Al hilo de las tablas

¡Por Dios, que haya caballos!

Sin duda que ese habrá sido el ruego del gran Rafael Peralta Pineda, al pasar de este mundo al otro; evocando la feliz expresión del gran poeta andaluz, José León. “Si un día voy a la gloria, ¡por Dios, que haya caballos!”.  Ese mismo, que tras su muerte se ha reafirmado sacándose del alma, un “Adiós a Rafael Peralta, con su duende y señorío, y un rancho en Puebla del Río, que por no faltarle ´na´, hasta se llama Rocío”

 Larga y profusa existencia, la del Caballero de la Puebla del Río, que casi siempre, en tándem con su hermano Ángel, recorrió variadas facetas humanas y ha dejado un marcado rastro de vida, después de celebrar más   noventa cumpleaños cada uno.   Y siempre con el caballo como eje en el que han girado todas las cosas que les importaban, caballos cartujanos de las marismas, toros de origen Contreras y Murube, con alguna otra inclusión; el toreo a caballo, la poesía, el canto flamenco, el cine, las retransmisiones televisivas, el desarrollo agrario y empresarial, de tantas cosas que traían entre manos. Todo ello con un singular talento, y trabajo. Mucho trabajo. 

Cuando los años se le echaron encima a él y a su hermano, y la vorágine de las grandes ferias había pasado a mejor vida; jamás abandonaron todo aquello que les había lanzado de forma implacable a la vida. Las fuerzas y los objetivos podían ser otros, pero la pasión seguía macerándose con la experiencia. 

En los años del furor televisivo de los festejos taurinos, Rafael Peralta participaba con normalidad como comentarista en una televisión de ámbito nacional; de tal forma que con motivo de una corrida especial de rejones, en las que participaban las viejas glorias del arte de la Marialva y en la que él estaba anunciado;  se presentó  a retransmitir con traje corto,  botos camperos, zahones y sombrero de ala ancha; de manera que cuando le correspondió lidiar su toro, por  turno de antigüedad, se despidió momentáneamente, de compañeros de staff informativo y de la audiencia, con la ingeniosa frase: “Vamos a ver ahora cómo se me da, pues consejos vendo, y  para mí no tengo”.  Verdadera lección de vida, la que ha dado este hombre valiente, con un fino ingenio, que conectaba fácilmente con su entorno y dejaba rastro, para siempre. 

Ahora que “los cuatro Jinetes del Apoteosis” están juntos, en la otra orilla de la eternidad, no podemos negar la gloriosa existencia de caballos y de aquellos hombres y mujeres, que saben sacarles lo mejor que llevan dentro. Confió con firmeza, que la plenitud de la vida ha llegado plenamente a Rafael, por la sencilla razón, de que la buscó sin descanso durante su existencia mortal.