El 12 de octubre, durante el desfile de la Fiesta Nacional, toda España ha podido contemplar, atónita, cómo el gobierno -ese mismo que solo representa a 179 de los casi 49 millones de ciudadanos- ha profanado el símbolo patrio cambiando los colores del humo de la formación de aviones Mirlo por el morado de Podemos y el marroncillo del disimulo.
Una afrenta deliberada, una provocación cromática que marca la rendición del Estado ante la ideología y la manipulación sectaria.
Mientras tanto, el ciudadano Felipe, ese que ya no actúa como rey sino como subordinado del poder que le sostiene, luce orgulloso su pin de la ruinosa Agenda 2030.
Ciudadano Felipe "el subordinado", el mismo que expulsó a su propio padre de España obedeciendo órdenes políticas para él quedarse a mamonear y vaguear con su consorte republicana, renunció en su momento al uniforme militar que en estas ceremonias de exaltación nacional lucía su padre -el verdadero rey de España- durante el recibimiento de gala, porque así lo manda quien le mantiene el colchón y la nómina.
El mismo que carga, en silencio, con el affaire de Jaime del Burgo y con la humillación pública de una monarquía deshonrada; el que tolera y asume como interlocutores legítimos a filoterroristas y separatistas, permitiendo que sean ellos quienes dirijan los destinos de España.
El que no se atreve a felicitar a la Premio Nobel de la Paz, temeroso de ofender a quien le paga y le deja dormir en Zarzuela ¡QUE VERGUENZA DE INDIVIDUO!
Ciudadano Felipe, es el que ya ni siquiera despacha con su mecenas Sánchez porque sabe que ha perdido su autoridad *.!.) es el que ha dejado de ser monarca para convertirse en el "Pelele del eje Sanchista", que hundirá España, siendo símbolo de una Corona sometida, vacía, sin decoro ni dignidad.
Por otro lado, y en el mismo barco del naufragio nacional, jamás un líder de la oposición tuvo tantos argumentos, pruebas y motivos para denunciar la corrupción de un presidente. Pero ahí está Feijóo: tibio, domesticado y lleno de temores, incapaz de asumir el papel que la historia le exige. En lugar de alzar la voz contra el enemigo común, la acomete contra quien debería considerar su aliado natural. Una actitud miserable que revela su naturaleza de traidor funcional, la misma que ya demostró ocultando las siglas del Pp en sus campañas gallegas.
Feijóo es el vecino que, en tiempos de guerra, denuncia al otro para salvar su pellejo. El que prefiere pactar con el verdugo antes que arriesgar su comodidad. El que, viendo el naufragio, no deja que otro se agarre a su tabla sin importarle que se ahogue. Y no tardará en volver su daga contra Ayuso, porque su instinto no es el del líder, sino el del superviviente.
Este "moino que a tiempo vencido quiere que se le oiga mas que nunca", como diría el pueblo, prefiere vegetar en la oposición antes que gobernar, sabiendo que frente a Sánchez tendría que demostrar coraje y convicción y hay que decirle que llega tarde tal y como él queria.
Es mejor -piensa él- seguir cobrando, viviendo del mamoneo parlamentario y soñando con una república gallega, que defender con valentía la estabilidad, los valores, las costumbres y las tradiciones que aún nos quedan.
Mientras tanto, el gobierno acelera la ruina moral y económica del país. Desaparecerá la bandera rojigualda y el himno, convertidos en símbolos prohibidos.
Será delito mostrarlos, hablar en público o hacer gala de cualquier cosa que huela a patriotismo o recuerde los logros de quienes levantaron esta nación.
Y Feijóo, rodeado de su pandilla de inútiles peperos, se mantiene ensordecido, alimentando el odio hacia Vox, creyendo que con eso ganará el favor de los mismos que le desprecian, mientras sigue perdiendo votantes a pesar de plagiar algunas de los postulados de la formación de Abascal, creyendo -como buen oportunista que es y ha sido- ingenuamente que con eso va a robarle votantes.
No sabe -o finge no saber- que es tan peligroso como Sánchez, solo que en otro asiento del mismo barco que se hunde.
Ambos comparten las mismas ambiciones, la misma falta de escrúpulos por el pueblo que dicen representar. España, una vez más, ha sido traicionada por su corona y por su oposición.
Y el 12 de octubre, día que debió ser de orgullo, ha quedado marcado como la fecha infame en que los colores de la patria fueron teñidos con la vergüenza de quienes la venden al mejor postor.
Salir de la OTAN, la confrontación con la UE, y el acercamiento a los países que conforman los BRICS y el Foro de Sao Paulo, será el siguiente objetivo antes de que aparezca la sombra que se nos vendrá encima dentro de muy pocos meses.