Escuchando Radio Clásica, he percibido algo que me ha causado estremecimiento. Se trataba de Alfredo Kraus interpretando la romanza ‘Una furtiva lágrima’ de la ópera ‘Elixir de amor’ de Gaetano Donizetti. No es de extrañar, cuando era niño estaba siempre puesta la radio y en aquella época Kraus formaba parte de la música popular. El metal de su voz, broncíneo, está insertado en lo más profundo de mi cerebro.
Muchos años después he tenido la oportunidad, no muchas, de escucharlo en directo. Nunca olvidaré un concierto en el Real, con nuestro tenor ya enfermo, que se suspendió a última hora. La reacción del público rozó la histeria, Courtois se hubiera asustado, los servicios sanitarios femeninos fueron vandalizados ante la rabia de sus fans entre los que yo también me encontraba. ¿Cómo explicarlo? Sentíamos la desesperación de que nunca más volveríamos a escucharlo.
Alfredo Kraus fue muy grande, la lectura del impagable libro que le dedicó Don Arturo Reverter explica con precisión las razones técnicas de lo que estamos hablando. El tenor canario optó por la perfección, reduciendo sus roles operísticos a apenas una veintena. Compárese con otro tenor mítico como Plácido Domingo que interpretó más de 100 papeles distintos, incluso en el ocaso de su carrera abrió su espectro hasta el barítono para aumentarlos todavía más. La oposición entre ‘dominguistas’ y ‘krausistas’, aunque en un ámbito más limitado, ha tenido tanta intensidad como el enfrentamiento entre los partidarios de Enrique Ponce, cantidad, y los de José Tomás, calidad. Me declaro partidario de los sublimes, pero con mi admiración irredenta a los capaces de actuar ‘19 días y 500 noches’.