocada decisión que con los días subsanarán bajo alguna sábana, o tal vez en restaurantes, tiendas y bolos. De eso sí, bolos, muchos bolos.
Sin duda muchos echarán de menos a esos jóvenes de cándidas protuberancias cuyos apéndices sujetan y tapan como mejor pueden al salir de los baños burbujeantes. Notorios relieves que alcanzan en las fiestas nocturnas tras numerosos arrumacos y zalamerías. Son prestidigitadores, histriones del nabo, charlatanes y embaucadores cuyas conversaciones solamente giran en asuntos de pareja calenturienta y el sexo más ramplón. Pero en todo este serial bien merece una mención especial la dulce Claudia que, a guisa de resorte, fue cambiando de una extremidad a otra hasta retornar al primero. Y lo poco que quedó de tan fina compostura solamente lo utilizó para exigir explicaciones al otrora, novio, que es también un valiente empotrador.
Con todo, el arrepentimiento les llegará al final, en el instante en que cada uno de ellos se ponga frente a su familia y amigos, cuando se den cuenta de que han sido objeto de burlas y mofa entre toda la sociedad, y también que sus momentos más íntimos, los que tienen que vivirse en la absoluta soledad de la pareja, han sido ignorados y anunciados para complacencia de cualquier villano.