Ayer, en el pleno del Congreso, el presidente del Gobierno nos dijo que no va a tirar la toalla. Los golpes de la corrupción, de la corrupción de su equipo de gobierno, no le hacen mella. Él, a lo suyo, a dramatizar. Otrora enamorado, ahora traicionado, el pobre no gana para disgustos. El político más embustero del planeta nos quiere endilgar el cuento de que nada sabía, que todos a su alrededor parecían tan honestos como él, adalid contra la corrupción que, tras siete años de presidencia corrupta, nos va a dar unas cuantas lecciones de cómo se ha de contener dicha corrupción. ¿Quién da más?
El pobre Pedro, con esa amargura de pastor de ovejas a quien el lobo se ha comido parte del rebaño, sale a la palestra y nos dice que estuvo considerando dimitir. Esa sí que es buena, ¿dimitir? El hombre que le susurraba a los corruptos nunca pensó en la dimisión. Si acaso, redactó unas cuantas cartas que luego tiró a la hoguera de sus vanidades. Se autoproclama capitán del barco, una nave de madera carcomida por la degeneración de sus personas de confianza; un barco que se hunde y quedará encallado en el abismo de la infamia política. Lo triste del caso es que ese barco hundido arrastra consigo la credibilidad que el ciudadano de a pie deposita en sus políticos.
Y qué decir de sus socios de gobierno, ¡vaya papelón! No se molestan ni en disimular, prefieren aprovechar el pleno para atizar a la oposición. Es normal, qué futuro les espera cuando el bloque progresista quede descabezado; uno muy turbio, espero. Por eso, adulan, pelotean, lamen las posaderas del, parafraseando a Puente, puto amo. El puto amo es un jeta como no hay otro. Un tipo que se hace el orejas y nos quiere convencer de que él, la persona que controla cada movimiento de su partido, del partido sanchista, no sabía nada de las corruptelas que sus secretarios generales, ministros y demás caterva socialista, componían desde que a él, al señorito Pedro, se le metió entre ceja y ceja llegar a ser presidente del Gobierno.
Lo más sangrante es que todavía tiene el cuajo de anunciar un plan nacional anticorrupción, no asume ninguna responsabilidad política y además se pitorrea. No cabe duda, este hombre patético no guarda un solo escrúpulo tras su rostro maquillado. Se mofa de los españoles cada vez que sube a una tribuna. En el argot boxístico diríamos que es un púgil noqueado, pero ya ven, no tira la toalla. Prefiere dar palos de ciego, lanzar puñetazos al aire, sostenido por esos preparadores en los que se sostiene, los enemigos de España, porque a ellos tampoco les viene bien tirar la toalla de Pedro Sánchez, sus objetivos solo tienen visos de cumplirse si el púgil grogui continúa en el cuadrilátero de la política nacional, inútil para el Estado, pero útil a sus intereses. Solo cabe esperar que, más pronto que tarde, reciban el golpe definitivo y todos ellos -corruptos y cómplices- acaben por besar la lona.