Tras los bastidores

El chantaje humanitario de Hamás

En la Franja de Gaza, donde millones sobreviven atrapados entre el fuego cruzado y la desesperanza, la ayuda humanitaria no solo es urgente: es vital. Sin embargo, esta ayuda —que debería ser un salvavidas neutral y sagrado— ha sido transformada por Hamás en un arma de control, chantaje y terror. Lo más grave: con la complicidad directa o tácita de las Naciones Unidas.

Desde hace años, Hamás ha convertido la asistencia internacional en parte integral de su engranaje de poder. Se apropia de camiones repletos de alimentos, medicinas y suministros esenciales, enviados en su mayoría por países occidentales. En lugar de distribuirlos de manera equitativa, los almacena, revende a precios abusivos o reparte como favores políticos a quienes se someten a su control.

No es solo corrupción: es la institucionalización del sufrimiento humano como mecanismo de dominación. Los ingresos de esa economía paralela alimentan el pago de milicianos, la fabricación de armas y el sostenimiento de su maquinaria de guerra —no solo contra Israel, sino también contra los propios palestinos que se atreven a desafiar su régimen.

Y mientras tanto, la ONU, que debería ser garante de imparcialidad, se ha convertido en facilitador pasivo —cuando no en socio silencioso— de este abuso. En lugar de romper los canales controlados por Hamás, insiste en utilizarlos, legitimando de facto su dominio. Los camiones de ayuda autorizados por Israel para entrar en Gaza permanecen bloqueados sin explicación transparente, mientras alimentos se pudren y medicamentos caducan. Las justificaciones burocráticas ocultan una verdad incómoda: la ONU teme desmantelar el statu quo porque forma parte de él.

La consecuencia no es solo la ineficiencia, sino la difusión de una narrativa tóxica: que la miseria de Gaza es únicamente responsabilidad de Israel. Esta postura no solo es intelectualmente deshonesta, sino también moralmente inadmisible. Hamás ha diseñado deliberadamente una crisis humanitaria para utilizarla como escudo mediático y arma diplomática. Mientras mantiene rehenes israelíes en túneles subterráneos, manda a morir a civiles palestinos en nombre de su cruzada ideológica.

En medio de ese panorama sombrío, la creación de la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), con apoyo israelí, ha traído un rayo de esperanza. En apenas dos meses, ha entregado más de 90 millones de comidas directamente a la población civil. La respuesta de Hamás no fue agradecimiento, sino violencia: atacó centros de distribución, abrió fuego contra quienes hacían fila para recibir alimentos, y luego, cínicamente, culpó a Israel por las víctimas.

¿Y la ONU? Mira hacia otro lado. La comunidad internacional debe preguntarse: ¿cuántas vidas más deben perderse para que se exija una rendición de cuentas real? ¿Hasta cuándo la ONU seguirá siendo parte del problema, aferrada a una burocracia que ha dejado de servir los principios que dice defender?

La ayuda humanitaria no puede ser moneda de cambio para una organización terrorista. Y la ONU no puede seguir siendo cómplice de ese juego macabro. Porque lo que está en juego no es sólo Gaza o Israel: es la credibilidad de todo el sistema internacional y su verdadero compromiso con los derechos humanos.