La belleza del sufrimiento y la urgencia de humanizar el cuidado

El legado de Elisabeth Kübler-Ross nos recuerda que acompañar al enfermo y al anciano es un acto de amor y de profunda humanidad

“Las personas más hermosas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha, la pérdida, y han encontrado su manera de salir de las profundidades.”

— Elisabeth Kübler-Ross

La frase de la Dra. Elisabeth Kübler-Ross (1926–2004) encierra una sabiduría profunda. Esta psiquiatra suiza-estadounidense, pionera en el estudio del duelo y los cuidados paliativos, transformó la forma en que entendemos la enfermedad, la vejez y la muerte. Su célebre obra Sobre la muerte y los moribundos (1969) dio voz a quienes enfrentaban el final de la vida y nos recordó que acompañar a un enfermo no es solo un acto médico, sino también profundamente humano. Kübler-Ross dedicó su vida a escuchar a los moribundos, a mirar más allá del diagnóstico para encontrar a la persona. Descubrió que lo que más temen los enfermos terminales no es la muerte, sino el abandono y la indiferencia. “No me escuchan, solo me observan”, le confesó una paciente. Aquella frase fue para ella una revelación: la atención sanitaria no puede reducirse a procedimientos; necesita corazón, presencia y empatía. Su legado nos interpela hoy más que nunca. En una época donde la tecnología médica avanza con rapidez, corremos el riesgo de perder el contacto humano que da sentido a la medicina. No basta con tratar síntomas: hay que acompañar almas. La ciencia cura, pero la compasión consuela y ambas son necesarias. En el cuidado de las personas mayores, esta mirada se vuelve especialmente urgente. Con frecuencia se escucha decir: “a su edad, eso es normal”, como si la edad justificara el dolor o el abandono. Sin embargo, toda vida, en cualquier etapa, merece ser atendida con la misma ternura y respeto. El envejecimiento no debe ser visto como una pérdida de valor, sino como una oportunidad para descubrir la profundidad y la sabiduría que solo el tiempo puede dar.

Aquí, la familia desempeña un papel esencial. Ningún sistema sanitario puede reemplazar el calor de un hogar ni la presencia afectuosa de los seres queridos. Escuchar, visitar, compartir una comida o simplemente estar al lado de un anciano es una forma poderosa de sanar. La familia, junto a los profesionales de la salud, puede ofrecer ese cuidado integral que dignifica y alivia.

Humanizar la atención sanitaria significa mirar al paciente como un ser completo: cuerpo, mente, emoción y espíritu. Significa llamar por el nombre, tomarse un minuto para escuchar, sostener una mano cuando las palabras ya no alcanzan. Son gestos pequeños, pero transformadores. Porque detrás de cada persona enferma hay una historia que merece ser honrada. Elisabeth Kübler-Ross solía decir que la muerte no es el enemigo, sino parte de la vida. Y que quienes aprenden a mirar el sufrimiento sin miedo descubren en él una fuente de compasión. Su mensaje sigue siendo un faro: las personas más hermosas no son las que han evitado el dolor, sino las que, a través de él, se vuelven más comprensivas, más fuertes y más humanas. Tal vez ha llegado el momento de recuperar esa enseñanza: de hacer de la medicina, la familia y la sociedad entera, un lugar donde el cuidado sea también un acto de amor.