En el momento de escribir este artículo hay semanalmente 800 millones de usuarios de ChatGPT. Concebida en 1956 por el matemático John McCarthy, Inteligencia Artificial (IA) designa la más vertiginosa de las revoluciones tecnológicas. Curiosamente, no fue ningún científico el primero en explicarme con despacio las potencialidades de la IA sino, hace infinidad de años, Mario Conde, mente privilegiada que añade constantemente cuerdas a su Stradivarius. No exageraba Mario, no. En Paris, l’École Centrale de l’Électronique (ECE) ha inscrito al primer estudiante artificial de la historia, Milo, robot vitaminado con IA. FinalSpark, start-up suiza, lanza Neuroplatform, ordenador organoide donde se asocian microprocesadores y neuronas humanas cultivadas en laboratorio. El biocomputing busca el camino hacia una IA más rápida, menos energetívora y aún más inteligente. Esa es la cara risueña, la que interesa presentar a las GAFAM (gigantescas empresas estadounidenses que dominan la Big Tech…y a los pobres peatones de la vida que somos los demás) ¿Qué sucederá cuando el uso de la IA sea la norma en todos los campos: educación, investigación, comercio, medicina, arte…? ¿Y amor? También. Sin regulaciones apropiadas, la IA al servicio del capitalismo financista provocará efectos desestructuradores. Será la muerte del contrato social cuya agonía había empezado con la economía numérica y la globalización. Propongo un ejemplo.
Amazon cuenta con 28.000 empleados en España, después de haber destruido en la fase de implantación y auge más de 200.000 puestos de trabajo. Acaba de anunciar un ERE que afectará a 1.200 trabajadores de la plantilla corporativa en Madrid y Barcelona (mandos intermedios principalmente, cuellos blancos). En el contexto internacional, incluyendo EE.UU, el ajuste afectará a 14.000 trabajadores corporativos (apuntando inicialmente a 30.000 para que a la hora de la verdad doliese menos). La plantilla global de Amazon son 1,5 millones de trabajadores (350.000 en labores corporativas: recursos humanos, logística, servicios en la nube/cloud, juegos video, etc.). Dos tercios de los efectivos globales se encuentran en EE. UU. Amazon es el segundo empleador estadounidense, Walmart el primero. Ni los trabajadores de almacenes, distribución y entregas ni las externalizaciones (seguridad, comedores, limpieza, transporte, etc.) se verán directamente afectados por los despidos…de momento.
Desde el 2022 (27.000 despidos) la multinacional no había reducido los efectivos tan masivamente. Amazon ya no sólo destruye trabajo fuera de la propia empresa (estimativamente, entre 7.000 y 10.000 puestos por cada 1.000 creados) sino que empieza a destruirlo también en la propia plantilla al tiempo que empopa los beneficios. Si bien los despidos del 2022 se entienden como un ajuste de efectivos, los despidos de ahora obedecen a causas estrictamente financistas atendiendo a la cotización en Bolsa, sin la mínima conexión con la situación económica real de la empresa. En efecto, la finalidad de toda empresa capitalista ante sus accionistas no es crear empleo sino obtener beneficios. Nada que objetar, en ese sentido, si los financistas no diseñaran las reglas del juego…en aras de ganar siempre y sin riesgo. Además de enormes salarios, remuneración fija y el resto según resultados, se retribuyen con stock-options que alcanzan cifras mareantes. De telón de fondo, la rentabilidad y valor en Bolsa exigidos por los Fondos que participan en las GAFAM.
Del 2018 al 2022 las entregas a domicilio se dispararon, en parte por efecto de la pandemia, lo cual llevó a Amazon a multiplicar por 3 los efectivos, de ahí el ajuste de finales del 2022. Con ese ajuste y el actual, Amazon se ha catapultado en Bolsa alcanzando el quinto puesto mundial por capitalización, casi 3 billones de dólares (2,5 billones de euros, aproximadamente, 25 veces BBVA o Banco Santander, los más valiosos de la UE). El valor en Bolsa del mayor banco del mundo, JP Morgan, es casi cuatro veces menos que el de Amazon. Quiere decirse, Amazon sacrifica a quienes han llevado la empresa técnicamente al lugar que ocupa hoy –los cuellos blancos- para satisfacer la rentabilidad exigida en Bolsa por los accionistas externos (Fondos, tiburones tipo BlackRock) completamente indiferentes al futuro empresarial, obsesivamente atentos a la rentabilidad presente. Quien manda, manda y no es el CEO. La pegada de BlackRock es tal que en 2025 gestiona 13,5 billones (europeos) de dólares en activos, aproximadamente ocho veces el PIB español.
La economía financista sólo atiende a la rentabilidad por especialización en el core business; la diversificación, propia de los conglomerados de otrora, ha cedido el paso a la concentración en la actividad principal de la empresa, aquella en la que se le supone ser verdaderamente competitiva maximizando la rentabilidad comparativa. La presión sobre la masa salarial y los costes es brutal. Anticipando los financistas que los trabajadores occidentales no iban aceptar sin reaccionar las salvajes condiciones laborales y salariales de la nueva esclavitud programada, organizaron el reemplazo de la población autóctona por otra menos exigente a la que de paso –todo es bueno para el convento- le lavan el dinero de la droga. No es conspiranoia. Y si bien es cierto que los problemas demográficos son graves, objetivos y reales han sido astutamente instrumentalizados ideológicamente, en aras de la maximización del objetivo financista, encontrando amparo en la izquierda woke y la derecha religiosa y limosnera. En los últimos treinta años, ni Europa ni EE.UU –hasta la llegada de Trump- encararon la planificación de una política inmigratoria a largo plazo, capaz de acoger, integrar y emplear a la fuerza de trabajo necesaria. Lo cual implicaría –en lugar de un laisse-faire caótico- algún tipo de selectividad aunque el término moleste.
En el último ejercicio, Amazon generó ingresos anuales de 670 millardos de dólares con 70 espléndidos millardos de beneficios. El 17% de ingresos se obtienen en la nube pero en competencia con Microsoft y Google. En IA, Amazon va rezagada. La estrategia a venir afectará masivamente los efectivos laborales a medida que progrese en IA y reorganice el trabajo. El mensaje lanzado a la Bolsa por Amazon ampara una estrategia laboral violentamente maltusiana: automatizar el 75% de operaciones mediante IA y robotización. Aunque esta estrategia no cristalice forzosamente en despidos sí afectará a nuevos contratos: sólo a cuentagotas. Amazon prevé doblar ventas en el 2033. Con la productividad media actual del trabajo necesitaría contratar 600 mil trabajadores. Con IA y robotización, 50 mil serán suficientes. Ese aumento vertiginoso de la productividad provocará una hecatombe en el mercado laboral. La multinacional proyecta desplegar tres prototipos que inevitablemente reemplazarán a los trabajadores en la creación de nuevos empleos. 1Un robot encargado de clasificar paquetes en el almacén; 2 un agente IA que ayudará a los responsables a desplegar y asignar los empleados; 3 gafas conectadas para los repartidores. Entramos en una era repleta de promesas de IA y robotización, brutalmente condiciona, sin embargo, en los ritmos de implementación (como la precipitada transición energética) por los financistas cortoplacistas. Otrosí, Walmart no prevé contratación de más personal a pesar de las optimistas expectativas de ventas. La IA revoluciona todos los empleos y puestos de trabajo (hasta en minería y construcción). Algunos estudios anticipan que la IA creará 75 millones de empleos en el horizonte 2030, pero afectando en el proceso a 95 millones de puestos de trabajo.
No nos dejemos intoxicar por la propaganda adormecedora de las GAFAM y los financistas. Powell, desde la FED, informa que el mercado laboral estadounidense crea en este momento prácticamente cero empleos netos, consecuencia del impacto de IA y robotización. Si nadie regula esto –y nadie lo va a regular ocupados como están los de Bruselas en hacerse ricos con su industria de pompas fúnebres, digo, armamento- la economía de mercado morirá de éxito. Y la población europea será substituida imparablemente.