Entre la ley y la honestidad

Cleopatra: seducción y diplomacia. Un derecho al servicio del pueblo egipcio

Cleopatra - seducción y diplomacia. Un Derecho al servicio del pueblo egipcio - Diego García Paz
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Cleopatra VII (69 a. C. – 30 a. C.) fue una de las reinas de Egipto que ha tenido mayor repercusión histórica, siendo elevada a la categoría de mito, trascendiendo la realidad de las vicisitudes y de los múltiples problemas de su tiempo. Egipto se encontraba entonces en un periodo muy distinto de aquél que había supuesto su mayor esplendor. Tras los grandes faraones, tras el paso de Alejandro Magno y la dependencia de Alejandría, el antiguo reino del Nilo había quedado en manos de los descendientes de un general de Alejandro, Ptolomeo, dando así lugar a la dinastía ptolemaica, de origen griego, y de la que Cleopatra fue su última representante con poder efectivo. Hubo de afrontar, por lo tanto, una situación política que nada tenía que ver con los precedentes que hicieron de Egipto un reino incomparable. Ptolomeo XIII, padre de Cleopatra, se había puesto en manos de Roma e hizo de Egipto un protectorado. La última reina hubo de articular mecanismos para defender su tierra de la definitiva invasión romana, que fagocitaba a todas las culturas y pueblos a su paso, imponiendo su mando e inoculando todo su acervo, desde lo religioso hasta lo cultural y lo jurídico. En definitiva, la tarea de Cleopatra consistió en un último intento de preservar la identidad, poder y tradiciones egipcias, en un contexto muy conflictivo y con un reino ya en decadencia. Las llamadas a la puerta de Egipto por parte de Roma habían pasado a ser auténticas embestidas. 

Es por ello que la imagen de Cleopatra se ha desvirtuado enormemente, limitándola o simplificándola al papel de una mujer seductora o embaucadora, pero sin tener en la debida cuenta –desde mi punto de vista- que tal rol obedecía a razones de suma inteligencia, propias de una honorable estadista, en el sentido de anteponer los intereses del pueblo, en este caso egipcio, a su propia vida, con una finalidad que personalmente la trascendía, y que no era otra que la de conservar y defender la identidad del reino frente a los invasores, con la dificultad añadida de ser conocedora de que sus ancestros no habían tenido su mismo coraje y de que su querida tierra estaba muy debilitada en lo económico y acobardada en lo social, precisamente por las debilidades de antaño. Tenía que defender unas murallas, antes doradas, que ahora se caían en pedazos frente a una fuerza literalmente imparable. Era una mujer muy culta, con conocimientos de idiomas y de múltiples facetas del saber, lo que confirma que era plenamente consciente de la situación a la que se enfrentaba. 

En sus tiempos, el Derecho seguía conservando las características propias del periodo faraónico, esto es: contaba, en lo positivo, con importantes avances, con instituciones jurídicas sorprendentemente modernas y con una estructura judicial en la que el faraón se erigía en juez supremo en aquellos casos que precisaran de su intervención, los más graves desde el prisma penal, y asimismo ante él podía llegar, a través de impugnaciones, lo previamente resuelto por el visir o los sacerdotes, que actuaban por delegación del faraón. En lo metajurídico, el Derecho Egipcio seguía reposando en una idea de justicia de corte divino, bajo la influencia de la diosa Maat, que, no obstante, no se caracterizaba en absoluto por tratarse de un influjo arbitrario o imprudente, sino basado en el equilibrio entre el bien y el mal que el universo significa, personalizándose en la referida deidad, de modo que toda decisión judicial debidamente fundada en este tipo de Derecho Natural habría de ser justa, comedida, equilibrada, prudente; como la propia actuación de la diosa, que pesaba el alma del difunto con una pluma de avestruz ante el Tribunal de Osiris. Precisamente eran estas notas las que, cuando la decisión llegaba al mismo faraón, primaban a la hora de impartir justicia. En definitiva, el Derecho Egipcio contaba con unos avances, estructura y trasfondo de gran riqueza, y fue uno de los elementos que configuraron a aquel Egipto por los que la última reina también luchó, empleando los medios a su alcance, para tratar de que no fuera barrido del mapa por un Derecho Romano también avanzadísimo, cuna de nuestro conocimiento jurídico actual, pero no dotado de las peculiaridades propias de una sociedad muy especial que se había adelantado a su tiempo, adquiriendo unas formas y un fondo en Derecho muy anteriores a Roma. No en vano, se dice que si la biblioteca de Alejandría no se hubiera perdido, los escritos egipcios en general y de Cleopatra en particular que allí se encontraban, en el caso de que la historia los hubiera respetado posteriormente, habrían llevado a la humanidad a anticiparse en muchos descubrimientos y ámbitos que tuvieron lugar después de siglos. 

Desde una consideración de Derecho Público, y si se quiere, desde la perspectiva del Derecho Internacional, la misión de Cleopatra, con el fin de preservar la identidad de su pueblo, fue la de llegar a pactos, a acuerdos con Roma. Y para ello acudió a una forma de alianzas que es la que ha llevado a la actual construcción del mito. Pero no debe tenerse una visión simplista de estos hechos. Si la última reina de Egipto mantuvo relaciones sentimentales primero con Julio César y después con Marco Antonio, lo fue con la finalidad de que aquellos que ostentaban transitoriamente el poder cedieran en sus ansias de dominio o no se impusieran de forma aplastante sobre Egipto. Esto es: uno de los principios capitales de la diplomacia y de las relaciones entre estados y entre gobiernos es el del reconocimiento mutuo, que se basa en algo fundamental en cualquier tipo de relación humana: el respeto. Esto conlleva a la subsiguiente lealtad institucional, a la no agresión, a la no imposición y al rechazo del uso de la fuerza. En consecuencia, el mantenimiento de este tipo de vínculos afectivos con dirigentes romanos, primero con Julio César hasta su asesinato –con el que tuvo un hijo ilegítimo, Cesarión– y luego con uno de los triunviros, Marco Antonio -hasta su deshonrosa derrota en la batalla de Accio-, obedeció a un inteligente uso de la diplomacia por parte de Cleopatra, sin que ello en modo alguno significase que esa forma de actuar fuera de su agrado ni que esos hombres le resultaran atractivos; las razones fueron otras, y marcaron un hito histórico, como precedente de uno de los principios esenciales de las relaciones bilaterales entre potencias a escala mundial. Así fue: Cleopatra había conseguido que la idiosincrasia y personalidad de Egipto fueran respetadas. 

Con Octavio, una vez triunfante tras la referida batalla de Accio, persona de gran solidez y no susceptible de dejarse llevar por lo que él consideraba muestras de debilidad de carácter, aparte de haber emprendido una cruzada contra todos aquellos que presuntamente habían estado implicados en la conjura contra Julio César, esa diplomacia ya no surtió más efecto, y tras el suicidio de un derrotado Marco Antonio, Cleopatra, sin tener otros medios de respuesta frente a Octavio, quien no le daba ninguna explicación de lo que pretendía hacer con su tierra, viendo que el futuro de Egipto se teñía de negro, se quitó la vida a los 39 años. Y Egipto se convirtió en una provincia más del Imperio Romano. 

Por lo tanto, dejando al margen cuestiones de mera apariencia, en las que, tristemente, parece que los tiempos actuales solo se fundamentan, haciendo del simplismo un pilar maestro de la sociedad construido con arena, es necesario que las formas no impidan conocer la realidad de los hechos y de los motivos del proceder de una personalidad histórica como Cleopatra, para comprender plenamente la relevancia de su paso y hacer que esta humanidad nuestra no termine hundida al haberse cimentado sin roca firme. 

“Yo no soy tu esclava, sino que tú eres mi huésped.”

“No necesito la grandeza de Roma, tengo mi propio imperio en Egipto.”

“La belleza puede abrir puertas, pero solo la inteligencia puede mantenerlas abiertas.”

“Un verdadero líder sabe adaptarse a las circunstancias y aprovecharlas en su beneficio.”

“Las lágrimas no cambiarán el curso de la historia, pero la valentía y la inteligencia sí lo harán.”

“La lealtad es un tesoro que solo los verdaderos amigos pueden ofrecer.”

“La diplomacia y el encanto son armas más poderosas que cualquier ejército.”


Diego García Paz
Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y Escritor

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