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La importancia de la dinastía de los Romeros de Ronda

Las maneras de torear que tenían los célebres Romeros de Ronda, con aquella gallardía y entereza, sobre todo Pedro, el más vigoroso, el que estuvo más de 35 años toreando sin recibir cornada alguna, matando 5.600 toros, quien asiduamente repetía las frases; “para el toreo se necesitan hombres, el cobarde no es hombre”, o “parar los pies, matar al toro o morir”, se plasman claramente su esencia en un toreo hondo y serio, el exponente de ello, sin lugar a duda, haber llegado a una infalible figura como primordial en la historia de la tauromaquia española. 

La relevancia taurina rondeña, tierra de toreros, patria chica por española, la que diera al planeta de los toros una gloriosa estirpe de diestros valerosos, la más ilustre de todos los tiempos, reconocida mundialmente, debiéndose a una serie de factores unidos a lo largo de los años han cimentado en una permanencia histórica, cultural y social en la universal villa del famoso “Tajo”, sobre todo monumental, centro de los principales focos de atracción turística, musa para escritores, pintores, cantantes, músicos, poetas, cineastas, estudiosos y hasta aristócratas por ir ligada estrechamente a sus rancias costumbres y, como no, a esa reliquia de Plaza de Toros neoclásica, construida en 1785, asentada en una verticalidad rocosa que se alza hacia el firmamento, celebrándose en ella la tradicional corrida goyesca desde hace más de catorce lustros, lugar donde se terminaron de curtir las bases del toreo moderno en honor al benjamín de la dinastía, el referido Pedro Romero.  

Ronda, la del paisaje serrano y bravío, cuna de los Romeros y después la no menos importante, los Ordóñez, donde se forja el toreo poderoso y varonil que, en el correr de los años va dejando escuela e historia hasta nuestros días para unirse al esplendor de la Fiesta Taurina.

Antiguamente la figura del torero no estaba tratada de manera individual, hasta la llegada de los Romeros, el protagonista de entonces era el caballista (hoy rejoneador), al que le tenían que acompañar auxiliadores en las faenas de plaza, ni siquiera se le llamaba torero a caballo, sino “don fulano de tal” y sus peones.

Es sabido que el primogénito de la famosa dinastía, Francisco Romero, allá por el siglo XVII, fue auxiliar de aquellos caballistas maestrantes de Ronda, su hijo Juan empezaría esta labor como una profesión, el que también actuaría infinidad de veces en la Maestranza sevillana y en otras plazas andaluzas con su cuadrilla propia.

Juan tuvo siete hijos, de los cuales cuatro fueron toreros: Gaspar, muerto en Salamanca, año 1773, por un toro de Agustín Diaz Castro, que lo empitonó toreando en la Plaza Mayor en presencia de su padre y su hermano Antonio, el que también tuvo la desgracia de morir pocos años después en Granada, 1802, por cogida del toro “Ollero” de la ganadería del marqués de Tohus, José y Pedro, este último el mejor de todos, además fue quien sostuvo el prestigio del apellido y la supremacía taurina de su Ronda en un larguísimo periodo de tiempo. 

El mencionado José, se destacó por ser un magnífico lidiador, despachó al toro que mató a “Pepe-Hillo” en Madrid el 11-05-1801, llamado “Barbudo” del ganadero José Gabriel Rodríguez, sin embargo, la historia taurina reconoce el autor de este hecho a su hermano Pedro. Como anécdota diremos que, la última vez que toreó en Madrid un toro José fue en el 1808, con la edad de 73 años.

Pedro Romero, hombre valeroso, alto, fornido y de prodigiosa agilidad, lleno de arte, valentía y honradez, marcando el antes y el después del toreo, caracterizado por su personalidad y la singular forma de matar a los toros, así como de la lidia que le hiciera a cada uno. Sin duda, fueron sus grandes virtudes las que sabía realizar perfectamente. 

Marcó una época, donde el torero comienza ser una persona cotizada y destacada en el orbe taurino, todo ello debido al buen hacer y conocimientos que poseía tanto dentro como fuera de los ruedos.

Cuando contaba 77 años, tuvo bajo su responsabilidad la dirección de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, orden que recibió del Conde de la Estrella, por mandato del rey Fernando VII, convencido el monarca que el legendario torero aplicaría las normas clásicas que condujera al más puro y profundo romanticismo, fiel intérprete de esos valores. 

Fechas después aceptaría matar dos toros en la plaza de extramuros madrileña de la Puerta de Alcalá. Falleció en Ronda, 10-02-1839, a los 84 años de edad.

Por último, diremos que fue íntimo amigo de Goya, que tanto pintó con sus pinceles a él como a su hermano José, en su importantísima Tauromaquia.

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