Análisis y encrucijadas

Colombia necesita unidad para defender su democracia

Las recientes declaraciones del presidente Gustavo Petro en Nueva York han vuelto a poner a Colombia en el centro de la polémica internacional, generando incertidumbre sobre la solidez de nuestra democracia, la seriedad de nuestras instituciones y la estabilidad política del país. Más allá de la valoración puntual de cada frase o de la interpretación ideológica de su discurso, lo cierto es que tales intervenciones dañan la credibilidad internacional de Colombia, en momentos en que la nación necesita confianza, inversiones, aliados y un entorno propicio para crecer.

En esta ocasión, las palabras del presidente Petro fueron más que desafortunadas: resultaron profundamente irrespetuosas hacia la democracia de los Estados Unidos. Ningún mandatario extranjero puede pretender llegar a territorio norteamericano a disociar, ni mucho menos a fomentar la sublevación frente a órdenes legítimas del presidente de esa nación hacia su propio personal. Un hecho de esta magnitud es de la mayor gravedad en la historia de las relaciones internacionales. No solo tensiona la relación histórica entre Colombia y Estados Unidos —construida durante décadas sobre la cooperación y el respeto mutuo—, sino que sienta un precedente nefasto en la interacción entre partidos, gobiernos y pueblos. En la historia de la humanidad, pocos episodios de diplomacia se recuerdan con tanta ligereza y atrevimiento frente a la soberanía de otro Estado.

Cada declaración del jefe de Estado en escenarios de alto nivel tiene un impacto inmediato en la percepción externa. Colombia no puede permitirse aparecer como un país sin rumbo, incapaz de proyectar coherencia y liderazgo responsable en el contexto global. Cuando esa imagen se resquebraja, no solo se afecta la política exterior, sino también la economía nacional, pues se debilita la confianza de inversionistas, organismos multilaterales y socios estratégicos.

Sin embargo, el verdadero problema no radica únicamente en lo que el presidente diga, sino en la ausencia de un contrapeso político claro y cohesionado. Hoy, el país enfrenta una dispersión sin precedentes: más de un centenar de precandidatos presidenciales o de movimientos fragmentados que compiten entre sí, sin mostrar la madurez política que el momento histórico exige. La democracia no se fortalece con la proliferación de voces aisladas, sino con la capacidad de los liderazgos de unirse en torno a propósitos superiores.

Colombia no puede continuar con 108 candidatos presidenciales. Esa fragmentación solo beneficia a quienes apuestan al caos, a la división y a la erosión de la institucionalidad. En vez de alimentar disputas partidistas, rencillas personales o pugnas por el protagonismo, es hora de construir una sola campaña, un solo frente, una sola voz que defienda la democracia colombiana. No se trata de negar la diversidad política, sino de reconocer que, ante un riesgo tan grande, el patriotismo debe estar por encima de las ideologías.

El país necesita un proyecto unificado que devuelva a los colombianos la confianza en sus instituciones, que reconstruya la estabilidad política y que proyecte una Colombia seria, fuerte y respetada en el ámbito internacional. Si algo nos enseña la historia es que las naciones se levantan en sus momentos más críticos cuando sus ciudadanos y líderes son capaces de dejar atrás los egoísmos, de suspender sus batallas internas y de pensar en la obra común: la obra de la unidad.

Hoy, esa obra común es la defensa de la democracia. Una democracia que garantice libertades, que proteja la separación de poderes, que preserve la independencia judicial, que promueva un crecimiento económico incluyente y sostenible, y que se traduzca en bienestar político y social para todos los colombianos. Una democracia que recupere el lugar que Colombia merece en el escenario internacional: no como un país errático, sino como una nación estable y confiable.

La hora de la unidad ha llegado. Si seguimos atrapados en la dispersión, en los conflictos internos y en la lucha por liderazgos personales, terminaremos entregando el futuro del país a la improvisación y a la fragilidad institucional. Pero si logramos articularnos en torno a un solo candidato y a un solo proyecto, podremos encaminar a Colombia hacia la estabilidad, el progreso y el respeto internacional que tanto necesita.

No es momento de cálculos mezquinos ni de apuestas individuales: es momento de grandeza política. La democracia colombiana, la paz social y el futuro económico dependen de que entendamos que solo unidos podremos responder al desafío que hoy enfrentamos.