Que el asunto del amor no pasa por el corazón sino por el cerebro, es uno de los grandes descubrimientos de este inicio de siglo, cuando ya poetas y compositores de boleros han maltratado a ese pobre órgano con todo tipo de calumnias e imprecisiones.
Por fin neurólogos, sicólogos y siquiatras, se ponen de acuerdo para identificar ese lugar donde reposa la ansiedad, el deseo, el sofoco y el placer, y es en la glándula pituitaria, cuya secreción es regulada por las células del hipotálamo, para producir la que ya es reconocida como la hormona del amor: la oxitocina.
El descubrimiento echa por puertas composiciones tales como “Corazón maltratado”, “Mucho corazón”, “¿Dónde estás corazón?”, “Con mi corazón te espero”, “Corazón de poeta”, “Amorcito corazón”, y tantas otras.
Poema veinte, Pablo Neruda:
“Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido…”
O el soneto que empieza diciendo:
“Corazón mío, reina del apio y de la artesa:
pequeña leoparda del hilo y la cebolla:
me gusta ver brillar tu imperio diminuto,
las armas de la cera, del vino, del aceite…”
O el poema del bardo inglés W.B. Yeats, “El amante habla de la rosa en su corazón”. (The lover tells of the rose in his heart).
Según los neurólogos, la oxitocina parece estar en el aire, pues se libera fácilmente al contacto; es como un circuito eléctrico, una orden del cerebro que mediante neuroquímicos causa estímulos inmediatos entre personas que se abrazan, se dan un saludo o sencillamente se dirigen una mirada.
Esta hormona, desde luego, potencializa también las relaciones sociales. Se le culpa también de ser factor de equilibrio en el romance. Es la que permite el apego o “encoñe” que llaman ahora, pues se libera fuertemente al momento del orgasmo. Se le conoce también como la hormona de la fidelidad, pues su abundancia en un cerebro determinado, hace que los infieles reconozcan, en medio de un bosque de tentaciones, a la dama indicada, la que “calza” perfecto en el torrente neuro afectivo.
La oxitocina es la culpable, pues, del inicio de un gran amor a partir de una mirada casual, o del reinado de un romance de muchos años después de un amistoso abrazo.
Por mucho tiempo se creyó que eran las feromonas las encargadas de ligar a los seres humanos, una teoría comprobada en los mamíferos. Toda relación de amor entre ellos se da a partir de una comprobación olfativa, lo que llevó a los perfumistas del mundo a producir aromas que pueden despertar deseos sexuales. Muy recientemente a una reconocida marca francesa se le fue la mano: produjo un perfume femenino con fragancia “seminal”.
En mi búsqueda acerca de esta novedad que sitúa el voltaje del amor en el cerebro y no en el corazón, encontré esta perla: “Dentro del enamoramiento, el cerebro de las personas libera oxitocina, encargándose de estimular el centro de recompensa del cerebro con la intención de fortalecer la unión monogámica. Esta hormona nos diferencia de los mamíferos (en teoría), quienes no suelen tener una única pareja sexual. La hormona entendámosla como una especie de droga que se genera y mantiene por cumplir una satisfacción y atracción por alguien, por eso es que cuando los niveles de afecto están en crisis, se habla de la disminución de los niveles de la hormona llegando a desatar padecimientos como la depresión. Las parejas que mantienen equilibrados sus niveles de oxitocina son las que, se asegura, pueden tener mayor posibilidad de una relación duradera. Estas parejas se distinguen por tener una mejor comunicación y más contacto físico”.
El problema de la oxitocina es que resulta antipoética. Estábamos ya acostumbrados al noble corazón, el cual se acomodaba bien a cualquier perfidia. Pero, no veo ahora los noveles poetas diciendo por ejemplo: “Amada mía, tu recuerdo se demora en los núcleos supraópticos y paraventriculares del hipotálamo (donde nace la oxitocina), y esta lluvia se empecina en decirme que esto ya no es amor…”