“Hay un jardín en Venecia que ahora está encerrado en su misterio como esperando una resurrección, un jardín que conoció el esplendor y que ahora se devora a sí mismo. Es el jardín que todos conocen por el nombre de su creador: Eden”.
El párrafo anterior forma parte de la introducción al libro “Un Jardín en Venecia”, publicado en Londres en 1903 donde su autor Frederick Eden relata su experiencia como creador del santuario al que dio su nombre. Y es con este preámbulo con el que comenzamos este artículo, a la par que les invitamos a acompañar, junto al veneciano Antonio Vivaldi, a “La Farfalletta Audace”, una pequeña y audaz mariposa en su vuelo a ese legendario santuario en la Giudecca, una de las islas del territorio de la antigua y serenísima República de Venecia.
“La Farfalleta audace”
No sé si les sucederá lo mismo pero me gustaría entrar en ese jardín, y presumo que ustedes también. Unos,… en el que está cerrado y abandonado, y otros, en el que el aristócrata Frederic Eden y su mujer cultivaron a finales del siglo XIX, y que fue visitado por tantos escritores de renombre.
Un jardín, cualquier jardín, secreto y oculto, es parte del ser del vino, un jardín “que ahora está encerrado en su misterio como esperando una resurrección”.
Y es que el vino es la metáfora de un recuerdo que ha acompañado al ser humano a lo largo de la historia. El recuerdo del jardín del que fue expulsado y que persiste en el “inconsciente colectivo” como una sombra lejana, más allá de la frontera del exilio.
Es por esto que, tras el diluvio, Noé plantó la primera cepa y, convirtiendo esa sombra en un tropo, en una metáfora que la hiciera tangible, trascendió el absolutismo de la realidad de la naturaleza.
Tropos que el vino suscita con sus compuestos orgánicos volátiles: −el volatoloma.
Tropos,… ya sean metáforas, sinécdoques, metonimias, antonomasias, onomatopeyas, catacresis, o metalepsis de lo que percibimos. Tropos,… y en particular metáforas de los siete reinos de la naturaleza, como son el animal, el de las plantas, el de los hongos, los protozoarios, los cromistas y los lápides.
Metáforas del reino animal como el dehidrolinalool o el ácido 3-fenil propanoico y sus aromas a almizcle.
Metáforas del reino de las plantas como es el caso del linalool con aromas a rosa o lavanda.
Metáforas del reino de las moneras, como son los hongos, los protozoarios −levaduras−, los cromistas −algas−, las bacterias o las arqueas. Metáforas que suscitan, entre otros, el feniletanol con su aroma a levadura de pan, o el octanoato de etilo y sus tropos a moho,… o el terpineol, que evoca a musgo de roble.
O tropos de lo mineral, –del reino de los lápides.
Consideren un vino que, al ser percibido, evoca los aromas de las flores de un jardín. En este caso, el ser del vino (óntos ón) se asocia metafóricamente con la forma del eîdos platónico o con cualquier otra, donde el eîdos sería la idea abstracta del jardín floral.
Es decir una dimensión “del ser del vino” es el manifestarse como un jardín.
Esta representación se entrelaza con diferentes formas de describirlo como, por ejemplo, asociar los aromas a frutas o flores con la juventud del vino o con el tipo de uva. Sin embargo, aunque intentamos describir y conceptualizar el ser del vino éste se mantiene en una especie de reserva o abrigo, siempre escapándose de una representación total. En este contexto el ser del vino se retiene, se oculta, se sustrae, se retira (sich entzieht).
Es el concepto de metáfora desarrollado por Heidegger y Jacques Derrida.
La retirada del ser del vino se manifiesta en el hecho de que los modos (“lo ente”) en los que intentamos capturar su ser (frescura floral, juventud, calidad, aromas) son pasos trópicos que se entrelazan en una suerte de metáfora amplia del ser (el vino como jardín), pero que, en última instancia, no agotan la totalidad del ser del vino (se nos escapa su inmensa complejidad aromática que es metáfora de la inmensa complejidad de su ser).
Sin embargo imaginen que en un momento dado, las metáforas utilizadas para describir los aromas del vino –como al compararlo con determinadas flores, por ejemplo, el aroma a rosas, estas metáforas se retiran o se distancian, es decir, no son capaces de describirlo en su totalidad, ya que en realidad es un aroma a reminiscencia de rosas.
Este distanciamiento no conduce a la desaparición de la metáfora por cuanto a su incapacidad para describir lo que percibimos. Esta retirada da lugar a una proliferación y complejidad metafórica aún mayor resultando en una multiplicidad compleja de niveles metafóricos. De tal manera que se podría sugerir, en la línea del pensamiento de Derrida, que este proceso implica una "metáfora de metáfora".
Así en una garnacha, el aroma sugestivo a cilantro se constituye en una metáfora del linalool, y este a su vez se constituye en una metáfora del Chanel Nº5 o la lavanda, y la lavanda se constituye en una metáfora de la rosa,... y así consecutivamente.
El resultado es una especie de juego metafórico adicional, donde la ausencia o retirada (imprecisión) de las metáforas se convierte en una forma de metáfora por sí misma. Son cambios trópicos, donde el tropo, en este caso la metáfora, cambia de significado a cada momento.
Hemos transitado del cilantro a la lavanda o al Chanel Nº5 en una suerte de capas de significado que se entrelazan y se pliegan de maneras inesperadas. Es un juego de retirada y generalización en lugar de simplemente una reducción de significado.
Esta es la belleza del vino. Esto constituye parte de su ser.
¡Ya estamos listos llevar a la práctica la filosofía de la metáfora del vino!
En esta ocasión, al igual que se hizo con el eugenol en un artículo previo, nos adentraremos en “la verdad del ser” del linalool, una molécula volátil clave en el perfume Chanel Nº5 (1921), en el cilantro y en la lavanda.
Pero esto lo dejamos para la siguiente entrega.
[Continuará…]