Los colores del prisma

Cinco mujeres, un reto: la silla de Petro en Colombia

Colombia tantea un cambio que ya no parece remoto ni exótico: el ascenso de una mujer a la Presidencia de la República para reemplazar a Gustavo Petro. Durante siglos, un país gobernado por voces graves y trajes oscuros empieza a escuchar otras cadencias. La política —ese escenario de testosterona, clientelas y padrinos— ahora tiene en la baraja a cinco nombres de mujeres entre un centenar de aspirantes.

No son feministas de pancarta ni militantes de barricada; representan un país que intenta modernizarse desde sus tradiciones. Disciplinadas, vehementes, conservadoras la mayoría y cada vez más visibles, simbolizan la paradoja de una Colombia que le sigue apostando al cambio en la modernidad. 

Son cinco nombres con actitud de mando los que ya suenan en la antesala de Colombia 2026: Claudia López, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín y Vicky Dávila. Cada una distinta, cada cual polémica, todas dispuestas a desafiar la vieja idea de que el poder debe seguir oliendo a colonia de hombre.

No se trata solo de un relevo de género. Lo que se asoma es un reacomodo de símbolos y de sentidos, una respuesta a la fatiga de la política tradicional y al desgaste del experimento petrista, que prometió transformaciones épicas y terminó envuelto en su propio ruido. En medio del desconcierto, estas cinco mujeres preparan su salto al ring de pesos pesados.

Hubo un tiempo en que una mujer candidata era casi una excentricidad. María Eugenia Rojas se atrevió en 1974, con el peso y el lastre del apellido Rojas Pinilla. Fue derrotada, pero inauguró una gesta. Luego vinieron Nohemí Sanín, tres veces aspirante y siempre víctima de sus errores y de la política machista; Ingrid Betancourt, cuyo secuestro partió la historia de una campaña; Clara López, que representó la izquierda urbana cuando esa palabra era anatema; y Marta Lucía Ramírez, que logró llegar a la Vicepresidencia.

Todas ellas abrieron brechas, aunque no lograron cruzar la puerta. Las actuales candidatas caminan sobre esas huellas, pero con otras herramientas: redes sociales, consultores de imagen, militancia digital y un electorado más consciente de la representación femenina. Lo que ayer fue desafío, hoy se ha vuelto posibilidad, y pisan firme en los senderos abiertos por sus antecesoras.

En el mapa mundial hay ejemplos y espejos actuales: Giorgia Meloni en Italia, Xiomara Castro en Honduras, Mette Frederiksen en Dinamarca, Katerina Sakellaropoulou en Grecia y la más reciente, Claudia Sheinbaum, en México. En total, 57 mujeres han gobernado en distintos países del planeta, cada una con su propio signo y paradoja. Algunas llegaron por azar, otras por mérito, otras por vacío de poder; todas rompieron un molde. Esa ruptura es la que ahora tantea Colombia.

En Bogotá, Claudia López, la exalcaldesa, aprendió que el poder cansa y apasiona a la vez. Ella prometió y se comprometió a hacer política sin corruptos ni mafias, y terminó enfrentada con casi todos: Petro, su partido, la prensa y parte de su electorado. Pero sigue siendo una figura visible del progresismo con sus contradicciones. Su bandera es la ética pública, su discurso la transparencia, su tono el de quien pelea con sus fantasmas.

Como senadora impulsó leyes anticorrupción, de financiamiento electoral y de control político. Desde la alcaldía sembró la idea de la “Bogotá cuidadora”, aunque sus políticas quedaron empañadas por el desgaste de la pandemia, los enfrentamientos con el gobierno central y la fatiga ciudadana. Aun así, nadie duda de su tesón. Es la candidata del mérito, la que reivindica la razón sobre el dogma. Su dilema: cómo volver a encender la esperanza en un país que ha confundido la rabia con la lucidez.

Si la política colombiana quisiera buscar una semejanza temperamental de la premier británica Margaret Thatcher, se llamaría María Fernanda Cabal. Frontal, vehemente, sin medias tintas en los aciertos y en los yerros. Para sus seguidores es la voz del orden y la patria; para sus detractores, el eco del autoritarismo y la intolerancia. En ambos casos, no deja indiferente a nadie.

Defensora de las élites y grupos de poder, enemiga declarada de la JEP y de los acuerdos de paz, Cabal ha hecho de la confrontación su arte. En las redes sociales dispara como quien cabalga: sin mirar atrás. Su narrativa mezcla religión, patria y moral, tres palabras que en Colombia arrastran nostalgia y resentimiento. En ella el uribismo encuentra una heredera pura sangre; aunque su discurso difícilmente conquista el centro. Su reto es convertir la indignación en programa de gobierno, transformar el exabrupto en plan y el tuit en visión. Es la candidata de la furia.

Paloma Valencia encarna la versión académica y menos visceral del uribismo. Nieta del expresidente conservador Guillermo León Valencia, abogada, senadora, oradora hábil, representa la derecha que quiere parecer moderna sin renunciar a su raíz. Ha defendido la descentralización, la minería responsable, las regalías y las reformas judiciales. Su discurso suena, pero el apellido la ata a una estirpe de poder.

A diferencia de Cabal, Paloma busca persuadir sin incendiar. Habla de productividad, educación y meritocracia, y aspira a ser la alternativa “racional” frente a la crispación. Pero su mayor desafío es desmarcarse de un uribismo que envejeció rápido y hoy divide y suma poco, casi nada. Eso sí, mantiene firmes a los que son y están a prueba de todo.

Paola Holguín es la guardiana del dogma. No grita ni incendia. Es disciplinada, ferviente y metódica, representa la ortodoxia del uribismo. Su fe es su devoto escudo. Defiende la seguridad democrática como si fuera un credo y la autoridad como un sacramento. Desde el Senado ha sido una voz constante en defensa de la Fuerza Pública y crítica implacable de la “paz total”. Podría ser el puente hacia una derecha civilizada, si logra romper el hechizo del caudillo.

Holguín es menos mediática, pero más coherente. En un país donde la política suele premiar el ruido, su estilo sobrio parece una rareza. No seduce por espectáculo, sino por coherencia. Es la monja del grupo. Su reto será conquistar visibilidad sin traicionar su tono, abrir su horizonte sin perder devoción. Representa una derecha moral, en tiempos de relativismo y desconcierto.

Vicky Dávila es una outsider que nació desde las cámaras, las imágenes y los micrófonos. No viene de los partidos, sino desde la televisión, la radio y las revistas: su nombre se asocia con escándalo, denuncia y polarización. Es periodista y siempre actuó, habló y se movió como si desde entonces fuera candidata. Su voz aguda y vehemente marcó una época de periodismo militante.

No es política en el sentido clásico, pero encarna el fenómeno del outsider: el personaje mediático que convierte su fama en plataforma electoral. Como Trump, Milei o Bukele, juega con la indignación y la cercanía. Su desafío será pasar del espectáculo a la propuesta, del titular al proyecto. Y, sobre todo, decidir si abandona todo lo construido desde el púlpito periodístico para salir airosa en las arenas movedizas de la política.

El momento es para definir ahora si en Colombia, entre casi un centenar de hombres aspirantes, llegó la hora de las mujeres. Son cinco estilos y un solo anhelo: la silla de Gustavo Petro. Todas lo critican, lo observan, lo superponen a su propio reflejo. Algunas casi lo odian, otras lo estudiaron de cerca, pero todas saben que su mandato abrió las grietas por donde quieren entrar.

Colombia nunca ha tenido una presidenta. Cada una encarna una posibilidad distinta:
*la del orden y la moral fundamentalista (Cabal y Holguín),
*la del mérito y la ética pública (López),
*la del discurso técnico y territorial (Valencia),
*y la de la voz ciudadana y rebelde (Dávila).

Lo que está en juego no es solo quién reemplazará a Petro, sino qué tipo de país se atreven a proponer cada una a partir de los retos de corrupción, pobreza, inseguridad y narcotráfico.

¿Seguirá siendo Colombia una república de hombres que se repiten en cada periodo presidencial, o un territorio donde el poder se conjuga en femenino? En la antesala de 2026, los dados ya están rodando, y esta vez las fichas —como nunca— tienen tacones, verbo y destino. La incógnita no es solo quién gobernará, sino qué tipo de Colombia surgirá de esta encrucijada.

El país observa, discute y se pregunta: ¿quién tiene la fórmula para gobernar? La decisión final será de los electores, pero hoy el debate se construye sobre ideas, historia, propuestas y capacidad de liderazgo. Mientras los hombres todavía discuten, ellas pisan firme el cuadrilátero de las ideas, con tacones, verbo y destino. Opiniones y comentarios a jorsanvar@yahoo.com